Desde dónde hablo
quienes hablamos castellano del Río de la Plata la entendemos rápido, salvo que una parte de nuestra capacidad lingüística esté ocluida. Normalmente, hacer algo por debajo de la mesa quiere decir no hacerlo público y recurrir a algún grado de secreto. Solo faltó que alguien hiciera la interpretación más literal y disparatada: a Sarlo le ofrecieron ponerse en cuclillas debajo de la mesa para recibir la vacuna. Todo suena tragicómico, que fue un rasgo del gran sainete rioplatense.
Escribo notas mucho más complejas en este medio; escribo ensayos que exigen niveles de lectura mucho más altos. Pero nunca se me pasó por la cabeza (esto también tiene algo de metáfora), que “por debajo de la mesa” iba a suscitar tantas discusiones semánticas e ideológicas. Después tuve la oportunidad de publicar los mensajes donde figuraba el ofrecimiento. Desde la provincia de Buenos Aires
se trataba de confeccionar una lista de personajes más o menos conocidos que hubieran recibido la vacuna, para darle una imagen de seguridad sanitaria que, en ese momento, se creyó que no tenía entre el público más extenso. Por lo tanto, tuve la sospecha de que si yo accedía a decir que me vacunaba, iba a recibir la salvadora inoculación. Y ese intercambio de favores en un distrito que no es el mío, ya que vivo en CABA, me pareció una operación publicitaria a las que me resisto siempre, venga de donde venga.
Aclaro que todavía no me vacuné, porque no estoy dentro del grupo de edad que puede recibirla por derecha. Ojo, esto también es una metáfora: no significa que la vacuna se inyecta del lado derecho, sino que se la recibe según lo que establecen las normas. Me permito estas simples aclaraciones porque “por debajo de la mesa” fue tan discutido como si se tratara de un texto cuyos dobleces era necesario desplegar.
Cuando las expresiones más sencillas y cotidianas como “debajo de la mesa” son criticadas del modo que se impugnó la mía, cualquier analista cultural futuro podrá decir que estaban buscando por dónde agarrarme: se hace la independiente y ahora se lo vamos a hacer pagar. Las expresiones que se usaron para criticarme fueron pobres. Fui profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA muchos años y tratábamos de enseñar la diferencia entre los niveles de uso de la lengua, por ejemplo entre la polémica y la pelea entre vecinos.
Se ve que mucho no logramos. Quizá fuimos demasiado elitistas. Quizá confiamos demasiado en la fuerza estética de los libros que se leían en nuestras clases. La culpa debe ser nuestra. Gente graduada en esa Facultad de Filosofía y Letras empleó un verbo, también en sentido figurado, cuando dijo que yo “cacareaba”
mi rechazo. Cacarear es una divertida metáfora que me animaliza convirtiéndome en gallina, ave que es portadora de mis mejores recuerdos de infancia y, a lo mejor por eso, cacareo desde entonces. No me sentí ofendida cuando a alguien se le ocurrió que yo, con mi voz baja, podía ser capaz de cacarear. Hoy es un verbo más barrial que rural, pero gallineros puede haber por todas partes, incluidos los balcones y livings.
Los usos barriales de la lengua están en nuestras mejores tradiciones, entre ellas y en primer lugar, el tango. Falta que alguien inmortalice el episodio en una milonga cuyo título propongo: “El cacareo de la enana”. Los primeros versos, que escribió un amigo, podrían ser:
Confieso: no debí decir
que me ofrecieron vacunarme por debajo de la mesa. Es raro que esa metáfora sufriera... ...tanta distorsión y
críticas. Estaban buscando por dónde agarrarme para hacerme pagar mi independencia
Vayamos al centro de la cuestión que he mencionado varias veces en estos días. No puedo vacunarme anticipándome al lugar que me toca, cuando me toque, porque conservo tanto como puedo algunos principios morales. Los otros, mis semejantes, son mi tribunal moral. Lo dijo Sartre en
los otros son mi lugar, mi cuerpo, mi pasado, mi posición, mi prójimo. Solo porque están allí, yo estoy aquí, entre ellos, y puedo traicionarlos o ser solidario, quererlos o aborrecerlos. El