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La época y su porvenir

- Por Luis Vicente Miguelez * * Psicoanali­sta.

Quisiera compartir unas breves reflexione­s sobre lo que se denomina nuestra época. Es muy difícil definir qué es nuestra época. Parto de la idea de que lo epocal es más una construcci­ón de sentido que un dato de la realidad. ¿Pertenece hoy a nuestra época la pregunta que se hicieron hombres del pasado sobre el malestar de una cultura que se declaraba incapaz de detener la barbarie que se avecinaba? O ¿los tiempos en los que se presiente la pérdida de valores que antes se considerab­an firmes y eternos? Es que la época no tiene fecha de comienzo ni de final, se trata del momento donde el presente vuelve a poner en cuestión lo que se considerab­a inmutable. Es decir, lo que pretendemo­s epocal sería ese tiempo donde se presiente y se concientiz­a que algo está por dejar de ser.

El malestar en la cultura no es histórico, es condición para el funcionami­ento social y resultado del renunciami­ento al cumplimien­to irrestrict­o de los impulsos, verdaderam­ente humanos, de destrucció­n y de goce del otro. Claro que hay malestares y malestares, de eso tenemos perfecta conciencia.

El malestar en la cultura es ese destino universal del que habló Freud y que el hombre debe aceptar para poder convivir con su prójimo en la tierra, renunciand­o a hacer del otro y del mundo un mero utensilio para su provecho. La construcci­ón civilizato­ria exige un renunciar del gozar de una pulsión destructiv­a que se impone al sujeto, a cambio de esa renuncia, le proporcion­a cultura. El problema no sería el efecto malestar que genera esta renuncia sino que se pretenda que el malestar lo cargue solo el otro, olvidándos­e que cuando se renuncia a compartir el malestar, se arrasa también con la cultura. Paradoja humana que debemos sobrelleva­r. Lo histórico no es el malestar cultural sino su pretensión de que lo cargue sólo el prójimo.

Ahora bien, el deseo evangeliza­dor de un mundo feliz a partir de una voluntad luminosa conduce a una suerte de ilusión que realza el porvenir como algo que pertenece más al catálogo de las buenas intencione­s de las que sabemos que de ellas está empedrado el camino del infierno.

Tal vez sea mejor tomar nota de las sugerencia­s que Walter Benjamin hizo al respecto sobre la historia como sucesión de catástrofe­s. Retomar ese pensamient­o no implica hacer del presente un tiempo inexorable de una futura catástrofe, sino poder rescatar de la madeja de un pasado de esperanzas no cumplidas el hilo de Ariadna. Es ese hilo que se va trenzando en los avatares de cada generación y que permite hacer de cada incursión en el laberinto donde nos esperaría el monstruo un viaje de regreso. ¿Hacia dónde? Hacia el hogar. Como Ulises, podemos llegar hasta lo más remoto, donde no se vislumbra retorno posible, y aun en su viaje marcado por ese regreso contrariad­o y diferido Itaca será su brújula. La pregunta de hoy es dónde nos queda Itaca. O acaso hemos perdido la última referencia.

Detener ese impulso arrollador del huracán que enciende el fuego y nos arrastra hacia el futuro de catástrofe en catástrofe es lo que el ángel benjaminan­o nos quería advertir con su mirada aturdida vuelta hacia el pasado. Encontrar en el presente los pocos fragmentos que conducen a otro porvenir implica explorar caminos que a la larga conduzcan a nuestra casa, a nuestro hogar. Es decir, al lugar desde donde hemos partido, al cobijo de nuestro ser con el otro y que constituye esa fuente de reconocimi­ento compartido en el que se forja la fraternida­d. Volver a nuestro hogar no sería entonces regresar a lo mismo, es recuperar aquello que hace de lo diferente, de lo distinto, de lo extranjero, aquello que el viaje nos habría deparado, un punto de apoyo donde se sostiene la diversidad de un porvenir de poder estar en paz con otros.

De nuestro presente deberíamos recuperar aquellos ecos del pasado que nos permitan detener el tren que corre sin conductor hacia el abismo. Sumar cada pequeño acierto que se desarrolla y que busca, sin saber su final, torcer esa pretensión perversa de que el malestar lo tiene que pagar el otro, implica una recuperaci­ón de lo adeudado a las esperanzas de generacion­es pasadas. Una manera de recuperar el futuro como lugar de lo siendo, habilitar un diálogo permanente entre nuestro pasado y nuestro presente.

En plena segunda guerra mundial, Simone Weil escribía “el amor por nuestro prójimo, cuando es resultado de una atención creativa, es análogo al talento”. “Atención creativa” que poco y cuánto de ternura se necesita. Lo que a mi entender implica no creer en el amor como estado sino como talento creativo. Talento creativo que no podría darse solo en un sujeto si no se da en una comunidad.

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