Parabrisas

Un ganador a orillas del Nahuel Huapi

- Por Silvia Renée Arias

En París se comenta que es el segundo francés que alcanza más de una victoria en pruebas puntuables de Fórmula 1, puesto que ha ganado también en el GP de Suecia en 1977. Hasta ahora sólo lo había conseguido Maurice Trintignan­t. La revista Paris-Match titula: “Laffite: nace un campeón”; el diario deportivo L´Equipe ha preferido un contundent­e “Laffite los mató”.

‒Si me han convertido en un héroe, pediré cien mil dólares para volver a Francia ‒bromea Jacques-Henri Laffite.

Clay Regazzoni, su compadre y amigo, sonríe, como todos los demás. Clay nació en Lugano, Suiza, y conduce un Williams FW06 en esa temporada 1979 en el Campeonato Mundial de F.1. Es gentil y modesto y encuentra tanto placer como Jacques en conducir un auto de la categoría como en compartir con éste y con Jean-Pierre Jabouille, piloto de Renault, este almuerzo que los reúne bajo los árboles, no muy lejos del encantador y quieto Nahuel Huapi, en sur de la Argentina.

‒No ha estado mal que ganaras, Jacquot, pero me gustaría que no olvidaras batir tu propio récord de pesca. El año pasado sacaste una trucha de siete kilos ‒comenta Jean-Pierre. ‒Este año será de doce ‒promete el aludido. Jacques y Jean-Pierre, amigos desde los trece años, están casados con dos hermanas, Geneviève y Bernadette Cottin,

hijas de un hombre que se encarga de empavesar París con los colores de los reyes africanos y de presidente­s de paso, y que además dispone las tribunas los 14 de Julio. Geneviève y Jean-Pierre se conocieron en 1962 y se casaron en 1974. Jacques y Bernadette los imitaron algunos años más tarde.

De simple mecánico de Jean-Pierre, Jacques se ha convertido en un cotizado piloto. Es feliz haciendo lo que le gusta y gana dinero. Pero corre para ganar; considera que un segundo puesto no representa hacer deporte. Le embriagan los autos, la velocidad, pero si no hubiera tenido condicione­s para la victoria, no le habría encontrado sentido alguno a dedicarse a las carreras. Del automovili­smo le fascina el espíritu de competició­n, su esencia deportiva, la superación permanente, el ansia y la obligación de ganar.

En todo lo que piensa ahora es en el próximo GP. Está seguro de que en Brasil ganará él o Patrick Depailler, su compañero de equipo en Ligier. No hay preferenci­as entre ellos, están en igualdad de condicione­s. Sin embargo, Jacques no cree que sea una buena política dentro de un equipo, pero después de discutirlo con Guy y con Gérard Ducarouge, director de la escudería, lo aceptó. Él no acata órdenes, pero hará todo lo posible dentro de ese marco y sacará el mayor provecho. La situación se prolongará hasta bien entrada la temporada. Si Patrick pelea por el

campeonato y es preciso, él lo apoyará. Si llega a darse la situación inversa, espera que Patrick proceda como correspond­e.

Después del almuerzo, los tres amigos se van a jugar golf, y más tarde al tenis. La belleza de la zona conmueve a Jacques. Se le ha hecho costumbre pasar aquí unos días de descanso después del GP de la Argentina y antes del de Brasil.

Jacques estudió en la Escuela de Pilotaje Winfield, en el circuito de Magny-Cours, y en 1968 ganó la final que le permitió llevarse el Trofeo Winfield. Después, su evolución fue lógica: Fórmula Renault, Fórmula Bleu, Fórmula 2. En 1975 se coronó campeón de esta última categoría, y durante 1974 y 1975 disputó quince carreras de F.1 para el constructo­r inglés Frank Williams, que le dio la oportunida­d pero ni un centavo. Todo lo que Williams recaudaba entonces lo dedicaba a sus máquinas. Y fue gracias al segundo puesto que él obtuvo en Nürburgrin­g, Alemania, en 1975, que el británico entró en la FOCA (Asociación de Constructo­res de F.1). Frank no lo olvidó. Jacques tampoco. Ambos la pasaron negras. Comenzaron en el mismo nivel, los dos sin una moneda. Jaques no tenía con qué pagarse una pieza de alquiler cuando corría en Fórmula Renault, y Frank remendaba sus autos como podía, corriendo detrás de todos los patrocinan­tes que pasaban cerca. Pero las cosas cambiaron con el tiempo. Jacques es ahora un piloto de primera plana y Frank tiene una poderosa escudería.

Y si Jacques dejó a Williams en 1975, fue únicamente a causa de un tal Guy Ligier.

Guy Ligier es corpulento, casi tosco de aspecto, de palabras sinceras, risa franca y una determinac­ión absoluta. Nació en Vichy, Francia, el 12 de julio de 1930. Jugó al rugby y fue ocho veces internacio­nal con el equipo militar de su país. Practicó vela y fue dos veces campeón de Francia. Se introdujo en el automovili­smo a través de las motos, y comenzó a correr en 1960. Ganó varias carreras de circuito y algunos rallies con un Porsche. Hizo Fórmula 2 y al año siguiente se le abrieron las puertas del equipo Ford Francia, donde militaba su entrañable amigo Jo Schlesser. Juntos consiguier­on buenos resultados, principalm­ente en pruebas de Resistenci­a.

En 1966, con la entrada en vigor de la nueva reglamenta­ción de F.1, Guy decidió dar el gran salto. Contratist­a de obras, consiguió montar una escudería para hacer correr un Cooper Maserati. Marcó un par de puntos en Mónaco (en parte gracias a los numerosos abandonos), pero terminó con un accidente relativame­nte importante en Nürburgrin­g. Al año siguiente probó suerte al volante de un Brabham, pero se convenció de que sus posibilida­des en la F.1 eran mínimas y, junto con Schlesser, montó un equipo de Fórmula 2 para 1968.

El 7 de julio de ese año, en Rouen, Jo aceptó conducir un Honda experiment­al con motor V8 para el Gran Premio de Francia de F.1. En la primera vuelta sufrió un accidente que terminó con su vida.

Aquella tarde también quedaron truncadas la temporada y la carrera de piloto de Guy. Fue entonces cuando decidió hacerse constructo­r. Y prometió bautizar todos sus autos con la sigla JS, a modo de homenaje a su querido amigo.

El debut de Ligier en la categoría máxima se produjo en 1976, con motor Matra V12 y un único piloto: este joven Jacques Laffite que descansa en Bariloche tras ganar el Gran Premio de la Argentina.

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Jacques Laffite, ganador del GP de Argentina 1979 con Ligier.
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Jean-Pierre Jabouille

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