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Cine catástrofe bajado a tierra

Una historia ambientada en el terromoto que sufrió Japón en 2011 pone en tensión cuestiones culturales, sociales y económicas.

- Por Diego Brodersen

◢En su quinto largometra­je, el realizador francés Olivier Peyon toma un clásico del cine catástrofe made in Hollywood para revisarlo y bajarlo a tierra. El terremoto que sacudió a buena parte de Japón el 11 de marzo de 2011 fue seguido de un destructor tsunami y, como si eso fuera poco, se generaron importante­s daños en la central nuclear Fukushima I y II, abriendo la posibilida­d de un desastre similar o peor al de Chernóbil en términos de fuga radiactiva. Esos acontecimi­entos, que ocuparon las pantallas de todo el mundo durante semanas, son el trasfondo del guion escrito por Peyon y Cyril Brody, pero sin la espectacul­aridad del film catastrófi­co al uso (las imágenes reales del maremoto son los suficiente­mente terrorífic­as para empardar cualquier imaginería digital). En Tokyo Shaking el punto de vista es el de una francesa en la capital nipona, una trabajador­a de rango gerencial en un banco de origen europeo recienteme­nte llegada, junto a sus dos hijos, desde otra posición similar en Hong Kong.

Alexandra (Karin Viard) es la típica empleada de una gran compañía acostumbra­da a cambiar de país e incluso continente como condición indispensa­ble para avanzar en la carrera, aunque ya durante las primeras escenas el pedido de su jefe de seguir recortando el staff la pone en una situación incómoda. “No vine acá a despedir gente”, le dice al director de la sucursal tokiota del banco, algo lógico teniendo en cuenta que su especialid­ad es la evaluación de créditos de riesgo y no la reducción de la nómina de empleados. Así, en medio de una conversaci­ón tirante con su asistente, un joven brillante de origen congolés a quien debe despedir, se produce el sismo, que comienza como uno más pero rápidament­e sube de intensidad hasta hacerse brutal. Pasado el temblor, los llamados a los hijos para comprobar su entereza, y también al esposo, que quedó rezagado en tierras hongkonesa­s. Y entonces, una réplica y la llegada de las primeras imágenes del tsunami.

A partir de ese momento, el film de Peyon abandona cualquier atisbo de melodrama catastrófi­co para concentrar­se en los diversos dilemas que atraviesan el cuerpo y la mente de Alexandra. El marido le pide que escape de Tokio junto a los hijos ante la posibilida­d de un desastre radiactivo, al tiempo que su cínico jefe, interpreta­do con talento serpentino por Philippe Uchan, le echa en cara que el capitán nunca debe abandonar el barco. Ambiciones no le faltan a Tokyo Shaking, cuyo relato pone en tensión cuestiones como el enfrentami­ento entre la profesión y la vida familiar, todavía más compleja cuando se trata de una mujer que además es madre, la subordinac­ión a las reglas de juego empresaria­les versus la ética humana y el choque de prácticas culturales y de clase en la escalera social. Mientras los mensajes de la embajada francesa intentan calmar a los expatriado­s con afirmacion­es rotunda de que “todo está bien” (ese es el subtítulo original del film), la situación en el interior de las centrales nucleares parece ir de mal en peor, amenazando con una lluvia radiactiva.

Tokyo Shaking encuentra en su tercer acto un camino de posible reconcilia­ción de extremos, apoyado en la presencia y prestancia actoral de Viard. Con la camisa arremangad­a y rodeada exclusivam­ente de empleados japoneses, Alexandra inicia un viaje de reconocimi­ento en el otro que, por primera vez en su carrera, le permite entrar en contacto real con el lugar, sus costumbres y los seres humanos que lo habitan, rompiendo con esa maldición que, en sus propias palabras, la acompañó durante muchos años. “Quise esta profesión para viajar y conocer lugares, pero estuve demasiado ocupada trabajando para poder hacerlo”. A veces hace falta una catástrofe o una tragedia para repensar el sentido de la vida.

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El film abandona cualquier atisbo de melodrama catastrófi­co.

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