La paz o lo peor
No existen valores pacifistas que puedan a priori aplicarse en todos los casos. Los propios estudiosos del texto de Kant sobre la paz perpetua han sabido destacar su posible dimensión irónica. No se trata de considerar todas las formas de violencia desde un principio ético que pueda situarse por encima de todos los contextos históricos.
Sin embargo, en la situación histórica que se presenta, donde hay una mundialización del capitalismo que está en constante mutación que es capaz de adherirse a cualquier escena y disolver a los polos que se enfrentan a una nueva realidad híbrida, habría que interrogarse por la pasión bélica que se extiende y se reparte por doquier y cuestionar la toma de partido generalizada.
Ni Estados Unidos, Europa ni la OTAN promueven esta guerra para liberar al “mundo libre” del autócrata ruso, ni la invasión de Putin a Ucrania fue solo para desnazificar el Dombass y frenar a la OTAN. La misma participaba de la lógica de la restauración del Imperio propia del espíritu del jefe ruso. No obstante, aunque todo esto esté presente, la guerra ha adquirido ya su propia autonomía, la que se desarrolla, no hay que olvidarlo, en el campo de aceleración ilimitada del capitalismo bajo su forma neoliberal. Dicho de otro modo, cuanto más se prolongue la matanza, más se producirá una intensificación de los negocios de la guerra (donde los Estados Unidos llevan siempre la delantera), aquellos que destruyen todas las oposiciones entre lo justo y lo injusto, lo verdadero y lo falso, la liberación o la dependencia.
Por ello no habrá región del planeta donde los sectores más vulnerables no paguen un precio altísimo por esta situación. Así como la novedad del neoliberalismo ha sido la transformación de las derechas en una agenda