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De una barriada pobre a conquistar el mundo

Gracias a una música irresistib­le, fue la primera estrella del Tercer Mundo: de la pobreza en Kingston a la admiración mundial, todo en Marley es material de leyenda.

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En la sección de merchandis­ing de la web oficial de Bob Marley, el hombre que murió 40 años atrás, el 11 de mayo de 1981, es notable la cantidad de remeras y camperas que hacen alusión al amor por el fútbol del icono del reggae. La ideadora de esta propuesta fue una de sus hijas, Cedella. Se tomó tan en serio la segunda pasión de su padre que en 2019, a través de la Fundación Bob Marley, apoyó a la Selección femenina de su país con una campaña internacio­nal para recaudar fondos para ir al Mundial de Francia. Harta de la burocracia y del machismo de la Federación de ese deporte en la nación caribeña. Más allá de que la entidad denomina a la representa­ción de la isla, según la identidad de género, “Reggae Boyz” o “Reggae Girlz”, el uniforme de sendos equipos está basado en los colores de la bandera de Jamaica. Sin embargo, recienteme­nte el Ajax, uno de los bastiones de la Liga holandesa de fútbol, anunció a fines de abril que lanzará una edición especial de una camiseta en honor al otrora líder del grupo The Wailers. Lo que desató no sólo la sorpresa, sino también la euforia tanto de los seguidores del club como de los del músico.

¿Pero qué tienen en común el equipo de Amsterdam con el artista originario del pueblo de Nine Mile, a una hora y media de Kingston? Nada… Hasta el verano europeo de 2008. El cuadro holandés, siguiendo los pasos de conjuntos como el Liverpool, que adoptó “You’ll Never Walk Alone”, luego de que el tema se volviera un hit de Gerry and the Pacemakers en 1963, buscaba su himno. En la previa de un partido amistoso en Gales contra el Cardiff City, el DJ de turno pasó uno de los clásicos de Bob Marley, “Three Little Birds”, lo que prendió la fiesta entre los hinchas neerlandes­es. Al punto de que, desde aquel entonces, se convirtió en su aria. Una década más tarde, para amenizar un partido del Ajax en la Champions League, invitaron a cantarlo en el estadio a uno de los herederos del ídolo antillano, Ky-Mani, quien apenas se enteró del gesto se transformó automática­mente en seguidor de ese club. Así que la camiseta, de color negro combinado con los de la bandera rastafari (tiene detalles en rojo, amarillo y vede), incluye a los tres pájaros a los que se refiere ese tema.

A pesar de que parezca irónico, el fútbol fue lo que pudo haber acabado con la vida de la primera estrella musical del Tercer Mundo. Mientras jugaba un picadito en 1977 en Francia, durante la gira de su disco Exodus, Marley se lesionó uno de sus dedos del pie derecho. Un periodista francés, por accidente, le clavó los tacos. Justo ahí tenía una herida que venía arrastrand­o desde hacía tres años, tras un partido en Jamaica, y a la que nunca le prestó atención porque le pareció superficia­l. Si bien le solía sangrar, se las arreglaba con medicina casera y vendas para zafar. Durante al menos un mes estuvo rengueando, pero siguió igualmente adelante con esa serie de actuacione­s. No obstante, le comenzó a molestar tanto, y era tan persistent­e, que finalmente fue al médico. Cuando se examinó, encontraro­n un tipo de melanoma acral maligno. Esa enfermedad es común entre las personas de pigmentaci­ón oscura y los asiáticos, y se presenta en áreas del cuerpo donde normalment­e no llega el sol. La opción que le plantearon fue la amputación de medio pulgar derecho, a lo que se negó rotundamen­te.

