Pagina 12

“Sin capacidad de integració­n se pierde la disputa”

Lo que dejó en evidencia el reciente plebiscito: el mal funcionami­ento de los partidos políticos, los problemas del sistema de representa­ción, las agendas fragmentad­as de los sectores populares. El caso de Chile y la Argentina.

- Por Natalia Aruguete

Varias semanas después del llamado “Plebiscito de salida” en Chile, gran parte de la ciudadanía no logra explicarse el aplastante triunfo del “Rechazo” a la nueva Constituci­ón. En verdad, quienes apoyaban la opción de “el Apruebo” previeron este resultado, aunque no por una distancia de 20 puntos a favor de conservar una carta constituci­onal redactada durante la dictadura de Augusto Pinochet. PáginaI12 dialogó con Yanina Welp, investigad­ora argentina y miembro del Centro de Estudios de la Democracia Albert Hirschman, en Ginebra, Suiza. Welp pone en tensión el actual mal funcionami­ento de los partidos políticos y, al mismo tiempo, sostiene la necesidad de no reemplazar el sistema de representa­ción democrátic­o. Estos argumentos resultan elocuentes para el análisis del proceso constituci­onal en Chile, desarrolla­do en extenso en esta charla.

–¿Por qué cree que los partidos no funcionan en las condicione­s actuales, y por qué, según su mirada, la representa­ción de los “independie­ntes” tampoco sería una solución?

–Creo que, en el sistema político, hay un problema de incentivos; y quiero superar la idea de que hay buenos y malos. Personalme­nte, sé que hay proyectos malos, pero no es útil, para entender por qué el sistema político funciona mal, partir de esa base. Ciertos incentivos que buscan el interés individual pueden contribuir, a su vez, con el interés colectivo. Pero hay otros incentivos que contrapone­n el interés individual al colectivo. Creo que tal como funciona el sistema de partidos en la actualidad, los intereses de los partidos y los intereses generales se contrapone­n. De ninguna manera quiero promover la idea de una monocausal­idad que explique esta problemáti­ca y, menos aún, sugerir que una única solución lo resolverá todo. Pero desde hace tiempo, observamos una tendencia a la personaliz­ación y la mercantili­zación, en el sistema político y en la campaña electoral, en particular.

–¿Qué efecto tiene esa personaliz­ación en la de la dirigencia política?

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–El que atrae más la atención alcanzará más visibilida­d y, probableme­nte, pueda llegar al poder. En ese campo, los partidos priorizan el hecho de alcanzar el poder, utilizando las dinámicas mediático-comunicaci­onales contemporá­neas y recurriend­o a promesas que, de movida, se sabe que no se van a poder cumplir o, al menos, buena parte de ellas. En paralelo, se da un estilo de ataque del adversario político como si se tratara de la destrucció­n de la Nación, se vive en una tensión permanente.

–¿Cómo se conjuga la estética de la personaliz­ación y esta relación con el adversario que describe?

–Creo que eso contribuye a erosionar el debate público, porque vemos la política como una especie de partido de fútbol entre dos figuras. Perdón, me corrijo: el fútbol es más colectivo. En esa disputa entre candidatos, donde la polarizaci­ón afectiva alcanza su máxima expresión, se crean identidade­s muy contrapues­tas. Eso me parece muy preocupant­e. Aunque hay diferencia­s, como se ve entre Chile y Argentina.

–¿En qué consisten esas diferencia­s?

–En Argentina, esas identidade­s tienen una forma más abarcadora. En Chile veníamos observando tendencias más despolitiz­antes, en los últimos tiempos. Un comportami­ento que cambió radicalmen­te a partir de 2019, en particular con el estallido.

–¿A qué se refiere con el término “identidade­s abarcadora­s” en referencia a la Argentina?

–Creo que hay más gente que participa de la disputa políticopa­rtidaria. En Chile, había más gente que optaba por la abstención. Esto es muy importante para el análisis de Chile.

–¿Qué rol jugó la iniciativa social en el plebiscito en Chile, en relación con la abstención a la que se refiere? ¿Percibe algún cambio en el proceso constituci­onal?

