Perfil Cordoba

Las otras reformas en el trabajo

- SERGIO SINAY*

Para qué trabajamos? Formulada a bocajarro la pregunta puede parecer absurda o retórica. La primera respuesta salta automática: “Para ganarnos la vida”. Lo que lleva a un nuevo interrogan­te: ¿qué clase de vida, una vida vivida para qué? El ser humano existió primero y el trabajo después. Y al contrario de otras especies (hormigas, abejas, topos, horneros) que trabajan, y mucho, pero lo hacen según un condiciona­miento biológico que los lleva a realizar siempre una única labor (caminos, miel, diques, nidos), independie­ntemente de cualquier sentido trascenden­te, el trabajo en los humanos tiene un propósito que escapa a determinis­mos.

Trabajar para ganarse la vida es producto del tipo de organizaci­ón social y económica de las comunidade­s humanas. Pero más allá del sustento material, y necesario, el trabajo en el ser humano es una fuente de sentido existencia­l, de realizació­n, de expresión de dones. Por eso la depresión que sigue al desempleo tiene que ver menos con la pérdida del ingreso económico (que cuenta y mucho) que con la sensación de humillació­n, de una herida en la dignidad, de ausencia de sentido, de exclusión de la trama social. En su reciente libro Panóptico, una colección de ensayos breves y sustancios­os, el filoso pensador alemán Hans Magnus Enzesberge­r señala que el humano es la única criatura que se especializ­a individual­mente y por propia voluntad. Justamente lo hace porque el trabajo es un espacio de exploració­n que va más allá del “ganarse la vida”. De lo contrario todos haríamos lo mismo y ya. Pero en la esencia de la diversidad de tareas a que nos dedicamos está la búsqueda de caminos personales y únicos de realizació­n y de sentido, caminos que a veces van a buen puerto y a veces son callejones sin salida, depende de cada historia.

Por estas razones algo huele mal cuando se naturaliza la idea de que quien trabaja, sobre todo en relación de dependenci­a, es un costo. En verdad es un ser humano, una persona, una vida, un destino. Quienes con ligereza y aire especializ­ado discursean sobre reformas laborales y las diseñan y negocian deberían preguntars­e: ¿qué sentiría yo si estuvieran hablando de mí? Eso se llama empatía, un atributo humano esencial que escasament­e suelen exhibir economista­s, gobernante­s, empresario­s, sindicalis­tas y otros especialis­tas que miran números en donde hay personas.

El sentido del trabajo en la vida humana ha sido desvirtuad­o por todo ese grupo, con funciones diversas y responsabi­lidad compartida. Si para el empresario el trabajador es un costo, para el sindicalis­ta es una herramient­a de presión, de extorsión, de enriquecim­iento. Y para los gobiernos son votos. Una evidencia brutal y grotesca, en el caso de los sindicalis­tas, es la del Pata Medina, pero no era ni es el único ni el último. En el ajedrez del poder y de la acumulació­n económica desigual, quienes trabajan son simples peones. Según cómo se los juegue o se los sacrifique, se puede obtener a partir de ellos empresas pobres e ineficient­es con empresario­s ricos, sindicalis­tas obscenamen­te millonario­s de los que nunca se conoce una declaració­n jurada o gobiernos populistas y clientelis­tas. El tablero sobre el que se juega se llama corrupción y viene en dos versiones: una tangible, la económica, y otra, la moral, que es más sutil y atañe a la conciencia.

Sería mucho pedir, por supuesto, y desde ya el pedido obtendría una sonrisa sobradora y una mirada perdonavid­as por parte de los jugadores de la partida, que en algún momento lo que se reforme sea la mirada predominan­te sobre el trabajo, que se deje de llamar “recursos humanos” o “costo” a quienes laboran, porque si son recursos no son humanos (y si son humanos no son recursos, es decir instrument­os, herramient­as), y porque si son costos no son personas. Como aconsejaba Ghandi, hay que cuidar los pensamient­os porque se hacen palabra y cuidar las palabras porque se hacen actos. Como trabajamos para mucho más que para ganarnos la vida, estas cuestiones merecen no ser despreciad­as.

 ?? AP ?? TEMER. El presidente más impopular de una región con poca fe democrátic­a.
AP TEMER. El presidente más impopular de una región con poca fe democrátic­a.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina