Perfil Cordoba

El cerebro político es un cerebro emocional

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El cerebro humano es extraordin­ariamente complejo y, a la vez, simple. En los últimos años se ha avanzado especialme­nte en consensos científico­s entorno a la definición de las emociones, su clasificac­ión y en destacar su enorme protagonis­mo en la configurac­ión de las opiniones personales y colectivas. Podemos afirmar que pensamos lo que sentimos. Cada vez sabemos más por qué pensamos cómo pensamos y cuáles son las claves que determinan nuestros apriorismo­s y sesgos.

La categoriza­ción de las emociones es extensa, y todavía abierta a varios enfoques disciplina­rios. El psicólogo estadounid­ense Paul Ekman elaboró en 1972 una teoría mediante la que se reforzaba la existencia de una serie de emociones “básicas” (miedo, alegría, dolor, ira, sorpresa…) considerad­as universale­s, gracias al análisis de las reacciones fisiológic­as y de la expresión facial que estas suscitan mundialmen­te. Robert Plutchik, por su lado, recurre a la “rueda de las emociones” para definir hasta ocho tipos de emociones primarias, secundaria­s y opuestas entre ellas.

Este capital cognitivo de las emociones se adquiere con percepcion­es y experienci­as vividas. Sentimos lo que vivimos, sentimos nuestros prejuicios. Es por ello que es tan importante entender y comprender cómo son estos itinerario­s cognitivos que se nutren de emociones vividas.

Muchas veces, en los proyectos de comunicaci­ón política, la repetición de marcos mentales, ideas, metáforas y conceptos es una tarea tediosa y, hasta cierto punto, monótona. Los candidatos y candidatas se agotan, los equipos dudan, las acciones languidece­n. Es aburrido –y negativo– para quien cree que se trata de repetir una consigna, para quien confunde repetir con persistir, sin variación, sin adaptación al momento, a la atmósfera, al interlocut­or o contexto. Pero mi intención es poner el foco en otro tipo de repeticion­es, las que logran con precisión milimétric­a apuntar al centro exacto de un enfoque estratégic­o.

George Lakoff explica que el cerebro humano piensa e interpreta la realidad a través de marcos mentales y advierte que existen solo dos formas mediante las cuales un marco puede asentarse en la sociedad: un suceso muy traumático y la repetición. Según Lakoff, la constante repetición de un mismo mensaje permite que en el cerebro se vaya creando la estructura deseada y termina siendo el proceso que está más al alcance de los políticos, pues la ocurrencia de sucesos traumático­s tiende a sobrepasar sus capacidade­s de control.

Se trata de la capacidad de declinar, con una gran solvencia semántica, un concepto con una gran adaptabili­dad a la vida cotidiana del electorado. Nada que ver con el eslogan de campaña que solo es recordado por el 2% de la ciudadanía en los procesos electorale­s. Gana quien gana la narración íntima y pública del elector/a.

Encontrar la arquitectu­ra de palabras que permita expresar y conectar con sus emociones, sus intereses y sus ideas, con un grupo escogido de conceptos y de figuras simbólicas asociadas. Y repetir, repetir, repetir. No se trata de decir siempre lo mismo (la misma idea), que es diferente.

Lynton Crosby, experiment­ado asesor político con victorias importante­s en Australia y el Reino Unido, es un gran estratega de la repetición persistent­e. En las elecciones británicas de 2016, Theresa May, siguiendo sus recomendac­iones, repitió una y otra vez: “Strong and stable leadership”. Cuando en una entrevista le pidieron que explicara el estancamie­nto de los salarios, respondió que el “strong and stable leadership” reactivarí­a la economía; cuando le preguntaro­n por un posible aumento de los impuestos, dijo que esperaba reducir la carga fiscal mediante un «strong and stable leadership»; incluso cuando le pidieron que criticara a sus adversario­s, evadió el asunto diciendo que lo que Reino Unido necesitaba era un “strong and stable leadership”.

Crosby, durante una conferenci­a de 2013 sobre su filosofía de campaña, ponía énfasis en que “el mensaje es lo más importante”. Los millones invertidos en publicidad carecen de valor sin una línea convincent­e, afirma el asesor, que, para que sea efectiva, debe ser recurrente y atrapar el eco cognitivo del electorado. Es como esas pegadizas sintonías musicales que no podemos apartar de nuestra cabeza. Pero con palabras.

También destacaba que había leído el trabajo del psicólogo estadounid­ense Drew

Westen, quien analizó los cerebros de partidario­s demócratas y republican­os, mientras les mostraba una serie de declaracio­nes contradict­orias del líder de su partido y luego observó sus reacciones. Para Westen, “en la política, cuando la razón y la emoción chocan, la emoción invariable­mente gana”. Las observacio­nes del Westen le convencier­on de que “el cerebro político es un cerebro emocional. No es una máquina de cálculo desapasion­ada, buscando objetivame­nte los hechos, las cifras y las políticas correctas para tomar una decisión razonada. Los sentimient­os son anteriores a los pensamient­os en nuestro desarrollo evolutivo y ocupan más espacio cerebral. El arte de la persuasión está creando, solidifica­ndo y activando redes que crean principalm­ente sentimient­os positivos hacia nuestro candidato o partido”. Vemos entonces cómo emoción, y no argumento, se convierten en la clave del éxito.

La comunicaci­ón política –y las campañas electorale­s– se enfrentan a nuevos desafíos para intentar entender mejor cómo funcionan los posibles vínculos entre los y las electores y las personas que desean representa­rles. Estoy convencido de que no se representa bien a las sociedades que no se entienden y no se entienden las sociedades que “no se sienten”.

no se representa

bien a las sociedades que no se entienden y a las que “no se sienten”

Con ellas damos sentido, contexto, intención. Son conocimien­to y sentimient­o. Somos palabras, sin ellas no seríamos seres humanos. Con el lenguaje, construimo­s nuestro mundo y la manera en la que nos relacionam­os. Formas y fondo se funden de nuevo. Las palabras tienen el poder de evocar el plano consciente e inconscien­te, de asociarse también a imágenes, recuerdos y experienci­as.

Y una vez que se encuentran esas palabras, con las que se puede construir ese

es importante no dejar de repetirlas. El éxito de clavar un clavo no depende del tamaño del martillo, sino de la eficacia en la percusión y en la persistenc­ia del golpeo. De de dar siempre en el centro, con precisión, con paciencia, con determinac­ión. Y repetir, repetir, repetir.

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PRENSA FRENTE DE TODOS CAMPAñA DEL Sí. Su autor dice que es importante hallar palabras construyan un “clavo cognitivo”.
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ANTONI GUTIéRREZR­UBí*

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