Gracias a ellas
La danza moderna, que luego evolucionó a lo que llamamos danza contemporánea, tuvo su origen muy vinculado a la figura de la mujer. Allá por los años ‘40 con la llegada de la bailarina norteamericana Miriam Winslow, que había venido de gira al país y luego decidió radicarse en Buenos Aires, se inicia la historia de la danza moderna y contemporánea en Argentina.
En aquella época, la danza moderna era llevada adelante por mujeres de gran carácter, convencidas del valor de la danza como arte transformador y capaces de autogestionar sus presentaciones.
Pienso en la cantidad de figuras que vinieron del extranjero, además de Winslow, como Margarita Wallman y Renate Schottelius, y en bailarinas nacidas aquí, como Ana Itelman, Ana Kamien, Iris Scacchieri y Susana Zimmermann, todas de una gran potencia e impulsoras de grandes movimientos dentro de la danza contemporánea. Lo singular es que el acento estaba puesto en los nombres de las artistas y no en las compañías.
Si bien muchas de ellas crearon compañías, lo que perduró en la historia fue la fuerza y la potencia de estas mujeres. Y la razón tiene que ver con el hecho de que ellas bailaban solas, como lo hicieron antes las legendarias figuras de Isadora Duncan, Martha Graham, Dore Hoyer o Mary Wigman en Estados Unidos y Europa, respectivamente.
Entonces, hablar de la mujer en la danza contemporánea en aquellos tiempos es hablar de una historia de soledades, de mujeres que llevaban adelante el estandarte de la danza en solitario. Así, de la mano de Miriam Winslow, quien formó a una generación entera de bailarines y coreógrafos, nace la danza moderna en Argentina.
Y cuando esa generación formada por Winslow empieza a dar sus frutos, ocurre un hecho importante en Buenos Aires que acompañaría y aglutinaría a todas las vanguardias: la creación del Instituto Di Tella, a finales de los ‘50, un espacio que cobijaría también a bailarines y creadores hasta los ‘70.
Si bien Buenos Aires tuvo ese lugar que fue un impulsor del arte contemporáneo, en el interior nos encontrábamos más solos.
En este sentido, haber tenido en Córdoba a una figura como la de Adda Hünicken fue muy significativo, porque de alguna forma nos posicionó como una ciudad que también transitó la vanguardia en la danza moderna.
Adda, como era habitual en aquella época, también bailaba sola. Tanto es así que ella misma se autodenominaba “la bailarina solita”.
Hoy, sin embargo, las bailarinas ya no estamos solas, ha crecido la población de mujeres danzantes y hay una lucha comunitaria por el reconocimiento de la danza como trabajo.
La mujer bailarina o coreógrafa está más acompañada, la lucha y el esfuerzo son grupales. Y el estandarte de la danza –sobre todo de la contemporánea– se sostiene en conjunto, de manera grupal y en comunidad.
(*) Coreógrafa, bailarina y dramaturga