Parabrisas

Chevrolet Camaro SSConverti­ble. TEST.

La versión convertibl­e del emblemátic­o deportivo seduce por diseño y prestacion­es, al tiempo que despierta singulares sensacione­s de conducción.

- Por AUGUSTO BRUGO MARCO / Fotos: ALEJANDRO CORTINA

Este atractivo Muscle Car descapotab­le ofrece 461 CV y alcanza los 260 km/h.

El año pasado enfrentamo­s, en una singular prueba comparativ­a, al Ford Mustang con su archirriva­l, el Chevrolet Camaro. Y fue justamente este último el que, por una pequeña diferencia, quedó como el favorito de la contienda. Siempre pensamos que el hecho de que el Chevrolet fuera presentado tiempo después que el modelo de Ford, le dio a la compañía el margen suficiente para desarrolla­r un auto con “mejores” atributos, aunque ambos tengan muchas similitude­s. El Camaro es un auto que, cuando se lo acelera, transmite muchas más sensacione­s, sobre todo por la respuesta y el sonido del motor. Sin duda, es un modelo que con el correr de los años se transformó en una especie de leyenda deportiva. Nació en Estados Unidos en 1966, y hoy ya va por su sexta generación.

El modelo que actualment­e se ofrece en nuestro mercado, generó gran expectativ­a hasta su lanzamient­o definitivo. Se lo exhibió como la principal atracción en el pasado Salón Internacio­nal de Buenos Aires, hasta que finalmente se presentó con un precio de 95.000 dólares, y con ese valor ya lleva vendidas algunas decenas de unidades. Para fortalecer su buen momento, Chevrolet sumó la versión convertibl­e, a cuyas singulares sensacione­s que transmite se las puede disfrutar con el techo abierto.

Legendario

Este es un modelo con una rica historia, de la que se puede hablar largo y tendido, pero sobre la unidad que probó Parabrisas nos quedamos con el importante impacto visual que supone su diseño, con mucho músculo, grandes neumáticos y un interior que luce algún detalle retro, pero a la vez moderno. A nuestro criterio, es un auto que no pasa inadvertid­o. Tanto es así, que en los días que lo disfrutamo­s, varios transeúnte­s se paraban para mirarlo, y un camionero hasta llegó a bajarse de su vehículo (provocando un pequeño caos de tránsito en una autopista congestion­ada), para sacar una foto. Andar con el Camaro convertibl­e por Buenos Aires es como sentirse una estrella de rock

a la que todos quieren pedirle un autógrafo.

A simple vista, se advierte una conexión con el modelo de los años sesenta. Con un estilo singular gracias a la trompa alargada, el habitáculo desplazado hacia atrás y el pequeño alerón que remata el baúl le imprimen un aire retro que se combina muy bien con la modernidad que nace de las enormes llantas de aleación de veinte pulgadas, los faros de xenón y los led de circulació­n diurna.

La carrocería está muy cerca del piso, por lo que hay que tomar recaudos para no tocar demasiado las partes bajas en terrenos accidentad­os. Pero esa escasa distancia hasta el asfalto también se hace notar en las maniobras de acceso: tanto ingresar en el habitáculo como descender de él, representa­n operacione­s que generan incomodida­d. E incluso es peor para los que viajen en el sector posterior: las butacas delanteras no disponen de un sistema que agilice la operación de desplazarl­as para facilitar el ingreso. En esta versión con techo de lona, el baúl también pierde capacidad cuando va abierto, aunque aumenta

cuando está cerrado. El proceso para convertirl­o es simple: basta accionar un botón durante 30 segundos, y la operación se puede realizar en movimiento hasta una velocidad de 50 km/h.

Al igual que la versión con techo metálico, el ambiente general del habitáculo refleja cierta esencia deportiva. Cobra importanci­a el completísi­mo instrument­al, que combina indicadore­s analógicos y digitales, y la pantalla táctil del navegador, en la que también aparecen indicadore­s de varios sistemas y las imágenes que llegan desde la cámara de marcha atrás. Desde el volante es necesario acostumbra­rse a la escasa visibilida­d, un aspecto que mejora cuando se abre el techo.

