El peor de los mundos posibles
¡Alemania, Alemania! escritores y en consecuencia, tal como se plantean las cosas, están locos.
“Un escritor es un pájaro invisible que vuela de casa en casa para estudiar (y tomar nota) de la inagotable perversidad de los seres humanos, o sus dobles o impostores”, dice uno de los personajes de Polleri. Con semejante material, la literatura no puede ser un placebo ni un entretenimiento sino más bien una máquina de producir malentendidos, que interfiere en el sentido común del mundo y hace un desquicio con las certezas que lo constituyen.
Los escritores de Polleri resultan figuras monstruosas. Reivindican a Georg Büchner, Heinrich von Kleist y Friedrich Hölderlin, ilustres locos y enfermos, como el mejor linaje de la tradición germana. En sus manos, la literatura vuelve a ser un espejo para mostrar las aberraciones y las imposturas de la especie. La bondad, la honradez y otros grandes ideales, dicen, son imposturas, máscaras de la crueldad; los peores engendros de la especie son los que pasan por normales, los más agradables. En el peor de los mundos, donde vivimos, la escritura termina por ser una redención del mal.
El absurdo y lo imposible planteado desde la primera línea (“estoy muerto”) tienen un blanco preciso en la idea de identidad. Cristopher, el narrador del monólogo inicial, toma su nombre de Marlowe, el dramaturgo isabelino que, según las historias conspirativas de la literatura, fue el verdadero creador de obras que la posteridad le reconoció a William Shakespeare. El personaje, atrapado en ese equívoco y en un hospital psiquiátrico, no sabe quién es. Pero ese no es su problema más serio, si se piensa que está empeñado en una especie de persecución contra alienígenas que incluye un viaje de ida y vuelta a Marte.
“En este mundo no hay nada más fácil que convertirse en otro”, escribe Polleri. Pero esa posibilidad disuelve cualquier certidumbre. Como explica Antoine, otro de sus escritores, en este caso encerrado en una cárcel, lo que se considera identidad no es más que un conjunto de acciones y de conductas que solo parecen tener sentido a fuerza de repetirse todos los días.
Si bien aluden a personajes y circunstancias más o menos conocidos –la Segunda Guerra, el antisemitismo nazi, el psiquiatra austríaco Hans Prinzhorn (1886-1933)–, los textos tienen un correlato lejano con cualquier suceso histórico.