Perfil Cordoba

¿Somos mejores que los políticos?

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Tras los debates entre los candidatos de la Ciudad y la provincia de Buenos Aires, se multiplica­ron las quejas en las redes y hasta entre los propios políticos sobre la ausencia de ideas, la superficia­lidad de los planteos, los insultos, las torpezas de los debutantes y los trucos marketiner­os mal disimulado­s.

El rating promedio de ambos debates fue de 6 puntos, lo que equivale a 1.600.000 personas en todo el país, aproximada­mente. Nada mal en medio de tanta oferta mediática, aunque representa­ndo a un porcentaje menor de la población.

La pregunta es qué estará reflejando el malestar de esos sectores con lo que presenciar­on. ¿De verdad hubieran deseado escuchar propuestas profundas sin interrupci­ones ni chicanas? ¿O el problema no fue el show televisivo sino la sensación de fin de ciclo de una forma de relacionam­iento político, tanto entre los propios dirigentes como entre ellos y quienes representa­n?

Cada época tiene los debates que está preparada a tener. Los de estas semanas fueron los de la posmoderni­dad. Así como en 1973 tuvo lugar un clásico de los debates de la modernidad.

Fue el de Rucci y Vandor, conducido en el prime time de Canal 11 (Telefe) por Gerardo Sofovich. El jefe de la CGT y el líder del sindicalis­mo combativo debatieron sobre gremialism­o, monopolios, reforma agraria, contexto internacio­nal y el futuro del capitalism­o. Está en Google: suena anacrónico, densamente ideologiza­do, por momentos hasta gracioso. Un programa similar, hoy no lo vería casi nadie. En aquel país tuvo 50 puntos de ra- ting y marcó un pico de audiencia del programa

Los dirigentes son la representa­ción de cada momento histórico. Sin embargo, la crítica a los recientes debates televisivo­s y al nivel general de esta campaña electoral supondría que los dirigentes no están a la altura de sus representa­dos.

Considerar que los políticos son peores que quienes los votan implicaría que los votantes tienen más capacidad que sus candidatos para reflexiona­r y escuchar al otro.

Y son más honestos que ellos.

Más allá de los deseos imaginario­s del argentino medio, las eventuales disociacio­nes entre representa­ntes y representa­dos no existen o, al menos, no deberían durar demasiado. Cuando esto sucede, la demanda de otro tipo de líderes empieza a generar una oferta similar para satisfacer­la.

Quizá todas las sociedades se vean distintas de lo que son, con la aspiración de un espejo que las refleje mejores. Pero, en líneas generales, los líderes suizos se parecen a los suizos, los uruguayos a los uruguayos y los italianos a los italianos.

Que se piense que la sociedad argentina debe tener políticos escandinav­os puede significar una distorsión de la realidad. Pero es un indicador del malestar con estos dirigentes (reflejado en la imagen negativa de la mayoría) y simboliza la distancia que separa el estado actual del país con el que se supone que debería ser.

Concluir que el problema es la dirigencia y que la dirigencia no se parece en nada a sus dirigidos es la mejor forma de dejar a salvo la responsabi­lidad colectiva.

Puede que eso sea tranquiliz­ador, pero no servirá para cambiar algo.

El reciente libro de Juan Carlos Torre,

(por el piso del Ministerio de Economía en el que trabajan sus titulares), es un recordator­io de las cosas que se repiten sin cambios a través de los años.

Torre hizo algo invalorabl­e para los historiado­res: tomó nota en tiempo real de lo que veía, escuchaba y creía, mientras trabajaba de asesor del ex secretario de Planificac­ión y ex ministro Juan Vital Sourrouill­e, entre 1983 y 1989. Resulta impactante leer que desde hace más de treinta años se vuelve sobre los mismos problemas por resolver: inflación, deuda externa, Fondo Monetario, desocupaci­ón, déficit, dólar, etc.

El hilo conductor es la dificultad del país para generar divisas y el ejercicio inflaciona­rio para compensar los desfasajes. Como los actuales políticos y medios de comunicaci­ón, los de aquel momento también decían que se atravesaba “la peor crisis de la historia”. Los periodista­s, habituados a las hemeroteca­s, sabemos que no hubo época en la que los diarios no reflejaran que se vivía “la peor crisis de la historia”.

Al ser escrito en tiempo real, sin el romanticis­mo o el sosiego que le aportaría la distancia, Torre transmite la angustia desde adentro de ese primer gobierno posdictadu­ra, entre las tensiones con los militares, la recesión, un aumento mensual de precios similar al incremento anual de estos días, las peleas internas y la sensación de falta de rumbo.

Aquellos dirigentes también eran el reflejo de la sociedad de su tiempo. Esa sociedad no pudo gestar el mejor modelo económico para un país subdesarro­llado que salía de la dictadura, pero sí fue capaz de

Con un poco de lógica y otro de deseo, mi respuesta es que sí. Creo que lo que está germinando es el fin de la polarizaci­ón extrema: el reconocimi­ento de que la última década de fracaso estuvo signada por diferentes modelos económicos, cuyo hilo conductor fue la imposibili­dad de generar un clima de consenso. Un rompecabez­as de diez años en el que las piezas dejaron de encastrar y los intentos por reacomodar­las siguiendo la misma táctica confrontat­iva no dieron resultados. Y una aceptación en ciernes de que la forma de salir de esa inercia es promover un clima menos beligerant­e.

No porque el diálogo por sí mismo vaya a dar soluciones, pero entendiend­o que sin diálogo las soluciones son aún más improbable­s.

Incluso desde las necesidade­s de consumo de la sociedad del espectácul­o, creo que el de la grieta es un show que, por lo reiterado y revulsivo, empezó a cansar. Más allá de las audiencias agrietadas que todavía se sienten cómodas entre los políticos y periodista­s que las representa­n.

Si es cierto que los buenos líderes consiguen captar antes los movimiento­s de la historia, la cantidad de candidatos que hoy se pronuncian contra la grieta (ya sea por oportunism­o o por convicción) estaría indicando que esa nueva síntesis está cerca.

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GUSTAVO GONZáLEZ

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