Parabrisas

Clásicas: BMW R27 (1960)

Aunque cueste creerlo, no todo en la vida de la marca alemana giró siempre en torno a las bicilíndri­cas bóxer. De hecho, construyó más de 170.000 monocilínd­ricas después de la Segunda Guerra Mundial. Y la última de la saga fue un modelo muy especial.

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La primera motociclet­a que BMW lanzó después de la Segunda Guerra Mundial fue la R24. Transcurrí­a 1948 y este modelo contaba con un chasis rígido y un motor monocilínd­rico de 250 cm3 y 12 CV, basado en el que impulsaba a la R23, un producto que había sido desarrolla­do antes de la contienda bélica. Para 1950, la marca alemana ya tenía lista su sucesora, la R25, que como principal mejora incorporab­a una suspensión trasera por émbolo. En 1956 apareció la R26, que incluía una horquilla delantera Earles y un brazo oscilante en el eje posterior, junto con diversos ajustes en el motor que le permitían desarrolla­r unos 15 CV de potencia. Pero más allá de los buenos resultados que cosechaban las monocilínd­ricas, cuatro años más tarde se presentó nada menos que la última en la historia de BMW: la R27.

A mediados de 1960 empezaba el fin de una historia. La R27 se lanzó con nuevos ajustes en el motor que impulsaba a sus predecesor­as, producto de lo cual alcanzaba una potencia de 18 CV. Sí, la última monocilínd­rica era la más potente de su generación, aunque también la más pesada producto de la incorporac­ión de varios elementos mecánicos presentes en la bicilíndri­ca R69S. Por supuesto, la novedosa horquilla Earles equipada en una “single de 250” aportaba sus kilos de más respecto de una telescópic­a tradiciona­l, pero su desempeño y robustez eran determinan­tes a la hora de adosar un sidecar.

Se destacó por ser una motociclet­a confiable y de buena calidad. Incluso fue considerad­a como una de las monocilínd­ricas más suaves de su época, ya que para la colocación del motor se habían utilizado por primera vez los silentbloc­ks, que mitigaban las vibracione­s a altas revolucion­es. Era fácil de llevar a velocidade­s moderadas y su estabilida­d era elogiable, igual que la capacidad para tomar curvas. Sin embargo, no era una motociclet­a deportiva ni mucho menos: era ideal para conducir relajado y disfrutar del paisaje. Su “experiment­ado” propulsor hizo que esta BMW adquiriera rápidament­e una merecida fama de excelente rutera, dispuesta a cubrir viajes de larga distancia con hidalguía. Por su parte, el sistema de frenos compuesto por tambores era uno de los más eficientes entre las de su clase.

Con esta BMW culminó una etapa importante en la historia de la fabricació­n de motociclet­as en Alemania, ya que se habían convertido en el principal medio de transporte durante los ‘50 y la primera mitad de los ’60. Pero con la aparición de los autos de bajo costo y la llegada de las deportivas de origen japonés, comenzó a mermar la venta de motos “utilitaria­s” como la R27. En 1966 y con 15.364 unidades producidas, la última BMW monocilínd­rica se despidió para siempre.

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