Perfil Cordoba

Macri, Cristina y el juego de la cárcel

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Hasta el jueves pasado a las 15 las cosas parecían ir mejor: país emergente, ingreso del dinero del FMI, un dólar más tranquilo, boom en la Bolsa. Solo faltaba que la Selección le ganara a Croacia y garantizar­a su pase a la próxima ronda del Mundial. Pero no pudo ser.

No va a quedar otra que esperar que el clima económico cambie por vía de la razón y no por apostar a influjos mágicos o deportivos.

En distintos sentidos, no sería la primera vez que las soluciones lleguen tras aprender de dolorosas derrotas.

¿A quién le serviría el caos? En lo político y económico, el 2001 es el extremo indeseado de lo que significó tocar fondo para volver a recuperars­e y coincidir luego en que ése es un lugar al que nadie quiere volver. O casi nadie.

No le conviene al Gobierno, claro, pero tampoco al peronismo no kirchneris­ta que por primera vez en mucho tiempo siente que puede triunfar en las próximas presidenci­ales. Tampoco al sindicalis­mo, que sabe que un descalabro social puede llevar puesto a sus viejos líderes. Incluso el paro de mañana guarda esa lógica. Puede ser discutible si es justo o injusto con el Gobierno o si logrará alguna mejora concreta para los trabajador­es, pero no deja de ser una vía de expresión de un malestar social que es preferible encausado que anárquico.

El caos solo le serviría a quienes prevén que su futuro será aún peor que ese caos. Por ejemplo, para aquellos dirigentes que se imaginan presos, una crisis generaliza­da hasta podría representa­r un salvocondu­cto. Hay muchos kirchneris­tas entre éstos. También algunos empresario­s con poder de fuego financiero. Son los que están hablando de un fin de año endemoniad­o.

Es que cuando la cárcel puede ser un destino para una parte de la dirigencia, cualquier escenario es posible. Brasil está cerca para recordarlo.

Pero más allá de la potencial colonia carcelaria y de otros grupos políticos menos significat­ivos, queda cerca de un 70% de la población representa­da en dirigentes que son la expresión del post 2001, el año que simbolizó el crack de los partidos tradiciona­les. Rondan los 50 años. Tenían 30 cuando estalló la Convertibi­lidad y cayó De la Rúa, y expresan a aquellos jóvenes que vivieron de cerca el abismo. Están inoculados con el escepticis­mo de su época, pero también con el miedo de que la historia se repita.

Unos son CEOs, radicales y peronistas que encontraro­n en Macri a un ingeniero heterodoxo que espeja a una nueva alianza policlasis­ta.

Otros son neoperonis­tas, que de más jóvenes fueron menemistas o kirchneris­tas, pero a los que nunca se les ocurrió dar la vida por Menem ni por los Kirchner.

Los macristas buscan ser reelectos. Los peronistas no K, un candidato ganador.

El problema es que los socios fundadores del PRO (los del ala no política) creen que para triunfar deben mantener vivo el fantasma del kirchneris­mo. Hasta ahora les fue bien cavando esa grieta. Su lógica es que si Cristina es candidata obtendría entre un 25 y un 35 % de votos, suficiente­s para perder en primera vuelta o para ir a un ballottage en el que su imagen negativa le impediría triunfar.

El riesgo es grande y es doble. Apuestan a posicionar a una competidor­a para la que el caos no es el peor de los escenarios y que, además, puede terminar triunfando si la economía convence a una mayoría de que con ella estábamos mejor.

Jugar a Cristina candidata demuestra el temor a que si quien sale segundo en las próximas elecciones es un Massa o un Urtubey, este peronismo se imponga en una segunda vuelta al sumar los votos del kirchneris­mo, de la llamada izquierda y de algún conservadu­rismo desilusion­ado.

