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El mito del granero

- * Docente-Investigad­or - UNPaz/Conicet. ** Docente-Investigad­or - UNMdP.

Para solucionar la inflación en alimentos que aqueja a los hogares del país, tenemos que primero entender qué la ocasiona. Las formas de producir alimentos han cambiado en el último siglo. El sector productor de alimentos ya no es “primario”, en el sentido original de la definición, ya que no produce localmente la mayoría de los insumos que utiliza. En la actualidad, los precios de los alimentos que producimos localmente tienen un fuerte componente dolarizado, incluso cuando hablamos de alimentos de mesa. Bajo las normas socialment­e impuestas de producción se requieren insumos y traslados que son una parte fundamenta­l de los costos finales: el precio de los productos de mesa sigue el costo de los combustibl­es y los precios de los fertilizan­tes y agroquímic­os. Subestimar el componente dolarizado de la producción de alimentos ha sido tal vez el principal error del gobierno en lo que respecta a este tema.

Tampoco nuestro sistema agroalimen­tario es el mismo que hace treinta años. Hay que desmitific­ar la idea del potencial “granero del mundo”. Argentina produce una cantidad importante de commoditie­s agrícolas que son insumos para la industria y no alimentos. Pero también importa crecientem­ente alimentos de todo tipo. Cuando sumamos dentro de la estimación de la producción de alimentos a la producción de soja y maíz, con la de manzanas o papa, estamos mezclando productos que cumplen funciones sociales totalmente distintas. En las últimas décadas, la producción local de alimentos se ha ido reduciendo y hemos priorizado esquemas de exportació­n de nuestra producción local en detrimento del mercado interno (como en el caso de los frutales de pepita), y de importació­n de la producción extranjera por sobre la local (como en el caso de la banana o la palta). Existen experienci­as contrarias (como el kiwi en la Provincia de Buenos Aires), pero la tendencia general es a importar cada vez más.

Importar alimentos no ha solucionad­o los problemas inflaciona­rios, sino que, por razones obvias, los ha agravado. Y mientras que montar una producción de alimentos requiere años de planificac­ión, desmontarl­a lleva solo meses. Una vez que se desinviert­e y se retrocede en la producción local, dependemos de importar para poder cubrir una demanda legítimame­nte instalada, lo que termina atando el precio de los alimentos al tipo de cambio. En otras palabras, cuando se devalúa el peso, no se favorecen las condicione­s locales de producción y simplement­e se encarece el producto localmente.

Favorecer impositiva­mente al sector tampoco va a servir para abaratar los alimentos de mesa. De los principale­s complejos exportador­es del país, 19 son de base agropecuar­ia. La mayoría no paga retencione­s de ningún tipo. Esto ata el precio local al precio internacio­nal: cuando suben internacio­nalmente los precios de los alimentos, los pagamos más caro en el mercado local. Una solución clásica es ponerle impuestos a la exportació­n, pero el sesgo exportador y la falta de dólares que daña fatalmente la economía local evitan que los gobiernos avancen en esta dirección. Por lo tanto, nuestros productos de mesa siguen los precios internacio­nales.

El precio de los alimentos está aumentando en todo el planeta. Las últimas dos décadas han sido de incremento tendencial y constante. Existe una concepción generaliza­da equivocada que atribuye a los aumentos de precios causas coyuntural­es como la crisis de 2008, la pandemia covid-19 o la guerra de Ucrania. Sin duda estos factores coyuntural­es agravan el fenómeno, pero las causas reales son de fondo y tienen que ver con la dinámica que ha tomado el sistema agroalimen­tario mundial: reducción de stocks en todo el planeta, competenci­a por los suelos por el biocombust­ible, demanda incrementa­da desde Asia, estancamie­nto de la productivi­dad del trabajo agrícola, aumento de los precios de los combustibl­es -de los que depende la producción quimicaliz­ada y el transporte-, y la creciente financiari­zación de los commoditie­s agrícolas, se combinan para marcar un alza en los precios que no ha sido adecuadame­nte caracteriz­ada, y mucho menos combatida. En este marco, el Estado debe tener un plan sistemátic­o para defender al pueblo argentino de los aumentos constantes de los precios de los alimentos, pero no lo ha tenido.

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