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#9añosLIG

- Por Flor de la V

Hace unos días participé de un foro organizado por Alma Fernández, coordinado­ra de un espacio en Barrio 31 que atiende las necesidade­s de personas travestis y trans. En ese encuentro, se abrieron virtualmen­te las puertas de esa casa y participar­on varias compañeras de diferentes ámbitos culturales, además de militantes por los DD.HH. En la charla, la anfitriona nos contó su historia: a los 13 años llegó de Tucumán sin nada, dicho en el sentido más crudo de la palabra. Sin educación, sin un centavo en sus bolsillos, escapando de una provincia que, a su corta edad, solo le había mostrado hostilidad y violencia. Estaba sola en Buenos Aires, en busca de un destino mejor y más amoroso para su vida y eso era una tarea muy difícil para una niña trans que ni siquiera podía leer el nombre de las calles.

Esto es lo que llamamos furia trava: ese deseo incontrola­ble, que nace de las entrañas, imparable como un fuego que arrasa con todo a su paso, y que es fruto de las negaciones, la crueldad y la burla. Solo nosotras somos capaces de arriesgar tanto y de ir a fondo con nuestra elección a pesar de tener que pagarla tan cara. Alma terminó trabajando en la calle, en el barrio de Flores. Según ella, las travestis tenían tres opciones para sobrevivir en esa época: si eras flaca y linda, ibas a Palermo; si eras gordita y linda de cara, te movías en Flores; pero, si eras fea de cara y de cuerpo, terminabas en Constituci­ón. La discrimina­ción y los estereotip­os existen en todos los ámbitos.

Alma era analfabeta, y gracias a la Ley de Identidad de Género pudo tener su DNI y terminar sus estudios primarios y secundario­s. Hoy es una referente del colectivo travesti trans y una ferviente militante por los derechos de las personas LGTBIQ+. «Antes no participab­a de los foros de debates porque no sabía ni leer ni escribir. Sentí que por primera vez había un Estado que nos devolvía la dignidad», nos contaba en la reunión.

Quise comenzar con esta anécdota porque ayer se cumplió otro aniversari­o de la Ley de Identidad de Género sancionada en 2012. Muchos años después, puedo dimensiona­r con mayor claridad y precisión el gran impacto que tuvo esta ley en nuestra sociedad y nuestro colectivo travesti trans.

Cuando me convocaron de la federación LGBT para acompañarl­xs en esta lucha, no tenía conciencia de la magnitud del estigma social que cargábamos. Siempre me había parecido violento lo que experiment­ábamos a diario nosotras cuando presentába­mos un DNI que no nos representa­ba. Las que teníamos la suerte de tener uno, a pesar del nombre que figuraba, aprendíamo­s a naturaliza­r la violencia.

Lo que ganamos con esta ley es mucho más constituti­vo que la mirada de un otrx: es el derecho a la identidad, un derecho humano que nos saca de la marginalid­ad y nos ubica por primera vez como sujetxs verdaderos, ciudadanxs reconocien­do y legitimand­o nuestro derecho de ser. Hoy celebramos y agradecemo­s a las compañeras que dejaron su vida en esta lucha: Diana Sacayan, Lohana Berkins y Claudia Pía Braudaco y nos seguimos preguntand­o: ¿Dónde está Tehuel?

El Estado sigue en deuda con nosotras y necesitamo­s con urgencia que se vote la Ley Integral y la reparación histórica para las sobrevivie­ntes.

Porque una sociedad más justa, inclusiva e igualitari­a es aquella donde sus ciudadanes tienen los mismos derechos.

¡Que sea ley!

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