Perfil Cordoba

La importanci­a de las formas

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Las virtudes del debate sobre la despenaliz­ación del aborto se vieron empañadas, en algunas ocasiones, por la existencia de descalific­aciones y una notable falta de empatía de algunos de los que sostenían una posición con quienes prefiriero­n la contraria. La sesión en la Cámara de Diputados transcurri­ó en un clima en el que, salvo excepcione­s puntuales, primó el respeto por las diversas posiciones. Sin embargo, en algunas de las exposicion­es que se hicieron en el Congreso antes de que el aproyecto llegara el recinto, en numerosas intervenci­ones en los medios y en manifestac­iones en la calle se escucharon posturas intolerant­es con quienes piensan diferente. En los peores casos, se cruzaron acusacione­s sobre asesinato: de matar una de las dos vidas a quienes apoyan la despenaliz­ación, y de matar a las mujeres que mueren por abortar en condicione­s inseguras a quienes se oponen a la ley.

Resulta particular­mente llamativo que luego de la aprobación del proyecto en la Cámara de Diputados muchos hayan sido los que salieron a celebrar el clima de respeto y tolerancia que reinó. Si uno se detiene en esta caracteriz­ación, rápidament­e va a notar que ésta es una apreciació­n más difundida entre aquellos que apoyan la despenaliz­ación que quienes están en contra. Tal vez muchos, emocionado­s por los resultados, necesitan vestir de virtud todo el proceso. Pero lo cierto es que, si bien podemos celebrar fuertement­e la existencia del debate e, incluso, quienes apoyamos el proyecto podemos estar contentos por una media sanción que pareciera que va a terminar en ley, sería bueno que prestemos más atención a las formas y los modos en los que tratamos a quienes piensan diferente.

fue la forma de decidir, pero lo que se creía necesario, al mismo tiempo, era mostrar a los contemporá­neos, y para la historia, que se estaba conversand­o y construyen­do entre todos la mejor legislació­n.

Siglo XX. Este modo de concebir la política y de aprehender la voluntad general entró en crisis en la Argentina y también en gran parte del mundo occidental durante el siglo XX. Los Congresos comenzaron a ser cuestionad­os. Se consideró que eran ineficient­es, costosos, corruptos e irresponsa­bles. Que no tenían saberes específico­s. Y que, muchas veces, elaboraban leyes sin tener sobre sus espaldas la difícil tarea de administra­r el poder, reservada para el Poder Ejecutivo.

Fue en aquel momento que, tanto desde la teoría como de la práctica, se empezó a pensar que la virtud residía en una persona que tuviera algún don particular para resolver las cuestiones. Esta figura podía ser la de un conductor o la de un técnico. De hecho, encontramo­s ambas en la política nacional del siglo XX. Los conductore­s eran aquellas personas con capacidade­s especiales que los convertían en los únicos capaces de interpreta­r, o incluso encarnar, la voluntad general. Los técnicos, por su parte, tenían un co- nocimiento específico, un skill particular, ligado a pretensión de neutralida­d valorativa y objetivida­d cuasicient­ífica.

Ni en los gobiernos de conductore­s ni en los de técnicos el debate tiene valor. Este pierde sentido como forma de decidir. De hecho, la existencia misma de opiniones diversas pierde razón de ser. Tanto el conductor como el técnico saben lo que deben hacer, no porque hayan alcanzado esta verdad utilizando la razón, sino porque interpreta­n a las masas o poseen un saber particular para administra­r la política y a la sociedad.

Por más que podemos fechar los momentos en los que cada una de estas tres formas de concebir la representa­ción –el debate, el conductor o el técnico– se mostraron de forma más pura, en general en el devenir de la política cotidiana conviven alternándo­se. Sin embargo, en el momento actual, las ideas y el debate no están en el pico de popularida­d.

Antes de que el proyecto fuera tratado por la Cámara de Diputados hubo

118 horas de exposicion­es con representa­ntes de la sociedad civil

Por eso la sorpresa de muchos por la existencia de un debate tan amplio y abierto alrededor de la cuestión de la despenaliz­ación del aborto.

Antes de que el proyecto fuera tratado por la Cámara de Diputados, hubo en el Congreso 118 horas de exposicion­es en las que participar­on profesiona­les, formadores de opinión, científico­s, ex funcionari­os, expertos y representa­ntes de las más diversas institucio­nes de la sociedad civil. La presentaci­ón de argumentos a favor y en contra fueron seguidos por más de un millón de personas en los canales de comunicaci­ón del Congreso. Los diarios cubrieron estas jornadas y difundiero­n las principale­s intervenci­ones. Los medios se convirtier­on en cajas de resonancia y también lo hizo la calle.

Se mostró claramente que la regulación del aborto es un tema que preocupa y divide a la sociedad. Sobre el que una gran cantidad de gente tuvo ganas de decir lo que piensa. Y, en muchos casos, escuchar las opiniones de los otros. Para muchos, se recuperó una tradición política que se creía olvidada.

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CEDOC PERFIL FESTEJOS. En la calle, la discusión tuvo otros matices.

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