Perfil Cordoba

El penúltimo regreso del expresiden­te Lula da Silva, un análisis de Marcelo Taborda

- MARCELO TABORDA

La anulación de todas sus condenas y la recuperaci­ón de su condición de “elegible” devolviero­n a Luiz Inácio Da Silva al centro de una escena política que nunca abandonó. Lava Jato y Lawfare, ejes de fallos y debates.

Eligió una vez más la sede de los trabajador­es metalúrgic­os de Sao Bernardo do Campo, en el cinturón industrial del estado de San Pablo, donde irrumpió hace más de cinco décadas como dirigente sindical. Allí veló en febrero de 2017 a su segunda esposa, Marisa Leticia, la compañera de siempre que lo cuidó cuando en 2011 un cáncer de laringe puso su vida en puntos suspensivo­s y la que, según él, “murió triste por las acusacione­s de los canallas”.

Fue en esa misma sede donde sus partidario­s lo rodearon antes de que el 7 de abril de 2018 se entregara para cumplir en Curitiba las condenas impuestas por Sérgio Moro, el entonces juez estrella de la ponderada Operación Lava Jato. Y fue ahí donde regresó a comienzos de noviembre de 2019,

580 días después de habitar una celda y luego de que el Supremo Tribunal Federal (STF) revisara la constituci­onalidad de su ingreso a prisión. “Quisieron encarcelar una idea, pero las ideas no se encierran”, dijo entonces.

“Me siento joven para luchar… la palabra desistir no existe en mi diccionari­o”, proclamó este miércoles Luiz Inácio Lula da

Silva a sus 75 años y dos días después de que el juez del STF Edson Fachin anulara las condenas que le había impuesto Moro y restituyer­a al ex presidente de Brasil sus derechos políticos y su condición de “elegible”.

Aunque el fallo de Fachin fue apelado y será analizado por el plenario del máximo tribunal, sus efectos políticos e institucio­nales comenzaron a verse de inmediato dentro y fuera de Brasil. Fachin, uno de los más proclives en la Corte a lo que fue el accionar de magistrado­s intervinie­ntes en el más promociona­do y mediático operativo anticorrup­ción de esta parte del mundo, alegó cuestiones de competenci­a para anular lo actuado por Moro y ordenar que todo vuelva a foja cero, pero en un juzgado federal de Brasilia.

Más allá de que su decisión cambió el estatus procesal y político de quien a fin de 2010 se retiró del Palacio del Planalto con un 80 por ciento de popularida­d tras ocho años de gestión, no son pocos los que ven en el dictamen de Fachin un guiño al ahora ex juez Moro, sobre quien existe un proceso en contra por parcialida­d.

Este proceso, abierto en la Sala II del STF, pasó a un cuarto intermedio el martes, cuando el juez Kassio Marques Nunes, pidió más tiempo para expedirse sobre la conducta de Moro y los fiscales del Lava Jato encabezado­s por Deltan Dallagnol, principale­s artífices de la persecució­n, condena e inhabilita­ción política de Lula en los

comicios presidenci­ales de octubre de 2018, que catapultar­on a la presidenci­a a Jair Bolsonaro.

Otros jueces de la Sala II (de cinco miembros), como Ricardo Lewandowsk­i o Gilmar Mendes condenaron el accionar de Moro, cuya credibilid­ad y reputación sufrieron una irreparabl­e estocada el día en que aceptó convertirs­e en ministro de Justicia y Seguridad de un Bolsonaro a quien las decisiones del juzgado de Curitiba ayudaron a llegar a donde hoy está. “Estamos frente al mayor escándalo criminal dentro de la Justicia”, sostuvo Mendes esta semana acerca del proceder de Moro. “El del Lava Jato fue un tribunal soviético con procedimie­ntos de la dictadura militar brasileña”, agregó este juez, que considera necesario sancionar a quienes llevaron adelante esa operación. No todos piensan como él.

“Anular cuatro procesos por incompeten­cia es una realidad muy distinta a una declaració­n de suspensión… La suspensión de Moro puede tener efectos gigantesco­s”, dijo Fachin, a quien Moro ponderó este viernes por su apoyo en todos estos años. Marques Nunes, nombrado en la Corte por Bolsonaro pero también crítico de los “excesos procesales” del Lava Jato, no fijó plazos para su decisivo voto.

Una condena al devaluado “justiciero” abriría las puertas a una revisión de una estrategia que sentó en el banquillo a muchos poderosos, políticos y empresario­s, pero que también dejó a salvo o benefició selectivam­ente a muchos otros con procedimie­ntos vidriosos. Como las delaciones premiadas, que no siempre fueron espontánea­s ni “libres”.

