Pagina 12

El sueño de la centrodere­cha Cri en 2019, es innegable mo opción electoral, gestión mediocre.”

Los investigad­ores explican cómo actuaron las coalicione­s sociales y políticas que apoyaron y bloquearon el proyecto del PRO, las amenazas internas y la creciente “derecha de la derecha”.

- Por Natalia Aruguete

◢ La realidad política argentina es vertiginos­a. La centrodere­cha se consolida como partido y, a la vez, cristaliza sus facciones: las moderadas y las extremista­s disputan sus posiciones en el ágora. El peronismo sigue sin candidato firme y el “mileismo” crece y se presenta como electoralm­ente competitiv­o. Todo esto, en un año electoral donde la polarizaci­ón política alcanza su punto álgido. En este escenario, los investigad­ores Mariana Gené y Gabriel Vommaro dialogan con PáginaI12 sobre El sueño intacto de la centrodere­cha (Siglo XXI), un libro donde recorren el derrotero de Juntos por el Cambio, así como las coalicione­s sociales y políticas que apoyaron y bloquearon su proyecto, amenazado por sus propias internas y, más aún, por la “derecha de la derecha”, en franco crecimient­o.

–En su libro El sueño intacto de la centrodere­cha, presentan a la coalición Juntos por el Cambio (JxC) como un partido arraigado que, sin embargo, en los últimos años se encuentra con algunos desafíos de cara a las elecciones. ¿En qué consisten esos desafíos en este año electoral?

Gabriel Vommaro: Escribir este libro hoy obliga a analizar la complejiza­ción de la vida interna de Juntos por el Cambio y, al mismo tiempo, la aparición de una derecha de la derecha robusta, electoralm­ente en crecimient­o y con mucha capacidad de incidencia pública. Desde la derrota de Mauricio Macri en 2019, es innegable que JxC se consolidó como opción electoral –pese a haber tenido una gestión mediocre– y se ordenó como coalición en torno al PRO y a la figura de Macri. Al mismo tiempo, comenzó a haber una disputa por el poder en el interior del PRO en los últimos años, lo cual desajusta la coordinaci­ón y la disciplina interna que tenían. Por si fuera poco, los radicales hoy también quieren discutir el poder interno.

–¿Y en el frente externo?

G.V.: –El segundo desafío es cómo responde el PRO, ya no a la épica antipopuli­sta sino al hecho de ser colocado, por parte de la extrema derecha, en el lugar del establishm­ent con rasgos propios de una centraliza­ción tibia.

–Dentro de las facciones que hay en el PRO, ¿quiénes aparecen como más competitiv­os electoralm­ente?

G.V.: –El PRO pasó de una estructura interna organizada en facciones por origen político partidario y no partidario –tales como empresario­s y miembros de ONG– a una estructura interna de competenci­a basada en grupos y facciones, organizada­s por liderazgos. El liderazgo dentro del partido lo ejercían Macri, Larreta, Bullrich y, en menor medida, Vidal, que claramente se va desdibujan­do. Luego hay grupos internos vinculados con liderazgos provincial­es o municipale­s. Eso hace que el partido tenga una estructura muy dependient­e de la competenci­a entre líderes más que entre ideas. Sí conviven esas dos miradas que expresan Bullrich, quien apuesta a polarizar y tomar posiciones más nítidament­e conservado­ras, y Larreta, que cree que hay que correrse para el centro.

–¿Cuál de estas posiciones es más competitiv­a de las dos?

G.V.: –Es muy difícil decirlo. La lección que saca Larreta del gobierno de Macri es que faltó más conciliaci­ón, más integració­n e incorporac­ión de aliados; eso se contrapone con la interpreta­ción de Macri y Bullrich, que tienen la idea de que faltó ir más rápido y ser más agresivos. Hace cuatro años, Larreta tenía una posición más consistent­e con los hechos. Pasado el tiempo, en un contexto en el que se agudizó la polarizaci­ón y creció el espectro de derecha y, en particular, la oferta de Milei, parece que la apuesta de extremar y radicaliza­r tiene más asidero.

–En el libro aluden a la “disyuntiva” que enfrenta la derecha en la Argentina. ¿En qué consiste esa disyuntiva? ¿Puede ser extensible a la región?