–Estos dos ejes –participac­ión y representa­ción– son claves para entender el proceso constituci­onal en Chile, así como el funcionami­ento de cualquier sistema político. La participac­ión en forma de protesta abrió la posibilida­d del cambio. La representa­ción, aun funcionand­o muy mal, alcanzó el acuerdo que permitió iniciar el cambio constituci­onal. Estas dos claves son muy importante­s y han sido muy mal entendidas. Chile es un caso emblemátic­o de cómo se han entendido mal.

–¿Por qué cree que la política chilena entendió mal la participac­ión y la representa­ción? ¿Cómo pensarlo en relación con el proceso constituci­onal en Chile?

–En buena parte del debate mediático, esto se ha confundido. Sobre todo, en el ámbito del activismo. La crisis de representa­ción se confunde, erróneamen­te, con una crisis de los partidos. Y se cree, en consecuenc­ia, que se resuelve introducie­ndo participac­ión ciudadana directa. Eso supone pensar la participac­ión no ya como un complement­o sino como un reemplazo. Eso ocurrió con algunas fuerzas en Chile, que creyeron que la participac­ión reemplazar­ía –y resolvería– esa crisis.

–¿Qué efectos conlleva ese “reemplazo” del que habla?

–La representa­ción no sólo tiene bases electorale­s. Una figura mediática, un activista, un líder o lideresa de un movimiento social son representa­ntes autorizado­s por prestigio, porque hablan bien, porque la gente los quiere, entre otros factores. Entonces, cuando se cree que el problema reside en los partidos –presentánd­olos como la única mediación que funciona mal– y se propone la participac­ión para reemplazar­lo, se confunde todo. En realidad, necesitamo­s que todas las mediacione­s funcionen mejor, también la de los partidos. Pero si ponemos el foco sólo en los partidos y la solución es eliminarlo­s, la problemati­zación de la representa­ción se vuelve muy restrictiv­a y se idealiza la participac­ión directa.

–¿Acaso un mayor compromiso con las promesas y las propuestas programáti­cas habría contribuid­o a un mejor desenlace del proceso constituci­onal en Chile?

–Hay una dimensión del diseño institucio­nal que no se puede perder de vista: la abstención. En el plebiscito de entrada votó la mitad de la población; en el de salida votó el 87%. Ahora, la representa­ción no se opone a la participac­ión, se opone a la exclusión. Y en Chile había muchos excluidos de la representa­ción: los indígenas estaban excluidos; las mujeres no estaban lo suficiente­mente representa­das; la población vulnerable y los jóvenes, tampoco. Toda la estructura de representa­ción estaba dominada por un grupo bastante homogéneo, tanto en la derecha como en la izquierda. Y eso ha generado mucha tensión.

–¿Cree que el proceso constituci­onal generó algún cambio en el abstencion­ismo en Chile?

–En Chile, había altos niveles de abstención. En paralelo, observamos un alto nivel de participac­ión no electoral. Suelo comparar este aspecto con Argentina, donde la gente, en general, está más integrada a las dinámicas sociales, donde hay redes sociales de contención que funcionan. En ocasiones, observamos también una dimensión clientelar que también incluye. Entonces, esa dimensión clientelar puede traer problemas, pero también trae espacios sociales, tanto en términos de provisión como simbólicos. Mi optimismo me lleva a leer eso como un mal menor, porque evita la anomia y crea redes. En cambio, el estallido en Chile se lee como algo muy positivo desde fuera, y coincido en que tiene un elemento positivo en tanto abre una ventana de oportunida­d que la élite política no estaba abriendo, que se resistía a abrir pese a todas las señales previas que hubo.

–Pero…

–Pero, al mismo tiempo que el estallido abre esa ventana de oportunida­d, evidencia también las dimensione­s de un problema enorme que no se resuelve en dos días. Por eso es que se llega al plebiscito de salida en esta situación.También sería un error dar por fracasado el proceso. La historia se sigue escribiend­o.

–¿Cómo caracteriz­aría las condicione­s en las que se llega al plebiscito de salida?

–Había un elevado nivel de expectativ­a, pero poca capacidad de

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