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Identidad original

- Clásico de William Friedkin

vo a la altura de ese primer episodio, con el que se vincula directamen­te este nuevo apéndice.

A diferencia de El exorcista, donde los FX y el maquillaje jugaban un rol importante, La profecía propuso un abordaje de lo fantástico despojado de truculenci­a, más efectivo que efectista, a partir de un realismo con muchos puntos de contacto con el policial. Ir en contra de esa premisa es la mayor infidelida­d que comete la nueva película. Más allá del adecuado trabajo de arte y ambientaci­ón (la acción transcurre el la ciudad de Roma a comienzos de la década de 1970), del apropiado uso del áspero contexto político de la época, y de un elenco más que notorio –que incluye la presencia de Sonia Braga, Billy Nighy, Ralph Ineson y Charles Dance–, esta precuela decide innovar en la dirección menos saludable desde el punto de vista cinematogr­áfico.

La primera profecía se parece más a trabajos mediocres como los que integran la saga La monja o a las películas seriadas sobre posesiones demoníacas que a la personal obra de Donner. La decisión de apelar a tales recursos no solo habla de la incapacida­d para crear un ambiente siniestro siguiendo las reglas propias de este universo, sino que vuelve a poner en valor lo magistral de aquella, capaz de inquietar a varias generacion­es sin necesidad de bichos raros ni golpes de efecto de manual. No es posible saber de qué forma tales decisiones afectarán el desempeño comercial de La primera profecía. Pero sí afirmar que se trata de una verdadera traición a la identidad, no tanto de la saga, sino del recordado original que pronto cumplirá 50 años.

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