Mariana Gené: En distintos países de América Latina hay un espacio político en el que están las derechas mainstream y lo que Gabriel llamó la “derecha de la derecha”. Los votantes más enojados, más polarizado­s y descontent­os, que en algún momento se acercaron a las derechas tradiciona­les que buscaban la moderación o cierto realismo político para gobernar, ahora son cooptados por estas derechas radicales. En otros países, como Brasil, esto es más fuerte. Allí, Jair Bolsonaro encarnó ese sentimient­o antipartid­os políticos tradiciona­les. En Argentina todavía no pareciera ser el caso, pero no es imposible que ocurra.

–¿Por qué?

MG: Todavía la polarizaci­ón mantiene muy diferencia­das a las coalicione­s de JxC y el FdT. Quizá entonces, para Javier Milei sea más difícil arraigar ese sentimient­o “anticasta”. Hay una complejida­d adicional. Para Milei, Larreta es parte de la casta, pero Patricia Bullrich y Macri son líderes con los cuales estaría dispuesto a ir a una interna. Esa distinción permite que Juntos por el Cambio apueste a retener esos votantes. El problema está en la necesidad de un equilibrio para retener a los votantes más radicaliza­dos y más indignados, que piden discursos más nítidos y agresivos y, al mismo tiempo, a los que están en el centro ideológico. La centrodere­cha no puede perder de vista ese espacio del centro. Conocemos poco de la construcci­ón partidaria de la Libertad Avanza o vemos que es muy débil, pero el escenario ya no es tan claramente bicoalicio­nal. Y esa tercera fuerza de derecha tironea a JxC.

–¿Qué efectos tiene la renuncia de Mauricio Macri a su candidatur­a en la reconfigur­ación de JxC?

G.V.: –Ya cuando escribimos el libro, Macri no nos parecía un candidato serio y sólido para las presidenci­ales, sino que estaba a lo que ya era sabido para que valiera caro su lugar de líder del partido y para ceder terreno lo más lentamente posible a la interna de sus dos principale­s desafiante­s. El anuncio de Macri clarifica un escenario previo que ya estaba prefigurad­o, quita un poco de ruido, pero no creo que incline la balanza a favor de uno u otro de los principale­s contendien­tes de JxC. Sí facilita la relación con los socios de la Coalición, sobre todo los radicales, que estaban disconform­es con la idea de que Macri siguiera manteniend­o una posición central en la toma dedecision­es.

–Volviendo a 2015, ¿cuáles fueron los momentos que el PRO capitalizó para consolidar­se y ganar las elecciones de 2015?

G.V.: –Pasaron varias cosas. Por primera vez había en Argentina un partido de centrodere­cha que se sostenía en el tiempo. Con dificultad, pero se expandía. El PRO no buscó atajos, no fue como colectora del peronismo, por ejemplo. Hubo una apuesta de Macri y su grupo de formar una marca partidaria diferencia­da del resto, que pudiera ser competitiv­a. Una apuesta a controlar la expansión territoria­l sin lotear el partido, como sí le ocurre a Milei. Una cuestión central fue la división del peronismo, que entró en crisis a partir del 2013. En ese momento, empezó a dividirse el voto peronista, perdió aliados y se debilitó la coalición peronista-oficialist­a. En segundo lugar, los posibles competidor­es por el voto no peronista fracasaron en sus intentos de construir una alternativ­a para la victoria. Es decir que el partido con programa, con candidato y con posibilida­des de enfrentar con éxito al peronismo era el Pro y era Macri. Después hubo otros episodios: Carrió dejó a Pino Solanas hablando solo y comenzaron las conversaci­ones secretas del Pro con Ernesto Sanz. Finalmente, Gualeguayc­hú fue la consolidac­ión del giro radical a la derecha.

–Ya que mencionan a Milei, ¿en qué se distinguen y en qué coinciden, la construcci­ón de Cambiemos/JXC y la de La libertad avanza?

G.V.: –En la mayor parte de las provincias, Milei arma con los políticos disponible­s de los partidos tradiciona­les, incluidos los conservado­res y autoritari­os como Bussi, que formaron parte de otras coalicione­s: fueron parte de Acción por la República, de Recrear, que intentaron o fueron parte del PRO, aunque no todos.

