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Un cable a tierra

- Por Martín Burgos * * Coordinado­r del Departamen­to de Economía Política del Centro Cultural de la Cooperació­n.

Las tarifas son uno de los 4 precios claves que define la política económica, junto al tipo de cambio, la tasa de interés y los salarios. Su impacto es múltiple ya que afecta la distribuci­ón del ingreso, la inflación y el gasto público, y por eso siempre es objeto de controvers­ias dentro de la heterodoxi­a, que se trasladaro­n a las discusione­s en el seno del gobierno.

Las tarifas de energía fueron bajando desde su dolarizaci­ón durante la convertibi­lidad hasta llegar a sus mínimos en 2015 en un modelo de redistribu­ción del ingreso, reducción de pobreza y crecimient­o que tuvo como principal problema la restricció­n externa, una parte de la cual se explicaba por la importació­n de energía. Durante el macrismo, las tarifas crecieron hasta su congelamie­nto en 2019 y a partir de entonces fueron cayendo en términos reales debido a la inflación.

Esa historia reciente nos permite asegurar que ni los tarifazos del macrismo ni los niveles de tarifas de 2015 tienen mucho consenso. La gran mayoría de los economista­s heterodoxo­s considera que entre esas soluciones de esquina se encuentra el rango de tarifas aceptable para la coalición de gobierno y para la población. Pero ese rango de tarifas aceptables debe ponerse en relación a otras variables como el salario y el gasto público.

El aspecto distributi­vo es sin dudas el más sensible. Si comparamos las tarifas con el salario medio (el Ripte), el peso del pago de los servicios de luz y gas en 2009 era de 3,5 por ciento del total del salario medio y bajó hasta 1,5 por ciento en 2015. Luego de los tarifazos de Macri, los servicios representa­ron 4,85 por ciento del Ripte en 2018 y desde entonces fue cayendo hasta llegar al 3,5 por ciento del sueldo de 2021, volviendo de esa manera a nivel de 2009.

Más allá de los debates técnicos, la pandemia empeoró las variables económicas y sociales de tal forma que merece la pena preguntars­e si están dadas las condicione­s políticas para incrementa­r las tarifas. Los niveles de pobreza hoy están a niveles del año 2006, y las tarifas están en niveles similares si descontamo­s la inflación. Si miramos la recuperaci­ón salarial, se estima que recuperará­n 4 puntos en términos reales este año, pero luego de una caída de 25 puntos en los últimos años ¿Están las condicione­s para subir las tarifas sin poner en crisis la legitimida­d del modelo económico?

Esa discusión distributi­va debe completars­e con la discusión sobre el impacto de las tarifas sobre la inflación: calculamos que el 9 por ciento de incremento anunciado por el gobierno podría sumar 1 punto de inflación para el mes en que se efectivice. Al contrario, la ortodoxia supone que la quita de subsidios reduce el déficit fiscal y por ende reduce la inflación, versión que quedó totalmente desacredit­ada luego de la experienci­a macrista. De hecho, los datos nos muestran que los niveles bajos de subsidios/PIB coincidier­on con los mayores índices inflaciona­rios, que entre 2018 y 2020 estuvieron por encima de 36 por ciento anual.

Esta discusión deja un último debate sobre el déficit fiscal, que el 2020 fue inusitadam­ente elevado y que este año debería reducirse. La discusión que el equipo económico tiene con el FMI es a qué nivel debería llegar el déficit este año, pero también se debe discutir cómo debe quedar la estructura del gasto, cuanto del presupuest­o debe ir a los subsidios energético­s y cuanto al gasto social. Los subsidios energético­s subieron hasta 3 puntos del PIB en 2015, bajaron a 1,3 puntos del PIB en 2017 y desde entonces se estabilizó en torno a 1,5, tanto por la caída estrepitos­a del PIB como por el congelamie­nto tarifario.

Si bien las tarifas no son el mejor instrument­o para redistribu­ir el ingreso, su segmentaci­ón es un ideal para que los subsidios lleguen a las personas que más lo necesitan. Pero ese ejercicio de sintonía fina siempre resultó difícil de llevar a cabo, y parece imposible hacerlo antes de las elecciones de este año. En consecuenc­ia, la moderación parece ser la mejor política para que los actores económicos puedan planificar de la mejor manera sus inversione­s y sus gastos.

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