Perfil Cordoba

Uno de ellos

- GABRIEL BELLOMO

La integridad de un autor se lee en su obra. En Mañana sólo habrá pasado, una voz al mismo tiempo velada y luminosa y la fuerza expresiva de una prosa consumada confieren a los relatos de Sebastián Basualdo su estatuto literario.

El tema de la verdad en la escritura, esa condición que va incluso más allá del estilo y arrasa con escuelas y vanguardia­s ya que no sólo suspende la incredulid­ad del lector sino que lo obliga a desconfiar de la realidad, a soslayarla, a ponerla entre paréntesis, urgido por la apremiante tarea de tomar el pulso de esa otra realidad: la imaginada por el escritor, la urdida para su ficción, para esa vida paralela, en espejo, más vacilante aún y temblorosa que la otra pero, por qué no, única para él, incontrast­able. “La vida camina en puntas de pie por un campo minado”, le hace decir la novelista Siri Husvedt a uno de sus personajes, y es lo que experiment­amos al leer a Basualdo: el cruce inquietant­e a la intemperie de un teatro de operacione­s, con la clara conciencia de que no se saldrá indemne y es justo que así sea.

Es increíble lo que las palabras les pueden hacer a las cosas, sentencia con una mezcla de inocencia y desamparo Basualdo en la frase inaugural de El hombre que sólo aprendió

a huir, texto elegíaco dedicado al padre, historia de la deriva de un hombre y de la silenciosa reconvenci­ón del hijo, declaració­n de un vacío que clausuran la enfermedad y la muerte del ausente, y que será ya imposible de llenar. En todos estos cuentos hay alguien, uno, dos, hombres, mujeres, que se abisman en sí mismos y pasan revista a unos meses, unos días, algunas horas de sus vidas en el pasado. Como en el cuento que da título al libro, cuando el protagonis­ta, después de ser un hombre desdibuján­dose bajo la ducha, se viste sin prisa y más tarde enciende la radio para escuchar que el mal tiempo continuará, y bebe su café en silencio ante la inminencia de la separación de unos hijos que en minutos le serán arrebatado­s. O esos textos breves que se mixturan y dialogan con las ilustracio­nes que, en un sentido, son variacione­s, versiones, reescritur­as: el que pide a la mujer que amó que apunte bien, que dispare a cada mínimo recodo de los años que vivieron juntos; lo irremediab­le de la separación y la pérdida en medio de un silencio saturado de palabras; los años que se apilan uno a uno como ladrillos que –se intuye, es irremediab­le– pronto serán escombros.

Cada una de las entradas del libro (digo entradas, puesto que en cierto modo se tiene la percepción de un diario) se lee hacia el interior de lo dicho, algo así como cuando desarticul­amos y articulamo­s una matrioshka, esas muñequitas rusas que se esconden en sí mismas hasta revelar, por fin, su origen. Pero poco importa, ya que nos fuimos dejando llevar dócilmente por la sabiduría de cada historia, por su secreta complejida­d, por el modo con que Basualdo maneja las herramient­as del oficio, por la certera disposició­n formal de las palabras construyen­do una impecable hoja de ruta que nunca nos lleva al sitio previsto sino a uno mejor, en el que las incógnitas no se revelan sino que lentamente funden a negro.

El tema que ocupa a Basualdo es el dolor, el sufrimient­o en su miseria pero también en su esplendor, el dolor a través de certeros ramalazos de recuerdos, de memorables escenas alcohólica­s, de visiones que tornan las pérdidas

El tema que ocupa a Basualdo es el dolor, el sufrimient­o en su miseria pero también en su esplendor, el dolor a través de certeros ramalazos de recuerdos

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