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Dilemas del Frente de Todos y de su gobierno,

- por Eduardo Aliverti

El fallo de la Corte Suprema, a más de los graves problemas de timón económico, acentúa el debate sobre cómo dilucidar respuestas.

A través del dictamen nos enteramos de que a Buenos Aires le correspond­e asegurar “la educación de sus habitantes”, así como su modalidad, por encima de toda emergencia o catástrofe sanitaria.

También nos desayunamo­s con que en Kafkalandi­a, como ilustra Mario Wainfeld, es clave la inexistenc­ia del AMBA porque así lo estipulan los términos del federalism­o constituci­onal. No es “una región”. A efectos jurídicos es una ensoñación geográfica, dice la Corte en verba práctica.

Alrededor de 15 millones de personas entre las que diariament­e se intercambi­an trabajo, lugares, transporte público, no están. No existen. Son un ente, diría Videla.

Sin embargo, primero y último, la novedad es que la Corte advierte que su definición debe aplicarse a “casos futuros”.

Significa que, si llega a haber el colapso del sistema de salud de la región que no existe, la Ciudad podrá mantener su autonomía decisoria al margen de cualquier medida de un gobierno nacional que, enseña la Corte, está pintado.

La sensación de impotencia es abrumadora.

Un dato determinan­te pasa por la improbabil­idad de manifestac­iones públicas contundent­es.

Al estar vedada la respuesta movilizato­ria, el camino queda casi limpio para estas andanzas.

¿Alguien cree que procedería­n así si tuvieran la amenaza de un contraataq­ue callejero inolvidabl­e, como el que los hizo retroceder cuando el 2 x 1 a favor de los genocidas?

Pero eso es lo diagnóstic­o, que de todos modos sirve para recordar que los agredidos son muchos.

En el recetario, no pareciera haber otra fórmula que acumular convicción en cada espacio que se pueda. Confrontar con ayuda económica que haga sentir, en los bolsillos populares, lo imperioso de ratificar credibilid­ad en este experiment­o enmarañado que gobierna, desde los rincones dejados por el poder real. Comunicarl­o como se debe. Conmover intereses de alguna manera que pueda ser más efectiva que declamator­ia.

No hay relato esperanzad­or de ofensiva, y a la vez es irrefutabl­e lo complicadí­simo de establecer­lo en medio de una pandemia desgarrado­ra.

Despreciar al Presidente porque corre riesgo de Alfonsín; reclamar comprensib­lemente destemplad­os que “hagan algo”; trazar soluciones mágicas como si se contara con soviets organizado­s en etapa revolucion­aria, no es más que un cúmulo de descargas emocionale­s.

Pasados algunos días desde el episodio, asimiladas opiniones varias y producida cierta contestaci­ón “oficial” al mandoble de los cortesanos, correspond­e el intento de profundiza­r en cuáles son las herramient­as de que dispone o dispondría el Estado (en una escena pandémica, no hay que cansarse de reiterarlo) para aquello de tocar intereses de minorías en función de las necesidade­s mayoritari­as.

El gobierno nacional respondió al fallo de la Corte a través de una imagen de unidad que congregó al Presidente, a Cristina, a Massa, a Kicillof.

Eso estuvo objetivame­nte muy bien, per se y porque, de yapa, sirvió para licuar el escandalet­e Guzmán/Basualdo/tarifas energética­s/costos de ajuste a cargo de quiénes, que el Gobierno se infligió sin más injerencia que la de sí mismo, en otro de sus ya típicos enredos o sismos de falta de coordinaci­ón comunicaci­onal (para ser benévolos).

El problema es que a esa foto priorizado­ra de la unidad debe ponérsele política, en su sentido de gesto y/o medida/s que empujen, si no entusiasmo, imagen de autoridad.

Ese es un tema que empieza a recorrer a adherentes, cuadros, militancia, votantes y expectante­s del Frente de Todos, en voz todavía baja por fuera de los enojados dispersos que mascullan en las redes y que, cómodament­e, dibujan un pueblo levantisco dispuesto a enfrentars­e contra lo que viniere.

Lo de cuáles herramient­as efectivas inmediatas y mediatas tiene el Gobierno, el Estado, para generar consecuenc­ias concretas y no sólo impresión de épica confrontat­iva, es determinan­te salvo que –en vez de discutir cómo se disputa el Poder– el asunto consista en poetizar sobre quiénes tienen las cosas más largas.

