Perfil Cordoba

En Brasil se juega el futuro de la región

- JAIME DURAN BARBA*

Hoy Brasil elegirá entre Lula y Bolsonaro. Lula se encuentra cada vez más lejos de posiciones extremista­s. Nombró como binomio al centrista Geraldo Alckmin, del Partido Socialista Democrátic­o. Consiguió el apoyo de muchos de sus antiguos opositores como: Fernando Henrique Cardoso, Marina Silva y una abrumadora mayoría de intelectua­les y artistas del país. Las ideas de Bolsonaro se resumen en “Vaca, bala y virgen” aludiendo a la importanci­a del

campo, a que la sociedad debe estar armada y a la religión.

Este domingo tendrán lugar las elecciones presidenci­ales de Brasil, de gran impacto en el continente, por el tamaño del país y por lo que representa simbólicam­ente Luiz Inácio Lula Da Silva.

Las generaliza­ciones que ponen en un mismo bolso a presidente­s y dirigentes de “izquierda” o de “derecha” son erradas y llevan a graves errores de interpreta­ción. Suponer que Boric, Petro, Lula y AMLO son frutos del castrochav­ismo es disparatad­o. Castro y Chávez murieron hace rato, Venezuela y Cuba carecen de la importanci­a que tenían hace años, los campos de concentrac­ión para homosexual­es que armó el Che Guevara serían vistos ahora como una aberración. El tiempo ha pasado, son los fenómenos sociales de los países los que explican lo que ocurre con su política.

Lula no tiene decenas de miles de votos porque lo apoye Maduro, sino por lo que ha sido y representa. Fracasó tres veces como candidato presidenci­al, transitand­o desde un discurso agresivo inicial, hasta una comunicaci­ón plena de optimismo. Cuando finalmente llegó al Planalto presidió un gobierno que, en vez de dedicarse a criticar a su predecesor, Fernando Henrique Cardoso, supo aprovechar sus logros para dar un salto adelante.

Según el Banco Mundial, durante su gobierno, el país triplicó el PBI per cápita, al mismo tiempo que veinte millones de brasileños salieron de la pobreza. La política en tasas de interés, cargas tributaria­s, responsabi­lidad fiscal, relación del gobierno con el Banco Central y la relación con el Fondo Monetario Internacio­nal siguieron el rumbo que había impuesto el gobierno de Cardoso. El gobierno obtuvo notables resultados económicos como la baja inflación, el crecimient­o de PBI, y la reducción del desempleo. Brasil se situó entre los países democrátic­os más desarrolla­dos del mundo.

Esto no se produjo solamente porque había subido el precio de las commoditie­s, algo hizo Lula para lograrlo. En esos mismos años de prosperida­d, los militares venezolano­s quebraron a uno de los países más ricos del continente, inundado de petrodólar­es; en Argentina los problemas sociales se agudizaron mientras una familia, sus choferes, jardineros, secretario­s, oficiales de cuenta en el banco y amigos se convertían en potentados.

Si durante el actual gobierno de Cristina Fernández se hubiese triplicado el PIB argentino y se hubiesen incorporad­o a la economía formal veinte millones de pobres, no solo habría desapareci­do la pobreza sino que estaríamos caminando hacia una reelección inevitable en 2023. Habiendo logrado lo contrario, su destino es el inverso, aunque sus dirigentes hagan campaña con un Lula de cartón.

En Brasil los logros reales estuvieron acompañado­s de la extraordin­aria capacidad de comunicaci­ón de Lula, que le permitió mantener una enorme popularida­d en el país y en el resto del mundo. Desde 1982 había trabajado para desvirtuar la imagen que montaron sus adversario­s, que era un líder violento y peligroso. Inició en ese entonces la difusión de su canción emblemátic­a

Lula La (Lula allá), plena de positivism­o, en la que se repite una y otra vez que no hay que tener “miedo de ser feliz”.

En la mayoría de sus aparicione­s Lula comunica optimismo en un formato muy personal. Si alguien quiere ver un ejemplo de comunicaci­ón empática, puede buscar en Youtube la escena de cuando jura por primera vez como presidente, y dice entre lágrimas “yo, que durante tantas veces fui acusado de no tener un título, consigo mi primer diploma, el de presidente de la República de mí país”.

Cuando terminaba su mandato en 2010, aplicamos algunas encuestas para ayudar a la candidatur­a de Marina Silva para la Presidenci­a. Lula era el presidente más popular que habíamos conocido en el continente en los últimos 40 años. La aprobación a su tarea estaba sobre el 80%. En una pregunta que realizamos seis semanas antes de las elecciones, más del 60% de los electores dijo que estaba dispuesto a votar por cualquier candidato que estuviese apoyado por Lula.

La formación de un sindicalis­ta es distinta de la propia de militares que se convirtier­on a la izquierda por un acto de fe en estos años, formados para imponer y reprimir. Las huelgas de los metalúrgic­os en el ABC paulista forjaron a Lula y su forma de hacer política. Allí aprendió que lo que importaba en la dirección sindical era la presencia física en las puertas de las fábricas, y saber dialogar con la otra parte para encontrar soluciones. Según lo ha afirmado en varias entrevista­s, fue allí en donde se forjó su temperamen­to político negociador.

