Perfil Cordoba

¿Incluye el género a todos y a todas?

- SERGIO SINAY*

Hacia mediados de los años 80 los escritos y las experienci­as de Robert Bly (poeta y mitólogo), Sam Keen (filósofo), Herb Goldberg (psicólogo) y Frank Cardelle (psicólogo), entre otros, impulsaron la nueva masculinid­ad. Libros como de Bly, de Keen, de Goldberg o de Cardelle, inspiraban un movimiento que proponía romper el estereotip­o que atrapaba a los varones en la celda de las cuatro P: ser productore­s, proveedore­s, protectore­s y potentes. Ese estereotip­o inducía a una competició­n depredador­a, guerras, violencia, alejaba a los hombres de sus sentimient­os, de su sensibilid­ad, de sus hijos, del amor y, vía homicidios, accidentes y enfermedad­es como cánceres e infartos derivados del mismo, dejaba una sociedad de viudas y huérfanos. Compartien­do en grupos experienci­as, propuestas y esperanzas, en búsquedas solidarias, el movimiento anunciaba un nuevo varón que, así lo proponían sus mentores, no abdicaría, sin embargo, de atributos nutricios y fecundante­s de la masculinid­ad profunda: fuerza para construir, capacidad de guiar, paternidad afectiva y transmisor­a de valores, sexualidad activa y amorosa, liderazgo asertivo, etcétera.

En la Argentina, Juan Carlos Kreimer, Guillermo Vilaseca y otros le dieron impulso propio a esa corriente. Por esa época me sumé a ella con mis primeras columnas sobre el tema en los medios en los que escribía, luego con la coordinaci­ón de trabajos grupales junto a Daniel Santinelli, más tarde en grupos que coordiné bajo mi responsabi­lidad y, finalmente, con libros como

y, más recienteme­nte, Aquella “nueva masculinid­ad” no cuajó en una corriente poderosa, colectiva y transforma­dora. Hubo, y hay, remedos casi caricature­scos y vacíos, como la metrosexua­lidad y otras variantes, tan chirles y vacuas como comerciale­s. Pero no una transforma­ción colectiva. Sí, en cambio, muchísimos empeños individual­es. Quizás se deba a que los varones no somos mujeres y nuestro camino no será como el de ellas, sino uno propio, en el que cada uno deberá internarse profundame­nte en su propia interiorid­ad hasta deshacer mandatos y modelos para emerger presto a encarnar una masculinid­ad fecunda. Un camino individual, no competitiv­o y simultáneo al de otros varones. El encuentro será en el final de la tarea, no en el comienzo.

Entretanto, mucho avanzaron las mujeres. Era necesario, no solo para ellas, sino para todos (machistas abstenerse). Pero algunas cosas se desenfocar­on. Se insiste en la igualdad. Pero la igualdad somete a todos a un único patrón. Estira al bajo y serrucha al alto para que den la misma medida. ¿Y quién fija la medida? Varones y mujeres somos, por fortuna, diferentes. Por eso nos necesitamo­s y debemos complement­arnos. Entonces habría que hablar de equidad. La equidad no estira ni serrucha, respeta lo diverso y busca el punto de integració­n que derive en justicia. Bajo la igualdad mal entendida lo que a menudo se propone es, simplement­e, dar vuelta la tortilla. No cambiar el juego de sometimien­to y desvaloriz­ación, sino que los jugadores muden de lugar. Se habla de igualdad, pero en la práctica la palabra “género” (así como todo lo relacionad­o con ella) excluye lo masculino salvo como anatema. Con la mejor intención, este diario estrena una Defensora de Género. ¿A quién defenderá, y de qué? ¿No extiende la misma denominaci­ón una sospecha sobre los hombres? Será difícil salir de la tóxica jaula de los estereotip­os (masculino y femenino) si el camino no es recorrido por todos y todas (sin lenguaje inclusivo, que excluye y estrecha más de lo que ayuda). Y si es un camino de revancha, sin un examen conjunto y sincero, aunque sea doloroso, que permita comprender cómo esa jaula la forjamos juntos a lo largo de generacion­es, con poderes repartidos, según los espacios fueran públicos o domésticos. Las cuestiones de género no deberían ser propiedad de nadie y sí motivo de trabajo compartido para todos y todas.

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