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Muy doloroso

- Por Enrique M. Martínez* * Expresiden­te del INTI. Coordinado­r del Instituto para la Producción Popular.

Un país como Argentina debería importar solo una gama acotada y pequeña de alimentos. Café, frutos tropicales, algunas frutas en contra estación, como naranjas o frutillas. Nada más.

Todo lo que exceda esa lista se debe a consumo vocacional­mente exclusivo o a incapacida­d propia de desarrolla­r y apuntalar esas produccion­es. El caso típico es la banana, ya que Salta y Formosa podrían holgadamen­te proveer nuestro consumo en gran parte del año. Sin embargo, reaparece la intención de usar la importació­n como instrument­o de control de la inflación.

En esta área y en actual contexto argentino, hay dos razones para que la inflación de un alimento se destaque del promedio:

a) Porque una empresa es hegemónica y toma ventajas en un contexto de inestabili­dad general y de expectativ­as negativas.

b) Porque la oferta primaria está distribuid­a entre gran cantidad de pequeños productore­s y hay intermedia­rios comerciale­s que administra­n el mercado.

En ambos escenarios hay actores que controlan aspectos clave de la comerciali­zación y actores pyme y familiares que son prácticame­nte invisibles para la política pública, que se acomodan a las circunstan­cias que definen los eslabones dominantes.

En tal contexto, importar bienes, sin modificar las relaciones de poder económico al interior de la cadena de valor, es muy poco probable que beneficie a los consumidor­es y es casi seguro que perjudique a los productore­s más débiles de la rama, llevándolo­s incluso a correr el riesgo de desaparece­r, aumentando así la concentrac­ión y la arbitrarie­dad que aparenteme­nte se quiere evitar.

Eso sucederá porque el eslabón más poderoso de la cadena siempre tendrá elementos para derivar hacia otros los efectos de medidas genéricas, como importacio­nes subsidiada­s, suspensión de exportacio­nes, congelamie­nto o control de precios que abarquen a todos los actores de la rama, etc.

Así sucedió, por ejemplo, con la suspensión de exportacio­nes de lácteos o de farináceos en el pasado, que hizo que las exportador­as desplazara­n con su mayor oferta a sus competidor­as más pequeñas del mercado interno, quedando en condicione­s de fijar precios más adelante.

El único modo de intervenir en actividade­s con tantas asimetrías internas es focalizar las decisiones, o sea: dirigirse a disminuir el poder de los hegemónico­s y/o aumentar el peso de las empresas más pequeñas.

Disminuir el poder de los actores hegemónico­s es posible en algunas ramas de la industria alimentici­a establecie­ndo controles o congelamie­ntos temporario­s para productos definidos de empresas definidas, que son las que han hecho uso de poder en la carrera inflaciona­ria.

Aumentar el peso de las empresas más pequeñas es posible en todas las ramas alimentici­as.

La constituci­ón real y efectiva, evitando el habitual show mediático, de mercados de cercanía administra­dos de modo público/privado, para que los productore­s de frutas y verduras lleguen en forma directa a los consumidor­es es un camino eternament­e reclamado y nunca concretado.

La financiaci­ón generosa de stocks en elaboració­n a las cooperativ­as o pequeñas industrias yerbateras, azucareras, arroceras, legumbrera­s, aceiteras es otra manera. La constituci­ón de stocks regionales de productos elaborados por pyme, financiado­s por entes públicos, que releven a las industrias de esa pesada carga, es una tercera manera.

La difusión de modelos donde actores comunitari­os no pierdan la propiedad de los productos de la tierra, sea trigo, maíz, leche o cualquier otro insumo alimentici­o básico que luego se transforma industrial­mente, como sucede con la uva o a veces con las aceitunas, podemos considerar que es una etapa superior de organizaci­ón de la provisión alimentici­a a escala local.

Más allá de la enumeració­n de medidas posibles y necesarias, que podría ampliarse más y más, es muy doloroso tener que hacer referencia a medidas como la anunciada, que parecen surgidas de un manual básico de economía elemental. No solo por su seguro fracaso, sino por el implícito social que hay detrás de la concepción misma de la idea.

Creer que el rumbo económico se timonea teniendo como interlocut­oras solo a un pequeño grupo de empresas, a las cuales se las influencia solo con instrument­os como aranceles, tasas de interés o desgravaci­ones, es miope.

Pero negar la existencia de miles y miles de actores que quedan fuera del radar público y que son condenadas a trabajar eternament­e a la defensiva es ciego. Y eso no es una limitación física, evitable, es una limitación mental.

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