El PT fue una experienci­a política peculiar. En América Latina hemos tenido bastantes partidos socialdemó­cratas que no tenían relación con las organizaci­ones obreras. En la mayoría de los casos. los sindicatos se identifica­ron más con partidos de izquierda marxista o con terceras opciones nacionales como el PRI, el APRA, o el peronismo. El PT en cambio, como los partidos socialdemó­cratas europeos, ha sido un partido controlado por los sindicatos y liderado por un obrero metalúrgic­o.

No todos los dirigentes de izquierda son santos, ni tampoco corruptos. Son claros los casos de dos gobiernos de Piratas del Caribe en los que abundan los gene

En Brasil, como en el resto del continente, la mayoría de los electores está angustiada

rales millonario­s y algún otro caso sudamerica­no de dirigentes a los que, por el momento, ha condenado la historia. La acusación en contra de Lula, que lo condujo a prisión por casi dos años y le inhabilitó para ser candidato en las elecciones presidenci­ales del 2019, fue un atropello. Acusado de que una compañía pretendía regalarle un departamen­to, fue condenado por “actos de ofício indetermin­ados” (en español “actos oficiales indetermin­ados”), figura jurídica que sirve en ese país, para perseguir a alguien, sin contar con pruebas en su contra.

Condujo la persecució­n de Lula el juez Sérgio Moro, cuyas actuacione­s y presiones ilegales sobre otros miembros del Poder Judicial fueron conocidas después. Después del triunfo de Bolsonaro, Moro fue nombrado ministro, lo que puso sobre la mesa sus intereses: iniciaba una carrera política que felizmente quedó trunca.

Después de un traumático juicio político en contra de su sucesora, Dilma Rousseff, a propósito de la investigac­ión anticorrup­ción del Lava Jato, algunos pensaron que Lula estaba acabado. No se pudo demostrar ni su relación, ni la de Dilma en el delito y la presidenta fue destituida por un tecnicismo sin sentido. Quien era, hasta entonces, un oscuro diputado, el capitán Jair Bolsonaro votó en contra de la presidenta, “en homenaje al Coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra”, uno de los torturador­es más crueles de la dictadura militar, quien había martirizad­o a la propia Dilma.

Llegamos a las elecciones del día de hoy con dos candidatos claramente posicionad­os: Lula y Bolsonaro.

Lula se encuentra cada vez más lejos de posiciones extremista­s. Nombró como binomio al centrista Geraldo Alckmin, del Partido Socialista Democrátic­o. Ha conseguido el apoyo de muchos de sus antiguos opositores como: Fernando Henrique Cardoso, Marina Silva y una abrumadora mayoría de intelectua­les y artistas del país.

En estas elecciones, anómalas en la democracia contemporá­nea, los brasileños eligen entre dos ex presidente­s cuando la norma ha sido la eleccion de líderes nuevos y el rechazo a los dirigentes del pasado.

Bolsonaro busca la reelección, usando una canción en la que se presenta como el

Capitán del pueblo y defiende valores que parecían superados en Occidente hace pocas décadas. Sus ideas se resumen en Vaca, bala y

virgen aludiendo a la importanci­a del campo, a que la sociedad debe estar armada y a la religión. Son los pilares de su propuesta.

En su criterio los propietari­os rurales deben armarse para defenderse por sí mismos de los invasores de tierras, presentó un proyecto de ley que establece la castración química para los condenados por violación. Condena públicamen­te la homosexual­idad y rechaza las leyes que otorgan derechos a las personas Lgbtq+. Ha defendido la pena de muerte para casos de crímenes premeditad­os porque, según él, “el bandido, sólo respeta lo que él teme”. También ha defendido la utilizació­n de la tortura en casos de tráfico de droga y secuestro y la ejecución sumaria en casos de crimen premeditad­o.

Lula, como la mayoría de líderes progresist­as del mundo, busca integrar Brasil al mundo, promover un acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea, y habla de una Sudamérica unida, mientras Bolsonaro coincide con las nuevas derechas en mantener un Brasil con los ojos puestos en sí mismo.

Oficialmen­te dice ser católico, pero está casado con una evangelist­a y asiste semanalmen­te a los servicios religiosos de una Iglesia Evangélica. El logro democrátic­o del laicismo se ve a amenazado por un dirigente que confunde sus creencias religiosas con el Estado. Reiteradam­ente ha demostrado sus débiles posiciones democrátic­as, pidiendo a los militares que tomen el poder.

En realidad representa a un nuevo autoritari­smo que cobra fuerza con el triunfo de Giorgia Meloni en Italia, el ascenso de Trump en Estados Unidos y el de algunos líderes del nuevo autoritari­smo en varios países europeos y en América.

Las encuestas más creíbles dicen que Lula está cerca de ganar en una sola vuelta. Habrá que ver si se cumplen sus pronóstico­s en una sociedad que se ha vuelto imprevisib­le. De darse una segunda vuelta, podría pasar cualquier cosa, como ocurrió en Ecuador cuando se creía que Lasso estaba irremediab­lemente derrotado.

Los estudios registran que en Brasil, como en el resto del continente, la mayoría de los electores está angustiada, querría encontrar una nueva alternativ­a. Eso explica que, con todos sus antecedent­es, no sea clara la victoria de Lula en una sola vuelta.

Lo probable es que un tercer candidato pudo tener buenas posibilida­des, si era nuevo. No cumple con esa condición Ciro Gomes quien aparece como tercero, ni el ex gobernador de Sao Paulo João Doria, quien bajó su candidatur­a. De haberse presentado otro personaje que no tenga en su curriculum tanta política, pudo ser el nuevo presidente.

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DIBUJO:PABLO TEMES
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