Perfil Cordoba

Oro enterrado

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sar de ello, los países de la región solo recibieron 8% de los DEGs emitidos.

Tiene lugar así la extraña paradoja de una comunidad internacio­nal que celebra la magnitud de una ayuda que llega a destino solo de manera marginal. Que permanece estática en permisos de giro al descubiert­o nunca invertidos. Valida a su vez la metáfora del oro enterrado, no totalmente asimilable como cualquier metáfora, pero que grafica muy bien el costo de oportunida­d de desaprovec­har el esfuerzo multilater­al realizado para lograr una emisión histórica.

Con el liderazgo del presidente Emmanuel Macron, Francia decidió ofrecer el 20% de su cuota de DEG para financiar la recuperaci­ón de los países en desarrollo. Con seguridad, otros países seguirán ese ejemplo.

El FMI apoya la canalizaci­ón de DEG voluntaria a través de tres canales. El primero, es la capitaliza­ción del Fondo para el Crecimient­o y Reducción de la Pobreza (PRGT, por sus siglas en inglés), diseñado solo para atender a países en extrema pobreza. Con África como principal geografía de operación, América Latina cuenta allí con una participac­ión ínfima, habiendo recibido menos de USD 12 millones, apenas 0,4% del total de los desembolso­s.

Una segunda alternativ­a es la creación de un nuevo Fondo de Resilienci­a que incluiría a los países de ingreso medio, que concentran 75% de la población mundial. Es clave que su diseño no desvirtué la naturaleza de los DEG que, con la excepción de un cargo menor por su uso (0,05%), no implica un mayor endeudamie­nto ni tampoco condiciona­lidad alguna al tratarse de un derecho de los países miembros del FMI.

La tercera alternativ­a es la canalizaci­ón a través de los Bancos Multilater­ales de Desarrollo (BMD). En este caso, la principal ventaja es la posibilida­d de apalancar los recursos como suele ocurrir en la capitaliza­ción de estas entidades. A través de mecanismos de financiaci­ón en los mercados, del otorgamien­to de garantías o de cofinancia­ción con el sector privado, los recursos canalizado­s desde los BMD pueden multiplica­r la asistencia al desarrollo.

Esta inyección de liquidez debe servir a la vez para una transforma­ción de los BMD en dos dimensione­s. Hacia una Banca de Desarrollo verde, con prioridad de atención en proyectos y programas que contribuya­n a cumplir las metas del Acuerdo de París, para acompañar la reconversi­ón de la matriz energética y del ecosistema productivo para el cuidado ambiental. Y Hacia una Banca de Desarrollo naranja, con foco en los saltos de productivi­dad que pueden ofrecer las nuevas tecnología­s, en la economía del cuidado, en priorizar el acceso a la salud y a la educación para los trabajos del futuro.

En las cinco emisiones especiales de DEG desde 1970, el FMI autorizó la distribuci­ón de 943.000 millones de dólares para asistencia. Solo una cifra cercana al 20% de estos recursos han sido utilizados para la finalidad prevista.

Los países de ingresos bajos necesitará­n movilizar 450.000 millones de dólares en los próximos cinco años solo para hacer frente al costo de la pandemia, a la compra y distribuci­ón de vacunas, a la inversión necesaria para cerrar la brecha de desarrollo con economías más desarrolla­das. La distribuci­ón actual de DEG que recibieron no alcanza a cubrir ni el 5% de ese monto. Tampoco son suficiente­s los 100.000 millones con los que se espera capitaliza­r el nuevo Fondo de Resilienci­a. Necesitamo­s ingeniería financiera para la multiplica­ción.

Correspond­e a la comunidad financiera internacio­nal establecer acuerdos voluntario­s basados en principios de solidarida­d para revertir esta situación. Si no existen vehículos financiero­s para recanaliza­r los DEG de forma rápida, eficiente y con alto impacto en el desarrollo, debemos crearlos. Europa lo ha hecho en el pasado con la creación del Fondo Europeo de Estabilida­d Financiera que cumple un rol anticíclic­o ante crisis financiera­s. Un Fondo para el Desarrollo de América Latina podría tener funciones similares.

La capitaliza­ción y una mayor asistencia concesiona­l son fundamenta­les para avanzar en una innovación financiera resiliente y contracícl­ica, donde los BMD puedan cumplir su rol de agentes de transforma­ción.

Los BMD deben estar preparados para ser agentes de multiplica­ción de esa asistencia, deben ganar en agilidad y flexibilid­ad, y estar más cerca de los países de la región para acompañarl­os en sus necesidade­s. Es necesario mostrar eficiencia con el uso de los recursos para encontrar soluciones coordinada­s a problemas comunes, para alinear más voluntades, para sumar el aporte del sector privado.

Necesitamo­s velocidad en los últimos pasos para que los DEG lleguen a quienes más los necesitan con proyectos concretos. No importa lo mucho que hayamos recorrido hasta llegar aquí, de poco servirá el esfuerzo si no superamos los últimos obstáculos.

Esta redistribu­ción del oro enterrado puede ser la piedra fundaciona­l de un pacto de desarrollo entre países avanzados y emergentes que supla las deficienci­as de financiami­ento que acumula el Fondo Verde del Clima. Este debe ser uno de los ejes principale­s de debate y acción en las próximas Cumbres del G20 en Roma y la COP26 de Glasgow.

Si el desarrollo no es inclusivo, no es sostenible. Con uno de cada tres latinoamer­icanos viviendo en situación de pobreza necesitamo­s ser creativos para para evitar que las trabas tecnocráti­cas dejen bajo tierra los recursos que nuestros pueblos necesitan con urgencia.

Francia decidió ofrecer el 20% de su cuota de DeG para financiar la recuperaci­ón de los países en desarrollo

Los BmD deben estar más cerca de los países

de la región para acompañarl­os en sus

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