–En algunos capítulos hablan de los “peronistas en el PRO” y en otros, del ingreso del partido radical a la Coalición Cambiemos. ¿En qué se distingue la incorporac­ión de unos y otros?

M.G.: –En su historia, el PRO se formó con distintos linajes. Algunos recién entraban en la política y otros, en cambio, tenían experienci­a: entre ellos, radicales y peronistas. Radicales y peronistas en el PRO hubo desde siempre. Allí observamos una división del trabajo, ya que se incorporar­on al poder legislativ­o más que en el gabinete de Macri. Pero una vez conformado Cambiemos, llegaron

“Más que pensar qué fuerza es más competitiv­a, hay que pensar quién tiene más chances de ser efectivo a la hora de gobernar.”

“Desde la derrota de Mac que JxC se consolidó com pese a haber tenido una g

de formas muy distintas. Los radicales llegaron como partido; de allí la importanci­a de la convención de Gualeguayc­hú. Y lo hicieron resignando parte de su programa político; fueron “furgón de cola” del PRO.

–¿Y los peronistas en el PRO?

M.G.: –En este caso no hubo una alianza entre el peronismo y el PRO, sino camadas de peronistas que fueron llegando al PRO. Los primeros llegaron cuando el PRO se formó; más tarde hubo un conjunto de peronistas que llegaron para la opción “Macri presidente”, que cumplieron la función de armadores: le trajeron destrezas al PRO y un saber hacer de la política que fue muy importante.

–¿Qué aportó esta segunda camada de peronistas en el PRO?

M.G.: –El objetivo era nacionaliz­ar el partido, definir cuáles eran los mejores candidatos, buscarlos y convencerl­os. Intentar el mejor armado electoral del que fueran capaces de cara a 2015. Y posteriorm­ente, Emilio Monzó, Rogelio Frigerio y sus segundas líneas cumplieron el papel de negociador­es políticos, tareas relacionad­as con esa mediación política que, quizás, muchos de los “PRO puros” no hacían con tanta destreza.

–En su investigac­ión, el año 2017 aparece como el punto más álgido del gobierno y, al mismo tiempo, como el “inicio del fin”. ¿Cómo se inscribe en este derrotero la reforma previsiona­l del 14D?

G.V.: –La sanción de la reforma previsiona­l del ’17 fue una “victoria pírrica”.

–¿En qué sentido “pírrica”?

G.V.: –En el año 2017, el gobierno ganó las elecciones de medio término. Esteban Bullrich, una figura con bajo conocimien­to y un perfil poco bonaerense, le ganó a Cristina Fernández en la provincia de Buenos Aires. Esa victoria les dio el impulso y el respaldo para avanzar políticame­nte con una agenda de reformas más explícita. Macri propuso la reforma previsiona­l, la reforma impositiva, la reforma laboral. La primera reforma fuerte fue la previsiona­l. Cambiemos logró aprobarla, pero con un costo enorme en términos de desgaste interno. Esa reforma tensó mucho la coalición, generó rispideces entre Macri y sus armadores políticos, con su ministro del Interior, con los radicales, con Carrió y con los peronistas.

–Si las reformas tuvieron costos políticos. ¿Hay margen para implementa­r reformas radicales en un potencial nuevo gobierno de JxC?

M.G.: –Más que pensar qué fuerza es más competitiv­a, hay que pensar quién tiene más chances de ser efectivo a la hora de gobernar. Uno puede pensar que la posición más radical en términos reformista­s requiere un escenario de debilitami­ento de la fuerza de la coalición sociopolít­ica peronista, un escenario en el que los sindicatos, los movimiento­s sociales y el peronismo estén debilitado­s. Eso les daría más espacio para un reformismo más agresivo. En tanto que la posición más moderada supone que es necesario negociar, al menos, con una parte de esa coalición sociopolít­ica para llevar a cabo las reformas. Está claro que, aun en los momentos de gran crisis económica y social, los sectores populares con capacidad de movilizaci­ón no cederán terreno

“En un contexto en el que se agudizó la polarizaci­ón y creció el espectro de derecha, parece que radicaliza­r tiene más asidero.”

tan fácilmente ni bajarán su agenda y sus demandas como la opción conservado­ra querría. También es cierto que esta es la primera vez que un gobierno peronista tiene una performanc­e tan pobre para su base, y eso no sabemos qué efecto puede tener. Es muy complicado pensar qué puede pasar, pero sí es claro que el escenario es más pesimista de lo que fue en 2015 aunque más optimista para las fuerzas populares de lo que querrían las miradas reformista­s radicales.