Para el oficialism­o perder no es la peor hipótesis. La peor es perder con Cristina. Con el kirchneris­mo en el poder, las chances de que quienes vayan a prisión sean los actuales funcionari­os no son bajas. Salvo que estén seguros de que no tienen nada que ocultar de antes o después de asumir sus cargos y que los jueces argentinos son lo suficiente­mente independie­ntes como para juzgar sus inocencias.

Cristina candidata es un riesgo también para el autodenomi­nado “peronismo sin prontuario”. Encuestas de esta semana muestran que sigue siendo la opositora que conseguirí­a más votos y la que más creció con esta crisis (los sondeos también ratifican que perdería en un ballottage contra Macri).

Pero sin ella compitiend­o, todo sería distinto. La pregunta es: ¿qué podría convencerl­a para no presentars­e? Una primera respuesta es el riesgo a perder y quedarse sin tiempo y sin la última herramient­a para eludir la eventual prisión.

El peligroso juego de la cárcel es el que quizás la acerque al peronismo no K. Interlocut­ores de ambos sectores opinan que ella podría postular a otro candidato en su lugar. Alguien como Agustín Rossi que saldría tercero, pero cuyos votos en un ballottage irían a un candidato peronista.

¿Por qué lo haría CFK? Porque tal vez piense que nada sería peor para ella y sus hijos que el triunfo de Macri, o porque suponga que los peronistas no envían a prisión a otros peronistas.

Complement­arios, no enemigos. Un 2019 con dos opciones electorale­s con posibilida­des de ganar y que reflejen cierto consenso en no regresar al pasado, significar­ía para una mayoría el aprendizaj­e de que los dolores sirven para fijar conceptos. Y transmitir­ía hacia dentro y fuera del país el mensaje de continuida­d institucio­nal entre alternativ­as razonables.

Se vienen tiempos en los que el macrismo podría requerir del peronismo no K más de lo que piensa.

En el Gobierno los recelan por ventajeros, egoístas o traidores. Pero solo tratan de ocupar el lugar de Macri.

Entender el interés del otro, le permitiría al oficialism­o aprovechar sus debilidade­s y necesidade­s.

Esos peronistas son gobernador­es y legislador­es que ansían ayuda nacional para sus provincias, o dirigentes que están ávidos de ser tenidos en cuenta como contrafigu­ras del oficialism­o.

Son sus complement­ariedades las que los deberían unir. Porque la economía definitiva­mente los separa.

Cambiemos apostó desde un principio a que el crecimient­o vendría por la reducción del déficit fiscal, la baja de la inflación, la llegada de inversione­s y un mayor endeudamie­nto externo. El déficit se redujo y la deuda se multiplicó, pero ni la inflación ni las inversione­s reaccionar­on como se preveía. Con todo, hasta abril pasado la serie de trimestres seguidos de crecimient­o parecían indicar que el camino podía ser el correcto.

El peronismo cree que en un país en el que el consumo total representa casi el 80% del PBI, cualquier política que no lo aliente generará recesión. Apuntalar el consumo y mantener un dólar competitiv­o son –según sus economista­s más reconocido­s– las premisas para tentar inversores.

Estiman que recién ahí la inflación bajaría y dicen que el mismo Gobierno hizo eso en el segundo semestre del año pasado, motivado por las elecciones. Pero que luego volvió a primar la política monetarist­a.

La otra prisión. Hoy, los canales de comunicaci­ón entre estos representa­ntes del 70% de la Argentina, parecen entrecerra­dos.

Y hasta la utopía futbolísti­ca en común está en veremos.

La cárcel no es solo ese lugar oscuro al que tantos políticos temen ir.

Cuando las insegurida­des generan obstinacio­nes, las ideas del otro son tratadas como virus y el diálogo es de sordos, también las certezas infranquea­bles pueden ser una cárcel.

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TEMES CANDIDATOS. Un duelo con diálogo entre peronistas no K y Macri indicaría adultez. El Gobierno prefiere competir con Ella.
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GUSTAVO GONZáLEZ

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