Hoy: ‘Narrar a San martín’, de Kohan
El San Martín de Martín Kohan en Narrar a San Martín (Adriana Hidalgo, 2005) es un artista del repliegue. Y también es –casi– un extranjero. Pero nunca es un desertor de, por ejemplo, la amenaza bolivariana o las bajezas de la guerra civil, sino que más bien renuncia a los fastidios de la presencia para establecerse, a la distancia, en la eternidad de un presente posicional. Visto así, San Martín se retira a ver su obra como la naturaleza muerta que él mismo construyó con el rigor escénico de un performer.
Kohan sostiene, menos como tesis historiográfica que como principio funcional de la heroicidad, que la construcción de un héroe, ese “eslabón perdido entre Dios y los hombres”, se hace a lo largo de un tiempo que no vivimos. Nacemos y los héroes ya están hechos, y además son lo que son: una bola retórica de la que irradian los haces mortecinos del sentido común. En realidad, el héroe está apenas formulado en un brevísimo repertorio de clichés, y siempre a cambio de ignorar su formación. El héroe se mantiene con un saber colectivo mínimo (un saber gasolero); no querer saber significa no querer destruir lo Unico con los detalles de lo diverso. Pero esa marca de la historia reconstruye la arquitectura sobre la que está montado, una estructura de resistencia que Kohan asocia con los cimientos corredizos de un sistema antisísmico y sobre la que ondula como un junco la figura indestructible de San Martín, nuestro héroe del paso al costado (un gesto protoargentino que hoy podríamos definir como antiargentino o contrargentino).
Hay una idea fundamental en el libro: el héroe será, tarde o temprano, un personaje. Sólo hay que esperar que el tiempo lo edite. Las pruebas están expuestas en Esa marca de la historia, porque así como el héroe es un sobreviviente del tiempo, también lo es su bibliografía, definida por el estatus de la duración. Kohan acepta dialogar con algunos nombres agitados por la travesía de la historia: Juan María Gutiérrez, Mitre, Sarmiento, Alberdi, Ricardo Rojas; pero también incluye algunas novedades. La mención de La esposa del Dr. Thorne, de Denzil Romero, una novela ganadora del premio La Sonrisa Vertical de literatura erótica, en la que San Martín es un eyaculador precoz, mientras a Simón Bolívar lo llaman “trípode”, no es una introducción bizarra en la interpretación canónica del héroe sino una demostración de su resistencia. Como si Kohan, que ya en la introducción del libro intenta incomodar a San Martín con una frase de Luca Prodan, dijera al cabo: “¿Vieron? San Martín es de amianto”.
Todo en el libro está sostenido por la asombrosa inteligencia narrativa de Kohan, que, como sabemos, viene –podríamos decir “exclusivamente”– de un pensamiento novelístico. La posición de Martín Kohan es la del novelista que lee la historia. El dato más preciso de ese punto de vista lo da el hecho de que, a lo largo del libro, no hay espacio para la negación. No niega a Gutiérrez con Mitre, ni a Mitre con Alberdi, ni a Alberdi con Rojas. San Martín es, en el fondo, una composición atribuida a una combinación de tiempo y lenguaje, es decir, a la literatura que se luce quedándose con la última palabra.