La colección de arte por la que el mundo miró a Córdoba
Desde el jueves pasado se exponen en el Museo Evita las obras de las Bienales y Salones IKA Córdoba. La muestra abarca el periodo que va desde 1958 hasta 1966 y podrá visitarse hasta septiembre de 2020.
El proyecto rondaba la cabeza de Mariana del Val, directora del Museo Evita, desde hacía más de dos años hasta que finalmente vio la luz de la mano de las investigadoras Cristina
Rocca -autora del libro Arte, modernización y guerra fría: las bienales de Córdoba en los
sesenta- y Cecilia Irazusta, a cargo de la curaduría de la exhibición.
Tras un arduo trabajo de investigación (y recuperación, puesto que durante la dictadura militar se perdió mucha información) se montó en el subsuelo del museo una muestra que atraviesa los períodos comprendidos entre 1958 y 1966 y que nuclea obra de los artistas que participaron en los cinco Salones IKA y en las tres Bienales Americanas de Arte, que patrocinaba en ese entonces Industrias Kaiser Argentina.
A partir de la Reforma, Córdoba se había transformado en un centro cultural importante, un lugar donde los latinoamericanos venían a estudiar, donde había una cultura muy desarrollada y el arte ocupaba un espacio preponderante: “Esta era una exposición necesaria. Los salones IKA llevaron al mundo las obras de artistas cordobeses y revelaron nuevas formas de interpretar una sociedad en constante cambio y transformación. Estas obras hoy vuelven a ocupar un espacio expositivo como una forma de reivindicar ese movimiento estético y cultural del que formaron parte”, señala del Val.
Cinco núcleos poéticos. La muestra está articulada en núcleos poéticos que agrupan los intereses de los artistas latinoamericanos que se dieron cita en Córdoba en el marco de estas bienales y salones: “Los artistas construyen sus obras en función de lo que les da su entorno y en cómo ellos leen ese entorno. Poder dar cuenta de esto era parte de lo que nos interesaba mostrar con Cristina”, dice Irazusta.
En una época de fuertes movimientos sociales y políticos, el arte emergente se contagiaba de esa ebullición y copaba todos los sectores de la vida social. “No se trataba de mostrar solamente cuáles eran las situaciones o problemas del momento sino cómo eso también circulaba en la imagen de ese entonces”, agrega.
Después de algunos debates, las investigadoras se pusieron de acuerdo en los cinco núcleos que conformarían la muestra: Poéticas Existencialistas, Poéticas de Identidad, Poéticas de Vuelos Cósmicos, Poéticas de Investigaciones Visuales y Poéticas de Apropiaciones de Medios. “En este sentido tenemos algunos elementos de contexto y luego las obras van haciendo guiños con imágenes, también de ese contexto”, detalla la curadora.
Como en una especie de túnel del tiempo, la antesala de la exhibición muestra una superposición de imágenes “porque en las Bienales y en los Salones había superposición de ideas, no eran Bienales temáticas; se daba una mezcla que nosotros quisimos sostener porque desde distintas corrientes se trataba la misma problemática y eso generaba una situación digna de ser explorada”; precisa Irazusta.
Una línea en el tiempo. Cristina Rocca señala que establecieron una línea de tiempo que arranca un poco antes de 1958 y va hasta 1966, para poder contextualizar la muestra. “Con Cecilia trabajamos juntas hace más de 10 años; ella es artista plástica y yo historiadora del arte. Sin embargo, hay algunos conceptos que hemos usado para el montaje y el diseño de la curaduría que tienen que ver con lo visual. Hay pensamientos específicos en cada artista, sea músico, plástico, ceramista o el oficio que tenga: piensa en imágenes”, explica. Y añade: “Entonces, pensamos a los artistas desde su propia perspectiva -siempre con una mirada contemporánea, porque uno no compartió con ellos ese espacio sino que lo hace desde el hoy-, imaginando la poética desde la que se desarrolla la obra: esa constante opción para decir o hacer algo. Teníamos ese pensamiento visual en los artistas y por otra lado las poéticas en sus obras; ésa fue la construcción que hicimos con Cecilia para agruparla”.
Justamente, como la problemática que cada artista tenía y a través de la cual se definía era distinta, optaron por armar una muestra que no fuera lineal sino que pusiera de relieve el diálogo entre los artistas y ese mundo circundante. “Córdoba era una fiesta durante las Bienales. Muchos artistas no solo mandaban sus obras sino que también viajaban. En esos procesos se desarrollaron encuentros entre los artistas y debates que fueron muy ricos. Y lo más importante es que la ciudad se involucró enormemente en esos eventos”, finaliza.