Marley apeló a sus creencias rastafari, en las que el corte de algún miembro del cuerpo no está permitido. Entonces le propusiero­n un injerto con piel del muslo. Era una solución provisoria, aunque tanto el artista como su entorno pensaron que sería permanente. La intervenci­ón quirúrgica se realizó en Miami, en 1981, y lo ayudó a mejorar mucho. Al punto de que pronto volvió a las canchas, pues una de las condicione­s de sus giras era que le organizara­n un partido de fútbol y que le buscaran un equipo rival. En octubre de 1980, se presentaba en Nueva York por primera vez, con dos actuacione­s en el Madison Square Garden. Mientras hacía jogging en el área sur del Central Park, cayó al suelo desplomado y empezó a sufrir una suerte de ataque epiléptico. Lo ingresaron en el hospital Memorial Sloan-Kettering Cancer Center, donde la noticia sorprendió a todos: tenía un cáncer tan avanzado que había hecho metástasis en el cerebro, los pulmones, el hígado y el estómago. Le dieron un mes de vida más, pero eso no impidió que regresara a los escenarios.

Tres días más tarde, Marley sacó fuerzas de donde tenía para presentars­e en el teatro Stanley de la ciudad de Pittsburgh. Se trataría de su último show. Ya su cuerpo no le respondía. A partir de ese momento, la gira de su álbum Uprising (publicado en 1980) fue cancelada y el artista regresó al Memorial Sloan-Kettering Cancer Center. Debido a que le tenía un gran temor a la muerte, esta vez hizo una excepción a su fe rasta y aceptó hacer un tratamient­o de quimiotera­pia. Pero se tuvo que mudar de hospital debido a los niveles de mediatizac­ión que alcanzó su enfermedad. Después de pasar por Miami y una clínica mexicana, a causa de tanta publicidad, su esposa Rita aceptó, por sugerencia del doctor jamaiquino Carl Fraser, llevarlo a un centro médico a las afueras de Múnich (en aquel entonces parte de la República Federal de Alemania). La dirigía el galeno Josef Issels, avalado por varios colegas norteameri­canos a pesar de su oscuro pasado: había sido comandante de las SS, cuerpo de élite del Ejército nazi.

De todas las esposas o parejas que tuvo el astro caribeño, para los amantes del reggae, y en especial para los de la obra de Robert Nesta (así aparece en su acta de nacimiento), Rita Marley fue lo que Claudia Villafañe significó para Diego Armando Maradona. Aunque en este caso también tenían un vínculo laboral debido a que ella era corista del grupo que él ayudó a crear y del que posteriorm­ente fue líder: The Wailers. Sin embargo, muchos no la querían. Al punto de que algunos amigos y figuras del entorno del cantautor aseguran que ayudó a complotar su muerte y la de Peter Tosh, otra de las piezas de la banda. Una de ellas fue Bunny Wailer, tercera pata fundadora del grupo y quien falleció el pasado 3 de marzo. Hace unos años, mediante una carta abierta, el músico la puso bajo la lupa tanto a ella como a Chris Blackwell. Luego de que el músico y empresario Johnny Nash, el “descubrido­r” de The Wailers, los abandonara a su suerte en la capital inglesa, este inglés blanco criado en su infancia en Jamaica los rescató y protegió. No sólo eso: también los firmó para su sello, Island Records.

Si bien la banda gozaba de una gran popularida­d en Jamaica, a partir de su clásico “Simmer Down” (un guiño a la pacificaci­ón entre las pandillas violentas de Kingston), lanzado en 1964, el hito lo elucubraro­n con el primer álbum que hicieron para Island Records: Catch a Fire. Aunque no entró en las listas musicales británicas, sí lo hizo en las estadounid­enses. Pero casi de forma anecdótica (se ubicó en el puesto 171), al igual que su tiraje inicial: 14 mil copias. Sin embargo, Blackwell tenía un plan maestro para la mundializa­ción de The Wailers: introducir­los en los circuitos de la contracult­ura. Si Catch a Fire es el Please, Please Me (disco debut de The Beatles) del reggae, por el impacto que causó en la banda de sonido juvenil de occidente en la primera mitad de esa década, su siguiente trabajo, Burnin’, llegó a ser llamado el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band del género por la revolución cul

Aunque parezca irónico, el fútbol, ese deporte que amaba incondicio­nalmente, fue lo que pudo haber acabado con su vida.

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Los médicos descubrier­on el cáncer cuando ya era demasiado tarde.

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