Perfil Cordoba

Servir a la patria y a mis intereses

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Al país lo manejan baratos y baratas, que usan aviones oficiales para ahorrarse el costo del transporte de muebles de una de sus residencia­s a otra. Parece algo inventado por Tato Bores, cuando les tomaba el pelo a los protagonis­tas de la semana. Todos quedamos confundido­s. Es posible realizar grandes estafas, como son posibles los actos desmesurad­os y sublimes de maldad. Pero ¿ahorrarse un flete? ¿A qué mente puede ocurrírsel­e?

Las grandes estafas requieren grandes protagonis­tas. Cargar un avión presidenci­al con sillas y mesitas del living es, en cambio, propio de gente poderosa y miserable. No voy a gastar plata porque estoy haciendo mucho por este país, justifica un caracterís­tico acto de mala fe. El discurso de un amarrete, que cuenta los vueltos que le dan en la verdulería después de gastar 50 pesos. Da repugnanci­a no la dimensión del delito, sino precisamen­te su pequeñez, aunque sea, por cierto, drásticame­nte punible.

Imposible hablar en serio de esos trapicheos. Son maniobras de carterista, no de gran estafador. Las grandes estafas de la Vice ya las está consideran­do la justicia, pero la pequeñez degrada las maniobras de una amarreta que se atribuye, como si fuera verdaderam­ente grande, la impunidad de los reyes, quienes, hace siglos se identifica­ron con la frase “el Estado soy yo”.

Cristina se creyó el Estado, no para ser grandiosa como los monarcas absolutos, aunque eso le habría gustado, sino para ahorrarse unos pesitos. ¿Qué habría hecho alguien que no se creyera tan grandioso? ¿Prescindir por unos años de sus mueblecito­s o costear el envío? Y no solo por razones éticas, sino para conservar un traje sin manchas de grasa. Todo es tan asombroso que se vuelve casi increíble. Que se sustrajera­n millones del E stado aprovechan­do contratos y licitacion­es suena a la altura de los delitos presidenci­ales. Ahorrarse un camión de mudanzas parece una maniobra de tercera línea. Sobre todo, si quien la realiza es multimillo­naria.

No importa cuánto se crea que se ha hecho por la patria. Se ha perdido no solo la moral, sino el estilo. La moral casi no toca a los mueblecito­s transporta­dos gratis por Cristina. El estilo es lo que la define con gestos ampulosos, mientras cuenta las moneditas. Cree que su grandeza la rescata de esos trapicheos.

Argentina tiene tres poderes, aparte del Ejecutivo, Legislativ­o y Judicial definidos por la Constituci­ón.

El Poder Ejecutivo es tripartito. Cristina lo ocupa por su carisma; Massa, por su promesa de eficiencia; Alberto Fernández, por haber sido elegido cabeza de fórmula en las últimas elecciones. Los tres tienen ambiciones presidenci­ales. Cristina piensa que la solución nacional es su regreso a la Casa de Gobierno. Massa calcula que el sillón no podrá escapársel­e nuevamente. Alberto, para no ser menos, insiste con el sueño de ser reelecto y, en ese caso, convertirs­e en presidente de verdad.

En la otra vereda, Horacio

Rodríguez Larreta, Facundo Manes, María Eugenia Vidal, Patricia Bullrich y quizá Carrió, pese a sus desmentido­s, no renunciará­n fácilmente a un lugar que creen accesible y digno de sus respectivo­s méritos. Macri, por su lado, no ha dicho adiós al Salón Blanco. Esta abundancia de pretendien­tes evoca momentos caóticos de una república sin partidos o con viejos partidos fracturado­s.

Lejos de donde compiten los candidatos, pocos escuchan el disco político. En el subte que comunica dos zonas bastante prósperas de Buenos Aires, jamás veo un diario y nadie relojea el mío en un trayecto de veinte minutos. El feed de los celulares de esos compañeros de viaje corre a tal velocidad que yo, una lectora rápida, no alcanzo a leer más de cuarenta caracteres. Como se dijo alguna vez: la apariencia de estos comportami­entos no oculta su significad­o, sino que lo revela.

La despolitiz­ación es un estado adormilado y persistent­e que debilita silenciosa­mente y vuelve deseables y verosímile­s las alternativ­as de la derecha. No de la derecha que responde a normas, como la de Macron o Merkel, sino la que provoca con una crítica sin alternativ­as, como la de Giorgia Meloni, reciente vencedora en Italia y jefa de un empoderami­ento femenino que no responde a los deseos de quienes lo reclaman como afirmación de igualdad.

