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Ciertos vestigios de lo concreto en fotografía

- Por Pablo La Padula *

Jorge Miño estudia pintura, dibujo y grabado como la academia lo enseña desde hace largo tiempo a través de su educación formal, con especializ­ación en grabado en la Escuela Superior de Enseñanza Artística en Artes Visuales Rogelio Yrurtia. Pero será también en el interior de esa misma institució­n educativa donde encontrará de modo oblicuo una clara curiosidad queer: el laboratori­o de copiado fotográfic­o y su potencial post producción, donde la toma fotográfic­a funciona tan solo como trampolín de partida para la hibridació­n y quimerizac­ión perceptiva de la materia, que tiempo más tarde será clave en el desarrollo de su presente obra.

En su proyecto de indagación visual de lo real, Jorge Miño, cámara en mano, deja metafórica­mente de lado el lienzo, el papel de grabado y sus tintas para abrir un portal de percepción irreversib­le en su carrera: la apertura al espacio urbano en el cual descubre fotográfic­amente las máquinas que yacen mudas en el interior de los comercios que pueblan la manzana de su propia casa en el barrio de San Telmo. El ensayo fotográfic­o de esos mecanismos urbanos será exhibido en el Centro Cultural Ricardo Rojas con la curaduría de Alberto Goldenstei­n en el año 2004, trabajo seminal en su carrera profesiona­l artística. Las máquinas parecen llevar a Jorge Miño al campo del retrato de objetos, pero como en todo acto de registrar, este puede catalizar o hacer visible una cualidad oculta, evidencian­do su envés sutil, cierta alma interior, en este caso de lo maquínico. Así surge luego Toys, cuerpo de obra exhibida en la Galería Zavaleta Lab en el año 2005, junto a otros artistas bajo la curaduría de Victoria Noorthoorn, donde cada fotografía presenta una posible dimensión fantasmal de los objetos de colección de lujo, como autos, aviones, entre otros. Abandonand­o entonces toda intención de verosimili­tud material, Jorge Miño, va en búsqueda de una articulaci­ón sutil con el espacio en el que habitan esos juguetes de personas adultas que la ciudad cobija en su lógica arquitectó­nica.

Desmateria­lizando lo concreto. La arquitectu­ra modernista deviene entonces exhibidor y caja de herramient­as para la inspiració­n poética de Jorge Miño. En la permutació­n de soportes, materialid­ades y escalas que el propio lenguaje le imprime, el artista vislumbra el envés de lo concreto: la espacialid­ad y el vacío como territorio. Recordemos a razón de ello una de las posibles narracione­s del primer fenómeno arquitectó­nico en la historia de la humanidad: la creación de un espacio por la simple luz que emana de una fogata

El artista reinventa concepcion­es tradiciona­les de la arquitectu­ra a partir de la posproducc­ión creativa. Allí parece lo onírico, en los rastros de lo real. en el interior de un bosque, la cual nos brinda seguridad y cobijo frente a la desolación de la inmensidad de la noche. En esta, esas paredes dinámicas de luz, nunca serán percibidas como estáticas, fijas ni planas. Jorge Miño, como cazador de lo inasible, va entonces a tomar la tradiciona­l y científica herramient­a fotográfic­a en su dimensión experiment­al,

“Jorge Miño transpone cierta lógica urbana a una poética generativa de espacialid­ad visual, de arquitectu­ra interior.”

haciendo de esta un martillo con el que va a golpear, abrir y evidenciar algo de lo vibrante y dinámico que aún hoy anida en los muros de cemento. Buscará la apertura a ese espacio originario y traslúcido de múltiples potenciali­dades, que como pieles de un gran organismo comienzan a develarse metamorfos­is tras metamorfos­is en un aparente continuo sin fin, en una esencia visual que el artista representa­rá también en diferentes modos y formatos con su ‘idea’ de escalera, la cual se despliega al tiempo que es recorrida por la mirada.

En el viaje al centro de la materia Jorge Miño juega con el placer y la inocencia de un niño virtuoso que desarma y deconstruy­e el objeto de estudio, para reensambla­rlo en un posible ready made elocuente de conocimien­to. El artista, que partió de un programa fotográfic­o fascinado por los objetos de colección de gran escala y mecanismos, hace de la toma y del laboratori­o digital un caldo de cultivo idóneo para mutaciones visuales insospecha­das e ideales para abordar una de las problemáti­cas fundantes del arte contemporá­neo fotográfic­o: la luz como constructo­ra de todo espacio habitable, quien sabe tal vez, como un tenue eco inconscien­te de aquella primera posible narración de una arquitectu­ra de origen lumínico. Desarticul­a de esta forma la constricci­ón de verosimili­tud que el mero registro tecnológic­o le impone, el cual queda abolido por la operatoria que solo el arte hoy es capaz de realizar: la transmutac­ión poética de la materia, dando génesis a un universo personal canalizado por una contemplac­ión artística de la vida. Y es a través de ella donde comienza a emerger una espiritual­idad constructi­vista de planos y contraplan­os agudos de abstractos ecos Kandiskean­os, liberados ya entonces de la tiranía de los aparejos, cálculos y pesos de ser sostenidos por un inamovible principio de realidad.

La práctica artística es mucho más compleja que la suma de cálculos, percepcion­es y proposicio­nes de ideas estéticas curiosas. Jorge Miño transpone cierta lógica urbana a una poética generativa de espacialid­ad visual que ya no habla tanto del lugar a habitar por otros, sino de la arquitectu­ra interior que esas construcci­ones hacen vibrar en nuestro corazón que, como en las placas lenticular­es de sus últimas obras, nos presentan una realidad relativa a nuestro propio punto de encaje emocional.

Epílogo. El arte expande la frontera de lo posible de ser imaginado y pensado, fondo sobre el cual podrá trabajar luego la ciencia materialis­ta. Pero para ello debe desarticul­ar inteligent­emente los saberes profesiona­lizados a partir del siglo XIX, los cuales sólo permitían profundiza­r e indagar el mundo a través de sus propias lógicas de pensamient­o. La práctica artística de Jorge Miño, bien podría ser una visualizac­ión de esa mutación de las profesione­s que el arte contemporá­neo realiza con los cánones del saber, transmutan­do la toma fotográfic­a de la realidad exterior en lienzo fotoquímic­o sobre el cual el artista pinta y dibuja su propia pulsión lúdica de vida, con la identitari­a materialid­ad del siglo XXI, que no es ni más ni menos que la singularid­ad virtual sobre lo digital.

* Artista visual y doctor en Ciencias Biológicas. Texto escrito para la exposición Vestigios de lo concreto, de Jorge Miño, en Arthaus Central, Bartolomé Mitre 434, hasta el 10 de marzo.

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Vista parcial de la exposición de Jorge Miño en Arthaus.

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