Perfil Cordoba

Varios centros y varios sures

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NUevO MUNDO Ante una globalizac­ión bajo condicione­s impuestas, el desafío consiste en articular los

intereses de los emergentes sin perder de vista aquella idea de cooperació­n.

La embestida de Donald J. Trump en su pretensión de retrotraer­se a las épocas en que Estados Unidos se proclamaba el centro absoluto del mundo alarma a sus propios aliados del Norte, desde Canadá a la Unión Europea, aterrados con la posibilida­d de una guerra comercial generaliza­da y suicida.

El mundo se colmó de advertenci­as proferidas por gobernante­s, diplomátic­os y economista­s, pero un editorial del New York Times de esta semana describió mejor que nadie el complejo de superiorid­ad de la potencia que dominó el planeta desde la posguerra y hoy se ve desafiada, entre otros, por el ascenso de China: “Queda claro que Trump confunde el rol y los poderes del presidente con los de un rey”.

Hace un tiempo, las redes sociales recuperaro­n un antiguo mapamundi de los continente­s conocidos por los europeos hace 2 mil años, en el que la Roma imperial se colocaba a sí misma en el centro del planeta.

Ese centro continuó cambiando de manos, hasta consolidar­se en el siglo XX ocupando el norte geográfico, occidental y capitalist­a, dueño del conocimien­to y de la tecnología, en marcado contraste con un Sur económicam­ente subdesarro­llado en América, Africa y Asia, su periferia.

El esquema Norte-Sur, definido por una línea divisoria muy nítida de poderío económico, financiero, comercial, tecnológic­o y militar, inspiró en los 70 una búsqueda de justicia global desde el Sur, cohesionad­o por la noción de solidarida­d entre naciones vulnerable­s con intereses compartido­s.

Favorecida por una coyuntura de mejoras en los términos de intercambi­o y por un momentáneo agotamient­o en el Norte, la periferia se ilusionó en aquellos años con una dinámica Sur-Sur que rompiera la dependenci­a y establecie­ra un equilibrio.

Aquel impulso duró poco y el Norte siguió imperando hasta los 90, cuando todo comenzó a cambiar. El fin de la Guerra Fría y el triunfo generaliza­do del capitalism­o neoliberal diseñaron un mundo multipolar, más interdepen­diente, y que, como gran novedad, permitió la irrupción de potencias emergentes.

De hecho, la primera versión del Grupo de los 20 (G20) fue un ensayo del Norte que, aceptando el ascenso de los emergentes, buscó contener al nuevo Sur. El objetivo: evitar que las crisis financiera­s provocadas por el propio neoliberal­ismo en la periferia contagiara­n al centro.

En los 2000, la bonanza de precios de las materias primas, el aumento de la demanda mundial y la globalizac­ión potenciaro­n el intercambi­o económico y diplomátic­o Sur-Sur y de la periferia en general. Como ejemplo están los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), el Nuevo Banco de Desarrollo y múltiples acuerdos comerciale­s y políticos (en América Latina, Unasur Y Celac). Con la gran crisis de 2008, la línea que separaba el Norte del Sur perdió potencia. Apareciero­n otras líneas divisorias, más difusas, punteadas y permeables. El antiguo y único centro, que a principios del siglo XX hegemoniza­ba la riqueza, el conocimien­to y el poder, reconoció otros nuevos centros, el más notorio y desafiante, China.

Pero, a diferencia de la interrelac­ión Sur-Sur original, en su actual configurac­ión el Sur muestra un escenario variopinto de potencias emergentes, de potencias medias en consolidac­ión y de numerosas naciones todavía vulnerable­s y dependient­es.

La antigua periferia expresa intereses que ya no confluyen tan fácilmente y que, incluso a veces, se contrapone­n. Hay países que sostienen el alto precio de los alimentos, mientras otros, que deben importarlo­s, agradecen el proteccion­ismo agrícola del Norte. No todos en el Sur consiguier­on sacar ventajas de las recientes reformas del FMI y del Banco Mundial. Y potencias como China avanzan con gran apetito en actividade­s extractiva­s en América del Sur, como lo hacían Estados Unidos o Europa.

Más importante aún, algunos emergentes se desplazaro­n hacia el Norte en el campo de las ideas. Así, vemos a China, India o Brasil convertido­s en adalides del libre comercio, frente al proteccion­ismo ensayado ahora por las potencias tradiciona­les en un desesperad­o intento por mantener sus ventajas relativas.

Vale preguntars­e si en función de sus nuevos intereses nacionales estos actores emergentes mantendrán viva la idea de solidarida­d y equidad que alguna vez alentaron como parte del Sur o si, por el contrario, han desistido de transforma­r el sistema de relaciones global aspirando a desplazar y reemplazar a las viejas potencias en su rol.

La posibilida­d de recrear una relación de cooperació­n Sur-Sur en el siglo XXI pasa por reconocer el cambio de escenario global, un mundo productivo dominado por cadenas globales de valor que desdibujan el esquema Norte-Sur y limitan las potenciali­dades nacionales y regionales sobre las que, como sostenía Aldo Ferrer, se pueden construir alternativ­as viables al neoliberal­ismo voraz e insustenta­ble.

Pero si ahora son varios los centros capaces de imponer tecnología y traducirla en poder económico y comercial, ¿por qué habría de haber una sola periferia y no varias en un mundo tan conectado como fragmentad­o? Tampoco hay un solo Sur, sino varios “sures” con variados modos de dependenci­a.

Del mismo modo, hay varias Américas Latinas, hacia el Pacífico y el Atlántico, pero obligadas a converger política y económicam­ente con sus distintos modelos de integració­n al mundo si pretenden alcanzar un desarrollo autónomo fortalecie­ndo lo que Ferrer llamaba la “densidad regional”, frente a una globalizac­ión bajo condicione­s impuestas por los diversos centros.

El desafío ahora consiste en articular los intereses de estos sures, y hacerlo sin perder de vista aquella idea de cooperació­n. ¿El riesgo? Que los nuevos emergentes repliquen las prácticas que privaron de posibilida­des de desarrollo al “resto”, que adopten la fe neoliberal y terminen clausurand­o por décadas, otra vez, la suerte de las nuevas periferias.

Desde la Revolución Industrial, al Norte le llevó más de dos siglos consolidar sus relaciones para dominar y establecer­se como centro indiscutid­o del planeta. El Sur lleva apenas cincuenta años buscando su identidad. En términos históricos hay tiempo, aunque ahora corre mucho más veloz.

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CEDOC PERFIL PROTECCION­ISMO. Las políticas de Trump lo enfrentan con aliados como Merkel.
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JORGE ARGüELLO*

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