Uno de ellos
La integridad de un autor se lee en su obra. En Mañana sólo habrá pasado, una voz al mismo tiempo velada y luminosa y la fuerza expresiva de una prosa consumada confieren a los relatos de Sebastián Basualdo su estatuto literario.
El tema de la verdad en la escritura, esa condición que va incluso más allá del estilo y arrasa con escuelas y vanguardias ya que no sólo suspende la incredulidad del lector sino que lo obliga a desconfiar de la realidad, a soslayarla, a ponerla entre paréntesis, urgido por la apremiante tarea de tomar el pulso de esa otra realidad: la imaginada por el escritor, la urdida para su ficción, para esa vida paralela, en espejo, más vacilante aún y temblorosa que la otra pero, por qué no, única para él, incontrastable. “La vida camina en puntas de pie por un campo minado”, le hace decir la novelista Siri Husvedt a uno de sus personajes, y es lo que experimentamos al leer a Basualdo: el cruce inquietante a la intemperie de un teatro de operaciones, con la clara conciencia de que no se saldrá indemne y es justo que así sea.
Es increíble lo que las palabras les pueden hacer a las cosas, sentencia con una mezcla de inocencia y desamparo Basualdo en la frase inaugural de El hombre que sólo aprendió
a huir, texto elegíaco dedicado al padre, historia de la deriva de un hombre y de la silenciosa reconvención del hijo, declaración de un vacío que clausuran la enfermedad y la muerte del ausente, y que será ya imposible de llenar. En todos estos cuentos hay alguien, uno, dos, hombres, mujeres, que se abisman en sí mismos y pasan revista a unos meses, unos días, algunas horas de sus vidas en el pasado. Como en el cuento que da título al libro, cuando el protagonista, después de ser un hombre desdibujándose bajo la ducha, se viste sin prisa y más tarde enciende la radio para escuchar que el mal tiempo continuará, y bebe su café en silencio ante la inminencia de la separación de unos hijos que en minutos le serán arrebatados. O esos textos breves que se mixturan y dialogan con las ilustraciones que, en un sentido, son variaciones, versiones, reescrituras: el que pide a la mujer que amó que apunte bien, que dispare a cada mínimo recodo de los años que vivieron juntos; lo irremediable de la separación y la pérdida en medio de un silencio saturado de palabras; los años que se apilan uno a uno como ladrillos que –se intuye, es irremediable– pronto serán escombros.
Cada una de las entradas del libro (digo entradas, puesto que en cierto modo se tiene la percepción de un diario) se lee hacia el interior de lo dicho, algo así como cuando desarticulamos y articulamos una matrioshka, esas muñequitas rusas que se esconden en sí mismas hasta revelar, por fin, su origen. Pero poco importa, ya que nos fuimos dejando llevar dócilmente por la sabiduría de cada historia, por su secreta complejidad, por el modo con que Basualdo maneja las herramientas del oficio, por la certera disposición formal de las palabras construyendo una impecable hoja de ruta que nunca nos lleva al sitio previsto sino a uno mejor, en el que las incógnitas no se revelan sino que lentamente funden a negro.
El tema que ocupa a Basualdo es el dolor, el sufrimiento en su miseria pero también en su esplendor, el dolor a través de certeros ramalazos de recuerdos, de memorables escenas alcohólicas, de visiones que tornan las pérdidas
El tema que ocupa a Basualdo es el dolor, el sufrimiento en su miseria pero también en su esplendor, el dolor a través de certeros ramalazos de recuerdos