“Sin capacidad de integración se pierde la disputa”
Lo que dejó en evidencia el reciente plebiscito: el mal funcionamiento de los partidos políticos, los problemas del sistema de representación, las agendas fragmentadas de los sectores populares. El caso de Chile y la Argentina.
◢
Varias semanas después del llamado “Plebiscito de salida” en Chile, gran parte de la ciudadanía no logra explicarse el aplastante triunfo del “Rechazo” a la nueva Constitución. En verdad, quienes apoyaban la opción de “el Apruebo” previeron este resultado, aunque no por una distancia de 20 puntos a favor de conservar una carta constitucional redactada durante la dictadura de Augusto Pinochet. PáginaI12 dialogó con Yanina Welp, investigadora argentina y miembro del Centro de Estudios de la Democracia Albert Hirschman, en Ginebra, Suiza. Welp pone en tensión el actual mal funcionamiento de los partidos políticos y, al mismo tiempo, sostiene la necesidad de no reemplazar el sistema de representación democrático. Estos argumentos resultan elocuentes para el análisis del proceso constitucional en Chile, desarrollado en extenso en esta charla.
–¿Por qué cree que los partidos no funcionan en las condiciones actuales, y por qué, según su mirada, la representación de los “independientes” tampoco sería una solución?
–Creo que, en el sistema político, hay un problema de incentivos; y quiero superar la idea de que hay buenos y malos. Personalmente, sé que hay proyectos malos, pero no es útil, para entender por qué el sistema político funciona mal, partir de esa base. Ciertos incentivos que buscan el interés individual pueden contribuir, a su vez, con el interés colectivo. Pero hay otros incentivos que contraponen el interés individual al colectivo. Creo que tal como funciona el sistema de partidos en la actualidad, los intereses de los partidos y los intereses generales se contraponen. De ninguna manera quiero promover la idea de una monocausalidad que explique esta problemática y, menos aún, sugerir que una única solución lo resolverá todo. Pero desde hace tiempo, observamos una tendencia a la personalización y la mercantilización, en el sistema político y en la campaña electoral, en particular.
–¿Qué efecto tiene esa personalización en la de la dirigencia política?
performance
–El que atrae más la atención alcanzará más visibilidad y, probablemente, pueda llegar al poder. En ese campo, los partidos priorizan el hecho de alcanzar el poder, utilizando las dinámicas mediático-comunicacionales contemporáneas y recurriendo a promesas que, de movida, se sabe que no se van a poder cumplir o, al menos, buena parte de ellas. En paralelo, se da un estilo de ataque del adversario político como si se tratara de la destrucción de la Nación, se vive en una tensión permanente.
–¿Cómo se conjuga la estética de la personalización y esta relación con el adversario que describe?
–Creo que eso contribuye a erosionar el debate público, porque vemos la política como una especie de partido de fútbol entre dos figuras. Perdón, me corrijo: el fútbol es más colectivo. En esa disputa entre candidatos, donde la polarización afectiva alcanza su máxima expresión, se crean identidades muy contrapuestas. Eso me parece muy preocupante. Aunque hay diferencias, como se ve entre Chile y Argentina.
–¿En qué consisten esas diferencias?
–En Argentina, esas identidades tienen una forma más abarcadora. En Chile veníamos observando tendencias más despolitizantes, en los últimos tiempos. Un comportamiento que cambió radicalmente a partir de 2019, en particular con el estallido.
–¿A qué se refiere con el término “identidades abarcadoras” en referencia a la Argentina?
–Creo que hay más gente que participa de la disputa políticopartidaria. En Chile, había más gente que optaba por la abstención. Esto es muy importante para el análisis de Chile.
–¿Qué rol jugó la iniciativa social en el plebiscito en Chile, en relación con la abstención a la que se refiere? ¿Percibe algún cambio en el proceso constitucional?
–Estos dos ejes –participación y representación– son claves para entender el proceso constitucional en Chile, así como el funcionamiento de cualquier sistema político. La participación en forma de protesta abrió la posibilidad del cambio. La representación, aun funcionando muy mal, alcanzó el acuerdo que permitió iniciar el cambio constitucional. Estas dos claves son muy importantes y han sido muy mal entendidas. Chile es un caso emblemático de cómo se han entendido mal.
–¿Por qué cree que la política chilena entendió mal la participación y la representación? ¿Cómo pensarlo en relación con el proceso constitucional en Chile?
–En buena parte del debate mediático, esto se ha confundido. Sobre todo, en el ámbito del activismo. La crisis de representación se confunde, erróneamente, con una crisis de los partidos. Y se cree, en consecuencia, que se resuelve introduciendo participación ciudadana directa. Eso supone pensar la participación no ya como un complemento sino como un reemplazo. Eso ocurrió con algunas fuerzas en Chile, que creyeron que la participación reemplazaría –y resolvería– esa crisis.
–¿Qué efectos conlleva ese “reemplazo” del que habla?
–La representación no sólo tiene bases electorales. Una figura mediática, un activista, un líder o lideresa de un movimiento social son representantes autorizados por prestigio, porque hablan bien, porque la gente los quiere, entre otros factores. Entonces, cuando se cree que el problema reside en los partidos –presentándolos como la única mediación que funciona mal– y se propone la participación para reemplazarlo, se confunde todo. En realidad, necesitamos que todas las mediaciones funcionen mejor, también la de los partidos. Pero si ponemos el foco sólo en los partidos y la solución es eliminarlos, la problematización de la representación se vuelve muy restrictiva y se idealiza la participación directa.
–¿Acaso un mayor compromiso con las promesas y las propuestas programáticas habría contribuido a un mejor desenlace del proceso constitucional en Chile?
–Hay una dimensión del diseño institucional que no se puede perder de vista: la abstención. En el plebiscito de entrada votó la mitad de la población; en el de salida votó el 87%. Ahora, la representación no se opone a la participación, se opone a la exclusión. Y en Chile había muchos excluidos de la representación: los indígenas estaban excluidos; las mujeres no estaban lo suficientemente representadas; la población vulnerable y los jóvenes, tampoco. Toda la estructura de representación estaba dominada por un grupo bastante homogéneo, tanto en la derecha como en la izquierda. Y eso ha generado mucha tensión.
–¿Cree que el proceso constitucional generó algún cambio en el abstencionismo en Chile?
–En Chile, había altos niveles de abstención. En paralelo, observamos un alto nivel de participación no electoral. Suelo comparar este aspecto con Argentina, donde la gente, en general, está más integrada a las dinámicas sociales, donde hay redes sociales de contención que funcionan. En ocasiones, observamos también una dimensión clientelar que también incluye. Entonces, esa dimensión clientelar puede traer problemas, pero también trae espacios sociales, tanto en términos de provisión como simbólicos. Mi optimismo me lleva a leer eso como un mal menor, porque evita la anomia y crea redes. En cambio, el estallido en Chile se lee como algo muy positivo desde fuera, y coincido en que tiene un elemento positivo en tanto abre una ventana de oportunidad que la élite política no estaba abriendo, que se resistía a abrir pese a todas las señales previas que hubo.
–Pero…
–Pero, al mismo tiempo que el estallido abre esa ventana de oportunidad, evidencia también las dimensiones de un problema enorme que no se resuelve en dos días. Por eso es que se llega al plebiscito de salida en esta situación.También sería un error dar por fracasado el proceso. La historia se sigue escribiendo.
–¿Cómo caracterizaría las condiciones en las que se llega al plebiscito de salida?
–Había un elevado nivel de expectativa, pero poca capacidad de