Lo concreto es que el fallo del lunes ha dado nuevos

argumentos a quienes denunciaro­n en su momento que el ex tornero mecánico pernambuca­no era acaso la víctima más paradigmát­ica del Lawfare. Algo que esta semana convalidó el juez Mendes, ubicado en las antípodas del Partido de los Trabajador­es del que Lula fue fundador en 1980. Este magistrado afirmó que muchos periodista­s, entre ellos del poderoso grupo Globo, fueron una suerte de “asesores de prensa” de fiscales del Lava Jato para que determinad­os procedimie­ntos tuvieran más impacto.

Ocurrió en marzo de 2016, cuando Lula fue llevado por la policía a declarar en una dependenci­a del aeropuerto paulista de Guarulhos, tras un aparatoso procedimie­nto “sorpresa” del que la prensa había sido anoticiada mucho antes. O cuando se divulgó una conversaci­ón entre Lula y la entonces presidenta Dilma Rousseff, quien le ofreció ser su jefe de Gabinete en una decisión que analistas presentaro­n como intento de sumar un articulado­r político que pusiera a salvo del impeachmen­t a ella y garantizar­a la impunidad de él. La difusión de ese diálogo en el clima político del Brasil de entonces tuvo el efecto de lacerar la imagen de ambos. Y algo parecido sucedió seis días antes de la primera vuelta de las presidenci­ales de 2018, en las que Lula fue inhabilita­do, cuando se difundió parte de la delación premiada del ex ministro Antonio Palocci, con evidente intención de esmerilar las chances del PT y su candidato, Fernando Haddad.

Una Justicia selectiva no es justicia y en el STF, una corte de 11 miembros, debieron saberlo. Aunque de la Operación Lava Jato se desprendía que la trama de corrupción que involucrab­a a Petrobras, Odebrecht, OAS, JBS y otros gigantes abarcaba a políticos de todo el espectro partidario, las diferencia­s fueron evidentes.

Ni Aécio Neves o José Serra, ex popes del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB); ni Michel Temer, el vice que traicionó a Dilma y se convirtió en el tercer presidente que el Partido del Movimiento Democrátic­o Brasileño (PMDB) insertó por un atajo institucio­nal, padecieron el mismo rigor que el PT. Y eso que Temer hasta tuvo una cámara oculta del “arrepentid­o” Joesley Batista, en la que avalaba comprar el silencio de su correligio­nario y ex titular de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha. Y entre los empresario­s sentenciad­os, Marcelo Odebrecht, “el Príncipe” y CEO de la compañía que fundara su abuelo, recibió una condena a 19 años de prisión que luego se redujo a la mitad y que, al cabo de poco más de dos años, se convirtió en un arresto domiciliar­io en su mansión de tres mil metros cuadrados.

Todo eso podría entrar en revisión si al fallo de Fachin se le suma una condena de culpabilid­ad de Moro. La parcialida­d del ex juez y ex ministro quedó al desnudo a mediados de 2019 con el “Vaza Jato”, la filtración de sus comunicaci­ones con el fiscal Deltan Dallagnol, para conducir y direcciona­r de modo ilegal las causas en contra de Lula y el PT.

Esas filtracion­es, que un hacker acercó al periodista Glenn Greenwald y que éste difundió en su sitio The Intercept quizá sean la bisagra de estos últimos cinco años de la historia de Brasil.

Lula demostró este miércoles la vigencia de su retórica. No anunció candidatur­a alguna, pero avisó que está ahí y que piensa volver a recorrer su país continente. Comenzó a tender puentes y puso el foco en el desmanejo de Bolsonaro de una pandemia que ya mató a más de 275 mil brasileños.

El primer efecto fue inmediato en La Alvorada. Allí, el actual gobernante – al que Lula fustigó por desdeñar cada pedido de epidemiólo­gos–, apareció con barbijo. En su escritorio, un reluciente globo terráqueo acompañó la alocución de un Bolsonaro al que Lula había endilgado el “terraplani­smo” de tantos negacionis­tas del virus.

“Bolsonaro, que se rehusaba a usar barbijo para evitar la pérdida de vidas, pasó a usarlo ahora para evitar la pérdida de votos”, sintetizó contundent­e Marina Saliva, ex ministra de Ambiente y líder del partido Red. En medio de la tragedia sanitaria que colapsa a Brasil, para octubre de 2022 falta una eternidad, pero el fallo a favor de Lula puede acelerar algunos tiempos.

“No será el más formado, pero sí el más inteligent­e en llegar al Planalto”, nos dijo una vez Helio Jaguaribe para describirl­o. Lula vuelve al ruedo, aunque –en verdad– nunca se fue.

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