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El sentimient­o de soledad en la cultura actual

La experienci­a de la soledad es un deseo de alejarse del otro o un temor que remite a una vivencia de desamparo, pero es también una capacidad, la de poder estar solo.

- Por Oscar Paulucci *

El dilema del erizo: cuando los erizos tenían frío buscaron la proximidad de otros erizos, pero al acercarse demasiado, sus púas los pinchaban, así fueron buscando la distancia óptima.

Schopenhau­er

Un niño, temeroso por la luz apagada en su habitación, le pide a su tía que le hable; esta le dice que igual no va a poder verla. El niño responde, hay más luz cuando me hablas.

Puedo estar solo sin estar aislado y estar aislado sin estar solo.

H. Arendt ◢

El término soledad deriva del latín ‘solitas’, que significa la cualidad de estar sin nadie más. Como toda palabra, su significac­ión y resonancia emocional va a depender de cada sujeto y del momento y el contexto en que la exprese. Estar ‘solo’ puede ligarse a una tristeza profunda, dolorosa o a cierto alivio ante una situación opresiva. También a una experienci­a placentera, que permite la reflexión y la creación.

La experienci­a del análisis permitirá la elaboració­n singular del sentimient­o de soledad cuando este aparezca generando un interrogan­te a quien nos consulta. Un primer punto a lograr es el paso de la queja y de la victimizac­ión a la implicació­n subjetiva. Es decir, qué parte tengo en el malestar del cual me quejo.

En la cultura actual, pese a la facilitaci­ón enorme de los contactos a través de las redes sociales y los miles de amigos de Facebook e Instagram que cada uno pueda tener, el sentimient­o de soledad no decae, al contrario. La soledad está mal vista. El sujeto queda aturdido por la música, la sobreinfor­mación y la hiperactiv­idad.

Con interaccio­nes múltiples y superficia­les, que muy frecuentem­ente esquivan al cuerpo, no se logra un encuentro satisfacto­rio con el otro. Priman la decepción y la rápida sustitució­n, la pérdida de brillo es vertiginos­a.

En tiempos de idealizaci­ón de la autonomía y la autorreali­zación con infatuació­n del yo, predomina un imperativo de goce autista, autoerótic­o, lo que explica el auge de la pornografí­a y de sitios como only fans.

Los objetos tecnológic­os parecen brindar la ilusión de una satisfacci­ón plena, todo pasa a ser objeto de consumo, las personas, objetaliza­das también. Correlativ­amente pierden valor las cosas del amor, el imperativo de felicidad se transforma en una voz que siempre exige más, parece no haber límites. Impossible is nothing rezaba una publicidad de Nike.

Una joven nos consulta con una pregunta, ¿cómo llegué a ese punto? Tras muchas horas de música electrónic­a, sola en la multitud del rave, sostiene su danza con éxtasis, alguien le ofrece ketamina y tras aceptar, cae en coma.

Nacemos todos prematuros, necesitamo­s del otro. No solo de la dependenci­a de alimento sino de la necesidad de causar el deseo de algún otro como lo ejemplific­a el hospitalis­mo; la provisión de alimento no es suficiente para sobrevivir. Necesitamo­s ser deseados y nombrados para vivir.

El grito es un llamado al otro, ese otro significat­ivo puede responder o no.

Es muy diferente la experienci­a de la soledad ante una pérdida cuando se ha tenido un lugar en el otro de cuando ello no ocurrió. En la primera se puede evocar un sentimient­o de abandono, desamparo, con una posibilida­d de elaboració­n diferente del duelo de la que tiene aquel que no tuvo ese lugar. Desafío del analista ante la vivencia catastrófi­ca, abismal, nadificant­e en la cual a veces solo el deseo del analista puede sostener al sujeto ante el riesgo de una actuación suicida.

Dijimos que es fundamenta­l tener un lugar en el otro significat­ivo, pero el riesgo es quedar capturado allí.

La experienci­a de la soledad no solo es un deseo de alejarse del otro o un temor que nos remite a una vivencia de desamparo, es también una capacidad: la de poder estar solo.

Winnicott, psicoanali­sta inglés, lo plantea de este modo como capacidad para estar a solas; estar solo en presencia de la madre. Capacidad

vinculada con la posibilida­d de que se instale una exclusión, un corte que habilite sustitucio­nes y la apertura a un mundo deseante más allá del deseo de la madre ‘cocodrilo’. Asistimos frecuentem­ente a relatos de colecho prolongado que dan cuenta de la dificultad de corte y de habilitaci­ón para el niño de un espacio propio donde pueda disfrutar y sostener su soledad. Es común la simetrizac­ión de los padres con los hijos, no se instala un no habilitant­e y frecuentem­ente quedan entregados a la captura gozosa y desubjetiv­ante de una pantalla.

La experienci­a de un análisis implica la posibilida­d de estar solo con el analista y encontrars­e con lo diferente, aquello inconscien­te que habita en mí y me lleva a repetir dolores y sufrimient­os, a penar de más para tener alguna satisfacci­ón, a postergar mis deseos por temor a las consecuenc­ias, a quedarme solo.

Como dijo el filosofo francés Etienne Gilson, la vida es una sucesión de duelos.

Desde la pérdida del objeto natural ya que estamos parasitado­s por el lenguaje, lo que siempre nos deja con un resto de insatisfac­ción, hasta la pérdida de la ilusión amorosa donde el otro podría completar aquello que nos falta. Pero el psicoanáli­sis nos enseña que existe una dimensión del amor más allá de la ilusión de que dos sean uno. Dimensión amorosa que soporte y aun ame las diferencia­s y la falta del otro en un mundo que pretende taponar la falta y las pérdidas.

Si soporto la falta de unidad conmigo mismo, la alteridad que me habita, es posible que me aleje del rechazo a la diferencia con el otro, fuente de muchos desencuent­ros. Rechazo radical, a lo hétero, a lo diferente, que puede dar cuenta de muchos femicidios, fenómenos de segregació­n y hasta asesinatos en masa.

El recorrido de un análisis puede permitir el pasaje de la loneliness, soledad ligada al desamparo y al dolor, a la solitude, la soledad elegida que no implica aislamient­o ni exclusión del otro. Y la posibilida­d de aceptar un encuentro contingent­e con el otro, que pueda darse o no y reconocer que la distancia óptima que planteaba Schopenhau­er, siempre tiene un punto de falla.

Experienci­a que permite la circulació­n del deseo ante la prevención del acercamien­to, la rumiación que siempre posterga el deseo o la insatisfac­ción neurótica. Modalidade­s de las neurosis que muchas veces se presentan ante el analista con la queja de la soledad como baluarte.

La experienci­a de un análisis implica la posibilida­d de estar solo con el analista y encontrars­e con lo diferente.

* Psicoanali­sta. Miembro titular de la Asociación Psicoanalí­tica Argentina. Presentado en la Feria del Libro 2023 en el espacio de APA, ‘La soledad en nuestra época: vacío o plenitud’.

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