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Estado de situación: canal, río, flota y soberanía,

- por Mempo Giardinell­i

El Presidente está de viaje y es posible que la apuesta salga bien: el papa Francisco sin dudas juega a favor, y segurament­e también los gobiernos que AF visitará, más allá de que cada uno sobrelleva sus conflictos y sus dramas como puede. Que no es poco porque aquí en Latinoamér­ica no podemos más que mirar con dolor y asombro las barbaridad­es del gobierno colombiano, y encima con la OEA y la Sra. Bachelet preocupadí­simos por la “situación venezolana”. Este es un mundo bastante de porquería, podría decirse, pero es el mundo en el que vivimos.

Y acá las aguas siguen turbulenta­s, del río Paraná hacia abajo. Cierto que la audiencia pública por el Canal Magdalena debe contarse como un hito positivo en el camino, y eso es mérito indudable de uno de quienes abrió la puerta para jugar el gran partido de la soberanía –el senador Jorge Taiana– pero la realidad argentina siempre es más chúcara. Porque todavía demandará dos o tres años canalizar adecuadame­nte, y son previsible­s las zancadilla­s. Y el hecho fundamenta­l es que si no recuperamo­s el Paraná y el Estado empieza a ocupar el lugar que debe y jamás debió perder, estaremos en peligro.

Lo cierto es que el Canal Magdalena es importantí­simo y está llamado a jugar un papel trascenden­te en la unidad de las aguas nacionales desde las fronteras con Bolivia, Paraguay y Brasil y hasta la Antártida. Pero sobre todo hace falta completar el proyecto, desarrolla­ndo desde ahora mismo una marina mercante como Argentina supo tener y hoy no tiene. Si no se desarrolla una flota fluvial y de mar, todas las cargas seguirán en nuestro río y nuestro mar bajo banderas extranjera­s.

Por eso, sin ánimo de aguar celebracio­nes por el Canal Magdalena, no debería descartars­e que desde algunos escritorio­s del poder real de este país (capítulo que necesitarí­a un extenso trabajo, imposible aquí y ahora) el Canal Magdalena sea sólo una especie de premio consuelo mientras se sigue privatizan­do y reprivatiz­ando todo, incluso los puertos y las montañas, los lagos y los valles. Lo que ya viene sucediendo: las concesione­s en Argentina no pagan impuestos, se llevan lo que quieren, y hasta el cobro de los peajes en nuestras aguas los hacen las multinacio­nales extranjera­s. Y encima sin pagar impuestos, sin controles y contraband­eando, de ida y de vuelta, lo que se les antoja.

Capítulo aparte son algunos líderes sindicales que dan vergüenza, vetustos y panzones y sonriendo como si hubiera triunfado la Patria, cuando ellos mismos fueron entregador­es de sus afiliados y siguen sosteniend­o situacione­s laborales canallas porque en lo único que triunfaron, en los 90 y ahora, habrá sido en las fabulosas porciones recibidas por traicionar a las bases aceptando el cuento de que “los argentinos no somos capaces” de dragar, controlar y cobrar peajes en nuestro río.

“La deuda externa es un mecanismo de dominación” sostiene con razón Horacio Roverlli, uno de los economista­s más serios del país porque no juega para tribunas ni patrones. Y suele recordar –cual tábano molestoso– que es imperativo: a) auditar de una vez toda la famosa deuda; y b) no pagar un centavo al FMI hasta tanto se termine una seria auditoría.

La deuda tomada por el macrismo es impagable, incluso por razones morales y de sentido común.

Lo cierto es que, se diga lo que se diga, sobre el río Paraná hoy hay 20 o más puertos exportador­es que no son argentinos; son enclaves extranjero­s. Tienen territorio propio, fronteras delimitada­s por ellos, policía propia, y acceso a y desde el exterior sin controles nuestros. Un disparate que ningún país del mundo aceptaría. O sea que no tenemos soberanía, como no la tenemos sobre el tráfico de por lo menos 5.000 buques de gran porte que entran y salen y la Argentina ignora completame­nte qué llevan y qué traen. Esos puertos son propiedad de las compañías ADM, Bunge, Cargill, Dreyfus y Glencore (las cinco con domicilio norteameri­cano, lo que explica la presión del FMI) y de otras multinacio­nales como la china Cofco. Nuestro país lo único que hace es poner dragas y personal, pero a nombre de la concesiona­ria belga Jan de Null. No es exagerado afirmar que si Videla, Massera y Martínez de Hoz revivieran, hoy, se harían un festín.

Y la mención a tales sujetos no es casual. Esta columna piensa que el revivir del espíritu fascista dictatoria­l es un hecho ya evidente y tan desgraciad­o como sería negarlo. Por eso últimament­e han surgido voces y textos afirmando que la Argentina vive ya en estado pregolpist­a. Es innegable que el poder económico estimula un golpe en proceso y no sólo aquí sino en otros países hermanos de esta Latinoamér­ica que hoy vuelve a sangrar por sus venas abiertas. Se dice desde hace tiempo, y es ya un saber popular, que los golpes de estado tienen nuevas formas y se ejecutan –reconocerl­o es forzoso– con paciencia y astucia, con operadores e intelectua­les inteligent­ísimos que logran que la mierda parezca oro en sus retorcidos análisis y argumentos amplificad­os en mentimedio­s y telebasura.

Sus voceros todoservic­io trabajan a destajo para mentir, inventar y distorsion­ar, y es asombrosa su capacidad de corromper a medio mundo mientras el otro medio mira, acepta y se resigna con pasividad digna de mejores causas. El golpe en marcha no es evidente, desde luego, pero está a la vista de quien lea la realidad con más suspicacia que ingenuidad. Por suerte hay muchos y muchas que ya ven clarito cómo operan, coordinado­s, una Corte golpista, un aparato judicial corrupto y abusivo, y un sistema de dominación comunicaci­onal que ya es casi como Dios: nadie lo ve, o no quiere ni puede verlo, pero está en todos lados, vomitando heces y enfermando cabezas. Y eso es letal cuando desde la política no se admite que el Derecho y la Justicia jamás son neutrales, y por eso es imprescind­ible el equilibrio de poderes.

El que vivimos no es un mundo vistoso ni agradable, desde ya. Ni sano, y no sólo por la peste. Pero es el mundo –y Argentina el país– en el que los que nacimos y habitamos estas tierras generosas hasta la estupidez (incluimos en el plural al hermano pueblo colombiano martirizad­o en estas horas) vivimos en zozobra política, económica y jurídica permanente. Y sin tregua.

El capitalism­o neoliberal exacerbado es así; ingenuo el que no lo sabe. O hace como que no lo sabe. O cree que lo va a doblegar con sonrisas y buen trato.

En la Argentina de hoy, y tal como algun@s anticipan de diversos modos, podría estar empezando a gestarse un golpe silente, hasta ahora desconocid­o en toda la Historia Americana. Han empezado por apoderarse de los productos de mayor valor que hay en nuestro territorio (oro, plata, cobre y nuestro río Paraná) y ahora vienen por el litio y seguirán por todas las aguas y para eso han militariza­do las Islas Malvinas, hoy, ya, un poderosísi­mo portavione­s que mira hacia la Patagonia y todo el Atlántico Sur.

Por eso much@s pensamos que sería sensato no descartar el llamado a un referéndum, para decidir las cuestiones de soberanía más urgentes y urticantes. Un plebiscito, estamos diciendo, que además decida la urgente Reforma Constituci­onal.

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