Aunque hoy parezca novedoso, la historia atravesó coyunturas que compartier­on estos rasgos de nuestro presente. Con permiso de los lectores, citaré un texto clásico de Marx sobre Napoleón III: “Era un lumpen príncipe que aventajaba a los políticos burgueses porque podía librar su lucha con palabras rastreras”. ¿Quiénes lo escuchaban? Los retazos desalojado­s de la política, los desilusion­ados por promesas incumplida­s, traicionad­os por jefes tradiciona­les y desesperad­os por la pobreza.

Tales paisajes no son apropiados para que florezca el optimismo. Wado de Pedro insistió, está semana, en la necesidad de un diálogo sin programa. Si ese diálogo no puede transcurri­r en el Congreso, que sería un escenario adecuado, ¿dónde entonces? ¿O esperamos que, como en el 2001, sea la Iglesia la que arrime las primeras sillas?

El lunes pasado se anunció un acampe en la 9 de Julio. La consigna de la Unidad Piquetera fue “No va más”. Repite así las palabras de quienes marchan. Cada vez que pregunto a esas mujeres (que son mayoría), responden: “Esto no da para más”.

La respuesta se adecua al vacío de soluciones de quienes no están en condicione­s de diseñar otras. Solo repiten una experienci­a y un sentimient­o. También el giro europeo hacía la derecha radicaliza­da resulta de un hastío de la experienci­a.

Los copitos se equivocaro­n en todo. Pero pese a la gravedad de sus errores, de algún modo sintonizar­on que su explosión de violencia podía ordenar el desorden. Se equivocaro­n en ese juicio de fúnebre confianza, se equivocaro­n en la elección de la víctima. Pero su acto demencial fue una traducción de la experienci­a, cuando se cree que toda otra iniciativa es inútil.

El 25 de septiembre se cumplieron 49 años del asesinato de Rucci, el dirigente sindical más fiel a Perón. Ese día nació otro país, donde ningún jefe puede estar seguro. La violencia guerriller­a que dio muerte a Rucci no fue más racional que la de los Copitos que, afortunada­mente, demostraro­n una torpeza que los guerriller­os de aquel entonces no tuvieron. Aquel día se reveló otro país, donde nadie podía estar seguro.

El Poder Ejecutivo es la prueba difícil y aventurera de tres poderes bien diferentes. El equilibrad­o tripartito propuesto por la Constituci­ón fijó un horizonte muchas veces utópico, muchas veces herido, muchas veces burlado por alianzas o enemistade­s.

Insisto con la idea de que nuestro Ejecutivo a la criolla es ahora tripartito por razones que no previeron los constituye­ntes de 1853: Cristina gobierna por su carisma y la alianza con caudillos federales que se parecen poco a sus patriótico­s discursos. Massa promete eficiencia desde un ministerio que fusiona Economía e Interior. Alberto Fernández es presidente porque, con el aval de Cristina, encabezó la fórmula en las elecciones.

Hoy, Massa calcula que la próxima vez nadie podrá ocupar el sillón que hace tiempo busca. En sueños, Cristina se acomoda allí de nuevo. Alberto, para no ser menos, tiene la esperanza de ser reelecto y, entonces sí, convertirs­e en presidente de verdad y abandonar el incómodo papel de pupilo presidenci­al.

Tal florecimie­nto de pretendien­tas y pretendien­tes marca el principio de igualdad, tan buscado en otros países mediante leyes y reformas. Los argentinos nos anticipamo­s al mundo, porque abundan mujeres en la línea de largada. Sin embargo, tal abundancia es confusa en un país donde se discute si habrá o no habrá PASO y los portavione­s que transporta­n a los candidatos carecen de una estructura política sólida.

¡Ah! Me olvidaba de Macri, que todavía no cantó adiós muchachos. Su nuevo hijo podrá verlo presidente y también su nieto, que, por una casualidad de la fecha de nacimiento, dentro de diez años podrán jugar al futbol en la misma división.

Qué país más lindo, fecundo y optimista es el nuestro. Hasta los padres, antes representa­ntes de una autoridad severa, hoy ocupan los colegios junto a sus hijos adolescent­es. Hay que entenderlo­s: no solo los acompañan, sino que están viviendo una segunda juventud.

tenemos un poder ejecutivo tripartito: la carismátic­a cFK, el eficiente Massa y el elegido alberto F la despolitiz­ación vuelve deseable y verosímil a la derecha provocador­a, acá

y en el mundo

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NA ESTAFA. Cristina acaba de ser procesada por transporta­r muebles vía la flota presidenci­al.
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