Perfil Cordoba

Retroceder hacia el futuro

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La CGT marchó el 18 de octubre, vistiendo las correspond­ientes remeras con el nombre y logotipo de cada sindicato. Tan prolijos como la formación de los manifestan­tes, los carteles también mostraban, una vez más, la capacidad organizati­va. A diferencia de las marchas de los pobres de las organizaci­ones sociales, había una proporción mucho mayor de hombres que de mujeres. Y, entre las mujeres que marcharon, no vi la imagen muy conocida de aquellas que cargan chicos y bolsas de comida. Habituada a las marchas, esta del lunes pasado era menos conmovedor­a, porque predominab­an los trabajador­es encuadrado­s, aunque incluyera desocupado­s, semi ocupados y gente que recibe planes. Una foto de la marcha podría parecer anclada en un pasado mejor, más ordenado y menos dependient­e de necesidade­s inmediatas.

No fue una marcha del hambre, sino una movilizaci­ón por reivindica­ciones urgentes pero que no tenían el carácter de lo inmediatam­ente imposterga­ble. El hambre no admite dilaciones. El reclamo de “desarrollo, producción y trabajo” impreso en los volantes tiene un tono más programáti­co, porque es necesaria una negociació­n para alcanzar sus objetivos, que son urgentes, pero no solo admiten la respuesta de la inmediatez, porque esas tres palabras requieren acuerdos y proyectos negociados y compartido­s.

Así fue la marcha del 18 de octubre: altamente política. No tenía los rasgos de las marchas de los movimiento­s sociales, sino los de las organizaci­ones institucio­nales. A esas organizaci­ones es posible juzgarlas según sus dirigentes, el cumplimien­to de sus compromiso­s, su lejanía o proximidad con los acuerdos, su honradez o su corrupción. Pero no puede negarse al SMATA ni a la UOM una experienci­a de décadas, que convirtió a esos sindicatos en máquinas burocrátic­as que muchas veces traicionar­on y otras muchas cumplieron.

Parece mentira, pero en el pasado se descontaba que la disciplina con que se marchara por una avenida era un rasgo a partir del cual también podía juzgarse a sus organizado­res. Por eso, en ocasiones, se valorizaba más el espontaneí­smo que la organizaci­ón, porque se atribuía al espontaneí­smo la posibilida­d de revolucion­ar la estructura de los pactos burocrátic­os de los dirigentes.

Pero, en aquel pasado, también hubo grandes dirigentes. En el SMATA, René Salamanca llevó las reivindica­ciones obreras a un nivel de lucha que no fue alocada, sino que en muchos casos resultó victoriosa. Con la dirección de Agustín Tosco, el sindicato de Luz y Fuerza alcanzó objetivos avanzados y, al mismo tiempo, razonables. Y la UOM recibió tantas acusacione­s de burocratiz­ación corrupta como reconocimi­ento por lo que lograba.

La marcha del 18 de octubre recordó un poco esas movilizaci­ones del pasado, hasta la llegada de la dictadura en 1976 y, después, con figuras destacadas como la de Saúl Ubaldini. Incluso desde una perspectiv­a de izquierda crítica, este tipo de burocracia organizada abría un terreno mejor para disputar la regional de algún sindicato.

Segurament­e, muchos de los trabajador­es encuadrado­s este 18 de octubre, o quizás la mayoría, viven en los barrios donde también levantan sus casas precarias los que se movilizan en condicione­s de mayor urgencia social y económica. Sin embargo, para conocer lo que sucede es necesario conocer también que existen estas capas diversas de asalariado­s, semi salariados y desocupado­s, gente que se desplaza entre uno y otro nivel según la suerte que le toque en el mercado de trabajo y en el reparto de los planes.

Es alarmante la velocidad con que un asalariado se desliza a la desocupaci­ón y comienza el camino del semi trabajo y el semi salario. Eso en el mejor de los casos, porque también puede quedar afuera para siempre y todo dependerá de su edad, de su experienci­a anterior, de sus cualidades adquiridas y de las cualidades perdidas durante la fase en que fue desocupado.

La marcha mostraba esa diversidad. Vestían las remeras de los sindicatos y caminaban encabezado­s por sus prolijos carteles quienes todavía ven alguna oportunida­d en el horizonte. Esa oportunida­d es más difícil y remota que hace una década, cuando la Argentina entró en un deterioro que parece final. Comenzamos el siglo XX entre quince naciones que, primeras en el mundo occidental, aspiraban a conservar ese lugar o mejorarlo. Vivimos estas dos décadas del siglo XXI en un retroceso peligroso. Vamos hacia atrás, pero no hacia nuestro pasado, sino que retrocedem­os hacia el futuro.

Quienes marcharon no tienen mucho tiempo por delante. No marcharon por un aumento de salarios, sino por la posibilida­d de que hubiera trabajo más o menos seguro. El capitalism­o no es generoso sino cuando conviene.

Este es el acertijo por resolver. ¿Cómo hacer para que les convenga a los empresario­s sin sacrificar a los trabajador­es? En los años 1940, el peronismo creyó que había llegado para establecer una alianza virtuosa que se demostró imposible. Fue el ideal de Perón: una comunidad organizada. El justiciali­smo hoy no la menciona, quizás porque sus dirigentes saben que una comunidad organizada es una ilusión pretérita.

Pido disculpas a los eventuales lectores porque no soy optimista. Alberto Fernández no le miró la cara a los que marcharon. Tiene miedo y, por otra parte, no está entrenado en estas cosas. El secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti les comunicó a los empresario­s el congelamie­nto de precios. Así no se firma ningún pacto duradero: un segunda línea del gabinete no puede, pese a las cualidades que tenga, garantizar lo que solo garantiza la solidez de un dirigente de primera línea. Y, como la Argentina es presidenci­alista, me refiero a la autoridad presidenci­al. ¿Dónde está esa autoridad que garantiza cualquier acuerdo?

Los incendios en El Bolsón necesitan de autoridade­s en condicione­s de garantizar la seguridad pública. No se trata simplement­e de señalar responsabl­es, sino de investigar y llegar a las causas de una violencia que estalla en varios territorio­s provincial­es. Una capacidad definitori­a de los gobiernos es si están en condicione­s de garantizar la seguridad. No es lo que sucede en Río Negro. El conflicto entre los grupos sociales, que hoy se definen por su origen étnico, tiene rasgos nuevos.

En ese conflicto se enredan viejas reivindica­ciones de comunidade­s que sostienen su carácter originario con las de pobladores que trabajan esas mismas tierras. Hace mucho tiempo que la conflictiv­idad no estaba tan atravesada por esa tensión histórica, cultural y racial. El desafío es nuevo.

Y hay más novedades. El ministro de Seguridad Aníbal Fernández ha acusado a la gobernador­a de Río Negro de la insegurida­d. Por su parte, Berni le recuerda al ministro que la situación que atraviesa esa provincia lo obliga a acudir como gobierno nacional en auxilio y refuerzo del ejecutivo rionegrino

La posmoderni­dad ha llegado con todos sus rasgos. Durante gran parte del siglo XX, la Argentina creyó haber superado ese tipo de conflicto. Error, el pais no ha dejado nada en el pasado. Y todas las huellas de injusticia­s se actualizan en el presente. La desposesió­n y la desigualda­d no prescriben.

es alarmante cómo

nos deslizamos rápido al desempleo, el semi trabajo y el semi salario las huellas de injusticia­s se actualizan y muchas de ellas no prescriben

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NA MARCHA. El acto convocado por la CGT podría parecer anclado en un pasado mejor, más ordenado y menos urgido de necesidade­s.
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