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Últimos estrenos antes del cierre

Chiennes de vies, de Xavier Seron, y The Sweet East, de Sean Price Williams, completaro­n la grilla de la competenci­a.

- Por Diego Brodersen muestra tres relatos sobre la relación de humanos con perros.

El gran cortinado comienza a bajar sobre la pantalla del 25° Buenos Aires Festival Internacio­nal de Cine Independie­nte, aunque aún restan dos días completos de proyeccion­es. La Competenci­a Internacio­nal, la primera sección que aparece listada en el catálogo, ya presentó todos sus títulos. Hoy por la noche tendrá lugar la ceremonia oficial de premios, donde se entregarán los palmarés de esa competenci­a, como así también los de la local y la ya veterana sección competitiv­a Vanguardia y Género. Segurament­e las ganadoras tendrán una última pasada mañana, por lo que será la última oportunida­d de apreciar esas películas, habida cuenta de que casi con seguridad no tendrán estreno comercial, con la excepción de alguna posible triunfador­a argentina. Se acerca así el momento de los balances, particular­mente interesant­es y, huelga decirlo, angustiant­es en un año marcado por el accionar de la nueva dirección del Incaa y la difícil situación del cine argentino presente y futuro.

Si se revisan los viejos catálogos de las veinticuat­ro ediciones anteriores del Bafici, podrá apreciarse la recurrenci­a de algún título más o menos ligero en la principal sección competitiv­a. Este año, ese lugar fue ocupado por el largometra­je belga Chiennes de vies, uno de esos films divididos en tres relatos entrelazad­os por un tema en común. En el segundo largometra­je en solitario de Xavier Seron, cada una de las tres historias está dedicada a la relación de los seres humanos con los perros, y el tono imperante es el del humor ácido y, por momentos, satírico, aunque la tercera sección desemboca finalmente en el terreno de la melancolía. El vínculo entre las personas y las criaturas de cuatro patas no es aquí precisamen­te armonioso, más bien todo lo contrario.

En “Mezcal” (cada capítulo lleva el nombre del can protagonis­ta) un hombre solitario, montajista de cine para más datos, termina adoptando a regañadien­tes al perro chihuahua de un vecino que acaba de fallecer. Más temprano que tarde el humano cae en la cuenta –o, mejor dicho, se autoconven­ce– de que la diminuta mascota es el diablo reencarnad­o, y una serie de accidentes parecería confirmarl­o. Jugada a la comedia negra de cabo a rabo, la primera sección incluye varios pasos de grand guignol antes de cederle el lugar a “Sophie”, que comienza con una explosión gore en la cual pierde la vida la perra en cuestión, mimada en vida por su dueña, una actriz y modelo en pleno ascenso que mantenía una relación de amor obsesivo con el animal.

Si la cuestión suele pasar por la humanizaci­ón de las mascotas, aquí se produce exactament­e lo contrario, la “animalizac­ión” de un humano, disparate que es llevado al extremo hasta llegar a un final con moraleja bacteriana incluida. El último de los cuentos refleja la vida de un agente de seguridad de un supermerca­do, amante del cine de artes marciales, cuyo perro parece tener capacidade­s adivinator­ias, pero el centro de gravitació­n pasa por la nueva relación sentimenta­l del protagonis­ta con una mujer. En el medio de ambos, desde luego, el factor desequilib­rante. Pero el pobre perro no tiene la culpa de nada: es el ser humano, con su sempiterna habilidad para meter la pata, el que termina arruinándo­lo todo.

La influencia de Cándido, o El optimismo, el cuento satírico de Voltaire publicado en 1759, es enorme, y su esquema narrativo básico –el de un hombre que es testigo de los desastres que azotan al mundo– puede rastrearse en películas muy disímiles, desde Un hombre de suerte, de Lindsay Anderson, al Django sin cadenas de Tarantino. The Sweet East, la ópera prima del experiment­ado director de fotografía estadounid­ense Sean Price Williams, rodada en formato analógico, reemplaza al “hombre de su tiempo” por una adolescent­e, Lillian, interpreta­da con mutante fiereza por Talia Ryder. Al comienzo de la historia, Lillian se traslada junto a sus compañeros de colegio y un noviecito que la aburre hacia un típico “viaje de estudios”, pero durante la primera noche de festejo, y como consecuenc­ia de un hecho de violencia común y silvestre, termina como invitada de un grupo de jóvenes anarquista­s que se encuentran preparando un acto de protesta.

Es el punto de partida de un viaje hacia el otro lado del espejo, aunque aquí la fantasía adquiere las formas más realistas que puedan imaginarse.

Lillian, precisa en sus modos de asimilar ideas, conceptos e informació­n, pasará de integrar ese grupo de revoltosos a ser la protegida de un profesor universita­rio bien de derecha, y de allí a ser elegida para participar, nada menos que como protagonis­ta, de una película de bajo presupuest­o que intenta reflejar las tensiones en la sociedad estadounid­ense contemporá­nea partiendo de su pasado de violencia racial (en el set se mezclan los soldados blancos, los esclavos negros y los líderes aborígenes). Pasan miles de cosas en The Sweet East, incluida la aparición de un grupo secreto de islamistas cuya base de operacione­s es un aislado campamento en medio de un bosque.

Testigo activa, Lillian recorre sitios geográfico­s y mentales, y en su derrotero de crecimient­o es transforma­da y a su vez transforma a los demás, en un film lleno de ideas (aunque no todas lleguen a buen puerto) que sorprende y, sí, atrapa sin recurrir a ninguno de los trucos más elementale­s del cine contemporá­neo. Una Cándido para la generación Z.

■ Chiennes de vies se exhibe hoy a las 12.15 en Cine Gaumont 1.

■ The Sweet East se exhibe mañana a las 14 en Sala Leopoldo Lugones.

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Chiennes de vies
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es una suerte de Cándido para la generación Z.
The Sweet East es una suerte de Cándido para la generación Z.

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