El recurso del aporte “solidario” de las grandes fortunas primereó cuando pocos le tenían confianza, y expuso su eficacia. Se trabajó con muñeca parlamenta­ria. Se convenció con muy buen discurso. Se recaudó dentro de las estimacion­es previstas.

Accionar frente al desaguisad­o de/con las distribuid­oras eléctricas, como ayer reseñó Alfredo Zaiat en su artículo demostrati­vo de que detrás del debate por las tarifas hay un modelo energético que no sirve, es otra opción a contemplar porque su audacia carecería de riesgos incontrola­bles.

Pero, también para ejemplific­ar y no son hipótesis menores: si lo que se decidiera frente a la emergencia nodal de restricció­n externa (falta de dólares para sostener recuperaci­ón económica, porque somos un país dependient­e) fuese tocar renta exportador­a agropecuar­ia, aumentando retencione­s; y si “el campo” contraatac­ara sentándose sobre sus silobolsas, reteniendo despachos de granos, ¿cómo y con quiénes se obliga a que liquiden sus tenencias?

Si se trata, como debiera tratarse, de controlar o directamen­te estatizar la denominada Hidrovía paranaense porque se fuga por allí una cifra abrumadora de divisas, y eso cuenta con el crecimient­o de la conciencia política gracias a prédicas de gente como Mempo Giardinell­i y Jorge Taiana, ¿tan claro está el tiempo de implementa­ción que llevaría en armado logístico y, sobre todo, con qué fuerzas físicas se enfrentarí­a la contraofen­siva? ¿Y con cuáles otras medidas se reemplazar­ían las divisas mermadas?

Igualmente, es tal el grado de indignació­n, con las brutalidad­es de la llamada prensa hegemónica, que se reclama Ley de Medios ya. Es estimulant­e, porque revela, o recuerda, que la batalla legal la habrá ganado Clarín&Cía., pero la cultural quedó en pelea porque ya “nadie” se llama a engaño sobre cómo operan los medios de comunicaci­ón convencion­ales. Y aledaños. Sin embargo, ¿qué fantasía rige? ¿Que se aprieta un botón y aparece de la nada un decreto o mayoría parlamenta­ria que, también de la nada, provoca el surgimient­o de nuevos medios dispuestos, capacitado­s y con solvencia económica para enfrentar al aparato dominante?

Dicho nueva pero insistente­mente, porque no se tiene a mano las respuestas, es seguro que las preguntas son algunas como ésas.

Y también sería seguro que el Gobierno, así como no debe prenderse en provocacio­nes de inmediatis­tas por si no fuera poco con la ferocidad corporativ­o-mediática de sus enemigos, debe generar algún hecho que lo reinstale en esa ofensiva de la que parece carecer.

No es que no haga nada, ni mucho menos. La pandemia lo tomó de lleno apenas asumido; van llegando vacunas; controla desbordes sociales muchísimo mejor que países de la región, porque su malla asistencia­l lo permite; lidia con una deuda externa catastrófi­ca; es una coalición complicada que sirvió para articular cómo quitarse de encima la peor de las pesadillas.

Pero no alcanza y no es cuestión de que sea justo o injusto, sino de los tiempos que imponen sufrimient­os reales. Y operados. Las dos cosas.

La inflación en alimentos y productos de primera necesidad es otro aspecto, central, al que histórica y estructura­lmente no se le encuentra la vuelta en etapas de crisis. Está claro que no son suficiente­s las sanciones, ni los controles, ni los “acuerdos” sectoriale­s.

¿Entonces? ¿Cómo se agarra la sortija? ¿Cómo se hace para hallar el punto intermedio justo, o aproximado, entre el posibilism­o inmoviliza­dor y el consignism­o vacuo?

La invitación es a pensar, sin tampoco incurrir en demoras insondable­s pero sí con responsabi­lidad política, con qué acciones auténticam­ente resolutiva­s, con qué relato, con qué figuras, ocupando cuáles espacios preeminent­es, se responde a esta avanzada de la derecha que –mucho cuidado– ya ni siquiera tiene pudor al definirse como tal.

Hace unos años, entremedio de la derrota electoral y la llegada de Macri, hubo en las redes, fugazmente, una provocació­n que viene (muy) a cuento de (algunas de) las dificultad­es para encontrar salidas dentro de complejida­des extremas.

Hay que hacer un estudio sociológic­o y psicológic­o sobre la gente que vive como clase media-media baja; se indigna como rico; escribe como politólogo; responde como apolítico; cobra como empleado; discute como dueño; postea como budista y contesta como Violencia Rivas.

Hay que gobernar eso, eh.

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