UNA NUEVA MISIÓN ARGENTINA
Una vez más, un puñado de argentinos se animó con el tan legendario como exigente circuito alemán. Una competencia mítica en tiempos modernos en la que resuena el eco de una hazaña.
Cuando se habla de la Misión Argentina, todos los que amamos de alguna manera los fierros, no podemos hacer otra cosa que retrotraernos a aquella epopeya que el automovilismo argentino escribió en 1969, en la denominada Maratón de la Ruta, en el trazado germano de Nürburgring. En aquel entonces, la firma IKA tenía como cometido posicionar su recientemente lanzado Torino, que si bien ya estaba logrando resonantes triunfos en las pistas locales, la visión de un puñado de ejecutivos de la empresa quiso revalidarlos a nivel mundial, aprovechando los conocimientos y puertas abiertas que Fangio había logrado en Europa. Si bien, en un principio se le apuntó al Rally de Montecarlo, uno de los clásicos del mundial de la especialidad desde prácticamente siempre, el destino quiso que los rumbos cambiaran sobre la marcha, y se terminara optando por una carrera de largo aliento, en que prevaleciera la robustez mecánica, en vez de un Rally por intrincados y angostos caminos, en los que cualquier auto de gran porte vería reducidas sus chances. La historia final ya es conocida por todos, o por lo
menos por los que están leyendo estas líneas, por lo que la vamos a evitar saltándonos un puñado de años hacia adelante. Tras el importante logro de esta Misión Argentina, muchos compatriotas cuestionaron la importancia que esta carrera tenía para los europeos. La respuesta es algo onerosa, ya que la mejor manera de averiguarlo es estando allí, pero en estas líneas trataré de transmitírselos.
Un mundo de carreras
Unos días antes de la carrera principal, que hoy en día es de 24 horas en vez de 84, basta con tra- tar de conseguir alguna plaza hotelera en alguno de los pueblitos alemanes que circundan este trazado de 73 peligrosas curvas, al que el mismísimo Jackie Stewart bautizó como Infierno Verde. Sencillamente imposible, un mes antes de la carrera todo en las cercanías está reservado, por lo que desde mi punto de vista, habla a las claras de que estamos frente a un evento de proporciones inentendibles. Sólo es posible encontrar alguna plaza a 40 o 50 kilómetros de distancia, o bien lograr rentar una habitación de una casa de familia por unos días, algo que se estila por esos lares. Una vez resuelto el tema del hospedaje, percibimos que los gigantescos estacionamientos, perfectamente señalizados y ordenados, quedan chicos y generan largas filas para acceder; que las vastas zonas para espectadores, muchas de ellas sin tribunas porque se aprovechan los desniveles del circuito para generar vistas increíbles de los mejores y más peligrosos sectores del trazado de 20,832 kilómetros, están abarrotadas de gente de todas las edades, desde una semana antes de la carrera principal, que llegan con carpas o motorhomes y permanecen allí cuidando la ubicación conseguida; que las rutas de acceso están plagadas de autos con patentes de toda Europa; que en pueblitos con alrededor de 3.000 habitantes nos topamos con concesionarias que exhiben en sus vidrieras carísimos súperdeporti-
vos de calle, o autos de competición; o que a metros de la entrada principal haya un parque industrial compuesto sólo por empresas relacionadas con el mundo de las carreras: como la división de competición de algunas automotrices, fabricantes de neumáticos, o sedes de equipos de primera línea, que usan el Ring como pista de pruebas, respetando el uso que originalmente motivó su construcción en 1925. En definitiva, la respuesta es sí; es importante, muy importante.
Pura experiencia
A esta altura de la lectura más de uno se estará preguntando el porqué del título de la nota, y les prometo que ya mismo pasaré a narrar. Resulta que allá por 2009, el piloto argentino José Visir viajó a Europa y conoció a un compatriota que estaba corriendo endurance afincado en Alemania, José Balbiani. Éste invitó a Visir a compartir la butaca de su auto durante las 24 Horas de Nürburgring ese mismo año, y, sin poder evitar varios percances, finalmente llegaron a la bandera de cuadros. A su regreso, Visir volvió maravillado con la experiencia y con su relato motivó a muchos de sus amigos para sumarse al año entrante. Así nació nuevamente La Misión Argentina, que desde ese entonces, y de manera ininterrumpida, ha ubicado en la grilla de largada a más de cincuenta volantes argentinos tanto en ésta, la carrera principal, como en la ADAC 24h Classic, reservada para autos de entre 1971 y 1993, razonablemente segmentada por años y cilindradas. La edición 2016, llevada a cabo el pasado 27 de mayo, contó con 201 vehículos distribuidos en muchas categorías, dentro de los cuales estaban nuestros compatriotas con cinco Golf GTi MkII, alquilados a un
equipo alemán que se encargó de alistar los autos, darle atención en pista y proveer absolutamente todo para clasificar y correr. De las tripulaciones compuestas por: José Visir y Eduardo Romanelli; Julián Díaz de Vivar y Daniel Sanginetto; Alessandro Salerno y Alfredo Tricarichi; Renato D´Alessandro y Alfredo Oubiña; y los chilenos Antonio Herrázuriz, Eduardo Delfau, y Claudio Solé, algunos volantes ya habían corrido aquí, pero aquellos que estaban debutando, debieron asistir a un increíble curso teórico práctico dictado por dos ex corredores alemanes
que conocen el Ring a la perfección, y que incluye entre otras cosas, una impagable charla recorriendo el circuito en bus y parando en los sectores más complejos, para poder caminarlos y entenderlos mejor, como así también cuatro vueltas siguiendo al auto del instructor asignado, quien curva tras curva explica por radio como encararla de la mejor manera. Además de esto, unos días antes del comienzo del evento, nuestros pilotos también sumaron vueltas en autos de características similares a los que usarían en carrera; ya que, como se explicó anterior- mente, este enorme circuito no es fácil de memorizar, y encierra muchos trucos de peligro.
Más que un aperitivo
La carrera de clásicos es una de las varias que ofician de antesala, pero también es uno de los platos fuertes por la cantidad de participantes, y por la calidad de autos que presentan. Cuenta con una duración de tres horas, en las que obligadamente deben pasar por boxes para repostar y cambiar de piloto. Todo puede pasar; la época del año propone un clima cambiante no sólo durante esas tres horas, sino al mismo tiempo en diferentes sectores; y como si esto no fuera suficiente, en pista se mezclan autos cuya máxima es de 180 km/h con otros que sobrepasan los 300. De los cinco autos, sólo hubo uno que no pudo finalizar la carrera por un choque en momentos en que había una lluvia torrencial, mientras que los cuatro restantes culminaron en los siguientes puestos: Tricarichi-Salerno, 8° en su categoría y 61° en la general; Errazuriz-Delfau-Solé, 12° y 82°; D´Alessandro-Oubiña, 13° y 92°; y VisirRomanelli, 16° y 107°, respectivamente. El conocimiento del circuito por parte de los locales terminó inclinando la balanza, pero sin dudas ha sido una increíble experiencia en un lugar alucinante en el que durante más de una semana sólo se respira mística y velocidad.