Perfil Cordoba

TIC, TAC, TIC, TAC

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con la 10, y la prensa lo critica sin piedad. Desconfían, y lo dicen sin eufemismos. “Dios en la cancha, un fracasado en la banca”, lo definió el periódico “Maradona llega a Dorados sin brillo en su carrera como DT”, tituló La periodista Marion Reimers lo lapidó en Fox Sports: “Maradona, como técnico, es malísimo”.

No le fue mejor con sus colegas. “No podrá hacer nada y no porque no sepa, sino porque no puede. Lo usan. Está enfermo, lo van a echar”, se indignó José Luis “el Chelis” Sánchez Solá, veterano entrenador mexicano, hoy en Las Vegas Lights. Hasta Querétaro, un club rival, tuiteó una foto de Ronaldinho, que jugó allí en 2014, con esta frase: “Para nosotros, el mejor 10 que pasó por México es él: el que entendió, entendió”.

Pero hubo más. Un tal Iván Dávila adaptó el corrido de la Banda MS, con una letra nueva que lo despelleja vivo: “Para qué tanto relajo / si ya estamos avisados / ya sabemos a qué viene / pobrecito de Dorados / ¡Diego viene por la blanca! / que te agarre confesado…”. Qué delicadeza. Para completar la bienvenida, los vecinos del exclusivo barrio privado La Primavera bloquearon la ruta, para que los camiones de mudanza no llegaran a la mansión que el club le había reservado allí. “No lo quisimos a Julio César Chávez por ser amigo de narcos, tampoco lo queremos al argentino y sus escándalos”, se plantaron.

Pese al ambiente poco festivo, Maradona estrenó una sonrisa melancólic­a, contó que hace 15 años dejó la droga, y que un mal día supo que la plata se había esfumado. Y aclaró: “Lo único que quiero ahora es trabajar, por eso pienso quedarme un largo tiempo aquí”. Su discurso, su mala dicción, no calmaron los ánimos. Al contrario.

No es fácil ser Maradona. Tampoco lo es tratar con ese sujeto-deidad, su furia, sus contradicc­iones, el acoso de la prensa. El séptimo piso del hotel Lucerna donde lo instalaron, el más lujoso de Culiacán, está clausurado, invadido por agentes de seguridad y guardaespa­ldas, hasta que el club solucione el problema de su vivienda. Maradona, por contrato, exigió vivir con las mismas comodidade­s que tenía en Dubai. Habrá que convencer a varios.

Pese a todo, se lo vio eufórico con sus nuevos jugadores. Hizo bromas, corrió, peloteó arqueros, jugó, dio indicacion­es. Trabajó tranquilo en un club no tan tranquilo, al menos si uno repasa la agitada vida de sus propietari­os.

Dorados pertenece a Grupo Caliente de Jorge Hank, también dueño del Tijuana Xoloitzcui­ntles, hoy entrenado por Diego Cocca. Es la base estratégic­a del fumador subacuátic­o Diego Braga R. Nik, gran amigo y proveedor de Angel Easy, consejero cercano de Chiqui Wall de Moyano para seducir y luego abandonar a Saint Paoli; representa­nte de Almirón, el DT favorito del president McCree.

Hank, folclórico cacique del PRI, dueño de un emporio de casas de juego y afines varios, es un hombre sospechado de casi todo, detenido y liberado por falta de pruebas muchas más veces que una. Un clásico en estas zonas hot donde llueven dólares, balas y mujeres rojas.

Precisamen­te, con 88 armas y 6 mil cartuchos, lo sorprendió la policía en una mala noche de 2011. El 28 de enero de 2014, en su cumpleaños 58, una tigresa de bengala, su mascota estrella, casi le parte el pecho en dos a su ahijado y vice del Xolos, Gog Murguía, que por algún extraño motivo entró a su jaula en la alta noche. Fue un susto, nada más. Uno más en esa vida violenta, llena de equívocos y “accidentes”.

En ese lugar en el mundo, como una exótica frutilla del postre, aterrizó Maradona, su Armada Brancaleon­e y los tsunamis que desata. Una bomba a punto de estallar, tic, tac, tic, tac.

¿Peor imposible? Quizá. Salvo que nos miremos al espejo, compatriot­as, aquí mismo, hoy, en este imposible manicomio con fronteras llamado Argentina. pedido, era una súplica. Hagan un gol, por el amor de Dios. Recién en la décima fecha los jugadores de Ferro se hicieron cargo de la demanda. Recibían al River de Ramón Díaz, nada sencillo. Primer tiempo: 0-0. Más de lo mismo. Los once fantasmas vestidos de verde seguían invictos. La bandera, firme en el alambrado. Hasta que en la segunda etapa ocurrió el milagro: un tal Cristian Chaparro rompió el maleficio con un cabezazo. El gol no se gritó. Algunos lanzaron un suspiro, un gesto de alivio; otros, aunque no lo quieran reconocer, una carcajada. Al hincha de Ferro le habían sacado el gol, y ese 28 de abril de 1999 lo recuperó.

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AFP LUGAR EN EL MUNDO. En México se lo vio eufórico, tranquilo, en un club agitado.
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HUGO

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