La escritura traslúcida
Cuentos selectos que regentea un antro en el que las aguas de una fosa de caverna cuya profundidad se sugiere indefinida y encontraremos en el vocablo “espanto” una nota diferenciada. Y así con el martirio y la demencia de un personaje –invariablemente en primer plano, esa perpetua enemistad de sangre entre árabes y extranjeros.
Es imposible no advertir en la traslúcida escritura de Bowles aquello que de inescrutable tiene el secreto. La fascinación de que de un profesor de Lingüística, por el mero gusto de atesorar cajitas hechas de tetas de camella, termine derivando por el desierto sin saber ya quién es, su lengua literalmente mutilada por una daga, babeando coágulos y sometido su cuerpo al tráfico humano en manos de los temibles
(“Un episodio distante”); o el pánico que causa un ser anómalo que regentea un baño público y que, contrariado en sus caprichos, puede convertir hombres en aves, en peces, en monstruos como él (“Junto al agua”); o a una pareja desavenida y alcohólica que, en su viaje de bodas, tras una noche de ausencia de ella, termina con el abandono de él y el extravío de su esposa en un manglar (“Escala en corazón”). Extraordinarios relatos que, leídos, suenan en nuestra mente como un rezo, con la original cadencia de la voz del muecín.
El único equipaje del aventurero es una lengua extraña, extranjera en su territorio, prestada en país vecino. El poeta paraguayo Ever Roman marca el género novela corta con este mapa tan simbólico como boceto inestable: en sí, el gráfico de un recorrido esconde la forma de no llegar a cierto punto, incluso, la duda sobre la existencia del punto mismo. De ahí que un personaje afirme que no quiere entrar por donde salió; el origen también puede ser siniestro, como misterio del parto, madre del tiempo absoluto, el de la vida y narrar. Eduvigis adquiere la categoría de héroe en el arte de la supervivencia, como devenir en busca del afamado destino simbólico de poeta, atenuado ciclo de Rimbaud. Y aquí la paradoja. ¿Escapa Eduvigis o está buscando la deriva del conocimiento? ¿Qué saber lo lleva a enfrentar desafíos fantásticos? Expresar el pulso de la enunciación que no cesa. El discurso hecho escritura, ese deseo que todo lo ocupa. Eso que configura el universo.
Pero en la frontera lo categórico se disuelve. Ciudad de la Resistencia remite a Resistencia, los actos que Eduvigis, Roman mismo, ejecutan en esa paradoja que poco abunda: imaginación. Ella, el gran problema de la civilización, convertirla en un bien de uso para apaciguar el horror ante la vida, es el recurrente flujo temporal que devasta territorios. Lo que se descubre ya no es un laberinto, pero los minotauros resultan polimórficos. Como los tres policías que encarcelan a Eduvigis, o el cura regodeado en su perverso pecado simbólico, así como la violencia (las ejecuciones como error del deseo), tratan de borrar la contaminación del discurso, la puerta a la esclavitud recurrente de ser extranjero. ¿Pero cómo es serlo? Un espacio misérrimo, con habitantes en la anomia, la repetición escalar del suburbio con misterio.
El flujo del que narra pega saltos, como recuerdos inconexos. En una de esas líneas, aparece “El caso del