Por los médanos, a toda costa
Por un camino inusual, con la pick-up que ahora se fabrica en la Argentina salimos rumbo a las dunas pinamarenses para realizar una travesía, actividad que se expande en las amplias playas argentinas.
Dependiendo del vehículo de turno, los integrantes de Parabrisas nos proponemos para los viajes algún desafío que salga de lo habitual y que ponga a prueba buena cantidad de características y elementos del vehículo.
Esta vez, con una pick-up 4x4 Frontier, nos fuimos desde Buenos Aires a Pinamar por un camino poco frecuente. Con el mapa en la mano, a la vieja usanza, recordamos una lejana nota donde nuestro ex compañero y amigo, Claudio Capace, se empeñaba en llegar desde Buenos Aires a uno de los principales centros turísticos de la Costa Atlántica por el camino más costero posible, incluyendo tramos a la orilla del mar aprovechando las largas extensiones playeras en la última parte del viaje. Descartado esto último por parte nuestra debido a que estábamos en plena temporada y las playas están abarrotadas de turistas, la idea era buscar la “panza” de la provincia de Buenos Aires desde las rutas 2 y 36, una vez pasada la ciudad de La Plata.
Así es como no bien pasamos los 30 kilómetros de la 36, tomamos un camino perpendicular y encaramos hacia la estación Bartolomé Bavio (localidad de Gral. Mansilla) y continuamos por la RP 54 y entramos a la RP 11, que casi por error nos llevó al pintoresco pueblo de Atalaya, con costa que da al Río de la Plata. De vuelta en la 11, hasta Magdalena fue todo por asfalto, situación que no nos generó ningún contratiempo; todo lo contrario, más allá de algún que otro pozo, disfrutamos del excelente confort de marcha que
propone la nueva pick-up y de otras virtudes, como la comodidad de su interior y toda las utilidades que brinda la pantalla táctil.
A la tierra
Como había llovido por la zona el día anterior, en Magdalena, antes de salir del asfalto decidimos averiguar sobre el estado del camino que nos llevaría a Punta Indio como primera escala. Casualmente, gente que trabajaba en un puesto de Vialidad Nacional que encontramos por ahí, nos dijo que el estado del camino no era de lo mejor, pero que con un vehículo 4x4 como el nuestro, no íbamos a tener mayores inconvenientes para circular. Con la tracción integral activada y la caja en alta, los primeros 18 kilómetros los hicimos a buen ritmo, respaldados con el ESP en alguna de las pocas situaciones de baja adherencia que se fueron presentando hasta el momento, incluyendo una última curva muy cerrada antes de llegar al primer atractivo del lugar, la reserva El Destino, un refugio de 500 hectáreas con flora y fauna regional, que vale la pena conocer. De ahí en más, el camino continúa casi al borde del estuario otros 20 kilómetros hasta llegar a Punta Indio, un pueblo con muchos recreos a orillas del río, que a esa altura luce bien “chocolatoso” por la cantidad de barro del suelo.
En lo desconocido
Siguiendo hacia nuestro objetivo final, nos encontramos con el desvío hacia Verónica para volver por asfalto a la 36, que hubiese resultado más simple. Pero, a pesar de que desde allí el camino comienza a tornarse más arenoso y cada vez más encharcado, las ansias de continuar por un terreno desconocido para nosotros, hizo que confiáramos más que nunca en la robustez y la adecuada protección de los cables, caños y mangueras, todas piezas sensibles que, gracias a un cuidado diseño, están bien protegidos, en su mayoría por el chasis. También sabíamos que contábamos con la posibilidad técnica de vadear hasta 70 centímetros de agua, aunque finalmente estuvimos bastante lejos de llegar a esa altura. Por otro lado, disponíamos del sistema B-LSD, o diferencial de deslizamiento limitado, que trabaja en conjunto con el módulo del ABS, frenando al neumático con menor adherencia y transfiriendo la potencia a aquella rueda con mayor tracción.
Efectivamente, al estar muy cerca de la costa, la arena y el agua empezaron a aparecer con mayor frecuencia, sumándole a esta situación que, al tratarse de una ruta no muy transita-
da, el mantenimiento es mínimo. Por ese motivo tuvimos que extremar la atención, sobre todo para evitar golpes indeseados de la trompa y, eventualmente, no pisar alguno de los tantos lagartos overos y cuises que se nos cruzaron a lo largo de estos últimos 40 kilómetros.
De esa manera llegamos indemnes, aunque algo embarrados al cruce entre la 11 y la 36, en el extremo norte de la bahía de Samborombón, donde la 11 vuelve a ser de asfalto y de a poco comienza a alejarse de la costa. Desde aquel primer desvío de la 36 recorrimos 125 kilómetros contra los 75 que hubiésemos transitado si seguíamos por la vía “normal”, que es la opción con la que continuamos hasta Pinamar, donde nos esperaba nuestro merecido descanso, ya que entre los desvíos y las fotos de rigor, tardamos unas nueve horas.
En el medio de todo ese periplo repasamos algunos valores del 2.3 biturbo de 190 caballos fabricado en Europa, que en este caso estaba acompañado por la caja automática de siete velocidades, sociedad con la que consigue una velocidad máxima de 183,2 km/h, una aceleración de 0 a 100 km/h en 11,2 segundos y un consumo promedio de 11,2 km/l, conformado, además del urbano (8,4 km/l)
y del de los 90 km/h (15,8 km/l) por unos aceptables 11 km/l en ruta, a 120 km/h.
Por la arena
Al día siguiente, durante el desayuno, en una de las tantas charlas sobre autos surgió el asombro acerca de la cantidad de pickups que se ven en los principales balnearios de la Argentina, sobre todo en Pinamar, donde nos alojamos en esa oportunidad.
La razón parece clara: además de utilizarse como herramienta de trabajo durante casi todo el año, cuando llegan las vacaciones este tipo de vehículo permite viajar con todas las comodidades, al mismo tiempo que se puede trasladar gran cantidad y variedad de equipaje (pese a que desafortunadamente la Frontier no ofrece lona marítima de serie), además de ofrecer la posibilidad de meterse en la playa, ya sea para buscar lugares más tranquilos o para entretenerse andando por los médanos, cosa que nos habíamos propuesto desde el inicio del viaje.
De esta manera, desinflando bastante las ruedas (hasta 20 libras aproximadamente) para obtener más pisada y colocando la 4x4 en baja, habiendo acumulado bastante experiencia en la arena, nos lanzamos a “surfear” los médanos de La Frontera con el debido cuidado ante el intenso tránsito que suele haber en la zona en estas épocas.
Una vez comprobadas las cualidades de la Frontier, entre las que destacamos los generosos ángulos de ataque (30,6º) y salida (27,7º) y el despeje (23,4 cm), comenzamos, ya muy tarde, a desandar el camino. Y pese a que nos alcanzó la noche a mitad del recorrido, las eficaces luces led aportaron buena intensidad y definición para sortear obstáculos y poder encontrar el camino que nos llevaría de vuelta a casa, donde comenzaríamos a programar un nuevo viaje con otro tipo de exigencias.