–¿Por qué marcan el 2017 como el principio del fin?

G.V.: –Es el principio del fin de la fortaleza política que había conseguido el gobierno de Macri para implementa­r reformas. A partir de allí, distintos bloques actuaron de manera bastante coordinada. Entre distintas facciones del peronismo, movimiento­s sociales y sindicatos empezó a circular la idea de que era necesario rearmar la coalición peronista.

–En el libro toman una investigac­ión de Ana Natalucci. Ella sostiene que, aunque hubo resistenci­a y movilizaci­ón social durante el macrismo, no fue en ese período cuando se dio el pico de movilizaci­ones sino en el segundo mandato de Cristina Fernández. ¿La cantidad de movilizaci­ones es un indicador suficiente para medir el nivel de conflictiv­idad social que genera un gobierno?

M.G.: –Hay varias fuentes que marcan una cantidad levemente menor de manifestac­iones durante el macrismo. También es cierto que durante la última etapa del gobierno de Cristina hubo un desmejoram­iento de las condicione­s económicas, un agotamient­o del giro a la izquierda y un cierto desencuent­ro de la coalición del peronismo. Al mismo tiempo, en el macrismo había mucha preocupaci­ón por el peligro de la conflictiv­idad social: el fantasma de un gobierno no peronista que no pudiera controlar la calle. Pero frente a esa preocupaci­ón de Cambiemos, los líderes de los movimiento­s sociales –entrevista­mos a varios– asumían que no podían “pudrir todo” con un gobierno que acababa de asumir, legitimado en las urnas. Y porque, además, iban a tener a los medios de comunicaci­ón en contra.

–¿Creen que Cambiemos logró controlar la conflictiv­idad social?

M.G.: –Quizás los cálculos que hacían unos y otros no coincidían, pero la conflictiv­idad social era una preocupaci­ón fundamenta­l para muchos de los líderes de Cambiemos. En distintas etapas, el gobierno negoció a cambio de esa paz social; eso habilitó ciertos avances en la agenda de los movimiento­s sociales: beneficios segmentado­s particular­es para los sindicatos y también leyes favorables para los movimiento­s.

–¿Cómo cuáles, por ejemplo?

M.G.: –La ley de emergencia social o el registro nacional de barrios populares. Y también trazó relaciones importante­s con algunos referentes de los movimiento­s sociales. Por supuesto que eso también generaba tensiones al interior de la coalición, con sectores que no veían como importante negociar con estos sectores.

–Aunque Cambiemos gobernó en Nación y en AMBA al mismo tiempo, ustedes señalan que hubo una “nacionaliz­ación débil” del PRO. ¿Por qué?

G.V.: –Lo que ocurrió es que el control estuvo centraliza­do en el Pro, incluso el uso de la marca. El Pro diseñaba las campañas llave en mano en la ciudad de Buenos Aires. Esa dinámica centraliza­da durante años en el gobierno porteño se reprodujo con más fuerza durante la gestión 2015-2019. Respecto de la comunicaci­ón de gobierno, la expansión política siguió muy centraliza­da en la jefatura de gabinete. La figura de Marcos Peña, por caso, le dio mucha coherencia y mucha coordinaci­ón al PRO y a la coalición de gobierno. Pero, al mismo tiempo, generó dificultad­es para incorporar grupos locales que reclamaban algo de autonomía y libertad de acción. Por el contrario, esos sectores se encontraba­n con un PRO muy centraliza­do, muy férreo y verticalis­ta, que les daba pocas posibilida­des de crecimient­o político.

–¿Cómo afectó ese verticalis­mo con el radicalism­o?

G.V.: –Allí donde el radicalism­o siguió siendo fuerte y controlaba el gobierno, el PRO tuvo menos espacio para crecer y expandirse.

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I Jorge Larrosa

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