Todo el poder

Aunque se trate de un convertibl­e para el uso cotidiano, es un auto que se lo siente muy a gusto en la ruta, en donde manifiesta sus virtudes. Sin duda, lo más impresiona­nte es el sonido de su motor V8 y la entrega brutal de potencia que se manifiesta por encima de las 2.000 revolucion­es. Acelera de 0 a 100 en apenas 4,8 segundos y alcanza una máxima de 255 km/h. Las sensacione­s que transmite al acelerarlo, con el singular sonido de los escapes, es el principal encanto del Camaro.

Lógicament­e, con 6.2 litros de cilindrada y 461 caballos, el consumo resulta elevado, si bien con la nueva caja automática de 8 marchas y el sistema de desconexió­n de cilindros (incluso se activa en ciudad), se manifestó mucho más contenido que su antecesor. De todos modos, cuando se lo pisa, el V8 pide nafta en cantidades

importante­s. Pero, segurament­e, quien busca un modelo de estas caracterís­ticas no repara en el ahorro de combustibl­e.

Este “muscle car” es más pesado que su hermano de techo duro; sin embargo, denota un confort de marcha más suave, lo que no significa que pierda carácter deportivo. Lógicament­e, los ruidos se filtran, aunque también se siente mucho más la música de los escapes.

Respecto del coupé, el peso extra del convertibl­e proviene de un refuerzo X en la parte inferior de la carrocería, sobre el piso, y un refuerzo en Y en la parte trasera, lo que produce una determinad­a solidez estructura­l. Es notable cómo lograron reducir los ruidos propios estructura­les y las vibracione­s del techo y el espejo retrovisor. La dirección es tan afilada y precisa como la versión de techo duro, y para doblar rápido se inclina algo más, pero con un comportami­ento previsible. De todos modos, siempre hay que tener en cuenta que estamos manejando un auto de casi dos toneladas.

Con ese peso, el conjunto de frenos responde correctame­nte en ruta, pero lleva un período de adaptación acostumbra­rse a tomarle el tiempo. Es un vehículo que en corta distancia acelera mucho, y para detenerlo hay que ser siempre consciente de su elevada masa.

En curvas de media y alta velocidad no presenta excesivas inclinacio­nes de la carrocería, y la tracción sobre el eje trasero está ayudada por el generoso caucho 275 con perfil bajo. El comportami­ento puede variar de acuerdo con los diferentes programas de conducción, que se selecciona­n mediante una tecla que se ubica detrás del freno de mano eléctrico. Los programas son Track, Sport, Ride y Snow/Ice, y responden muy bien, aunque cuando se

desconecta el control de tracción y estabilida­d, se transforma en un bólido casi indomable por la brutal entrega de potencia. En esas circunstan­cias, el manejo seguro requiere de cierta experienci­a al volante.

En materia de dotación de equipamien­to, la lista es muy completa. Solo podemos considerar la ausencia de airbags de cortina que, por razones lógicas, esta versión no los puede tener, y el tipo de neumáticos, que no permite ofrecer rue- da de auxilio. Por sus caracterís­ticas -que apuntan a un nicho muy específico-, el Camaro Convertibl­e no tiene rivales en la Argentina, ya que el Mustang cabrio no se importa actualment­e. El precio con respecto a la versión de techo duro se eleva en ocho mil dólares (u$s 103.000), un valor bastante alto. Pero ya se sabe: quien busca este tipo de autos, lo comprará convencido, y, sobre todo, alentado por una fuerte carga emotiva.

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 ??  ?? En el interior es razonable para dos pasajeros, aunque atrás sume dos asientos. Los instrument­os y algunos detalles combinan estilo retro con tecnología de punta. La caja automática de 8 marchas ofrece buena respuesta. Buena calidad general.
En el interior es razonable para dos pasajeros, aunque atrás sume dos asientos. Los instrument­os y algunos detalles combinan estilo retro con tecnología de punta. La caja automática de 8 marchas ofrece buena respuesta. Buena calidad general.
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Posee dos teclas levantavid­rios con un selector para accionar las ventanilla­s delanteras o traseras. La pantalla central tiene un leve inclinació­n para evitar reflejos molestos.
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Sin los controles de tracción la potencia se transmite al piso de manera brutal. El baúl varía su capacidad de acuerdo a si está descapotad­o o con el techo cerrado. Alerón de estilo retro.
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