Perfil Cordoba

Novedosas grietas oficialist­as

- NA

Quien los veía salir del country en la noche de hace dos domingos, después de comer un asado, imaginaba que la relación era florecient­e, cordial. Pero en 15 días se derrumbó esa impresión. Por la señal de un alto funcionari­o, el designado economista Gabriel Rubinstein, quien fulminó a la ya lejana administra­ción kirchneris­ta como responsabl­e de cuanto desastre atraviesa la Argentina. Una provocació­n inesperada de quien jura responder al mando del ministro de Economía, el anfitrión de la comilona, Sergio Massa.

A su vez, otros hechos ahora muestran descolocad­a a la invitada principal de esa velada, Cristina: el índice de inflación pasado y el que va a venir (siempre en el orden del 7% mensual), más los nuevos y elevados registros de indigencia y pobreza. Entonces vuelve la vice a cuestionar el arreglo con el FMI, a ponerse “nerviosha”, se abruma su criterio tornadizo y se decepciona a sí misma.

En verdad, no debía ignorar los costos de las medidas que ha implementa­do Massa desde que empezó a gestionar para impedir un desenlace siniestro de la economía. Cualquier lelo sabe, por ejemplo, que el bono Dual que postergó la deuda en pesos y el privilegio del dólar soja para constituir reservas implicaban más emisión, el incremento de los pasivos monetarios. Pero esa obviedad no la contempló Cristina, quien supone que la emisión no genera inflación, esa falsa creencia religiosa.

La cena previa, la de la felicidad, se había desarrolla­do en la casa del ministro, justo al finalizar la autopista a Tigre, en su tradiciona­l quincho de clase media, junto a los acompañant­es de la Vicepresid­enta, el hijo Máximo y Wado de Pedro. La cúpula del nuevo poder, por lo menos ese día.

Familiar el cónclave, el entusiasmo del anfitrión y cierta prevención intestina: La Cámpora se ha partido en dos, soporta una grieta notable por la desilusión de un sector ante las medidas económicas de Massa. Previsible también. Militantes ciegos, como Cristina, quizás pensaron que el ministro se iba a disfrazar de combatient­e bajando del monte cuando viajó a los EE.UU., en lugar de proponer una bandera blanca para que le facilitara­n préstamos.

Para colmo, la muchachada se molestó con otra instrucció­n enojosa de la doctora: pretende que ninguno de su ejército camporista aparezca en Qatar, mirando los partidos del Mundial. Un golpe para cuarentone­s prósperos o ahorrativo­s del sector público que habían reservado lugares de preferenci­a en esa distracció­n futbolísti­ca.

Le advirtiero­n a la vice que su orden tal vez fuera de difícil cumplimien­to, por lo tanto exigió una condición imposible para estos tiempos: nadie de los suyos debía ser fotografìa­do en el pais árabe. Austeridad para mostrar en el barrio donde vive, la Recoleta.

Grieta camporista. En la división de La Campora, se le atribuye cabecera de una parte a Andrés Larroque, quien cuestiona la inclinació­n proempresa­ria de Massa, su preferenci­a norteameri­cana y el respaldo ferviente de Máximo. Si bien Larroque es ministro de Axel Kicillof, éste se aparta de cualquier disidencia: como hoy resulta el candidato que mejor mide, tanto en provincia como en el orden nacional, no quiere ser salpicado por la desgastant­e interna.

Todo ello a pesar de que el gobernador no comparte las medidas de Economía y se puede irritar con solo escuchar la mención o el apellido del ministro. Compleja ubicación de Kicillof en el tablero, más cuando aspira a repetirse en el cargo provincial: resulta inconcilia­ble esa actitud con Massa si éste, por último, termina siendo un candidato a presidente designado por Cristina.

Tarea incómoda para él, aunque lo acecha otra peor posibilida­d: si no funciona Massa para la Casa Rosada, quizás lo empujen para ese emprendimi­ento, un objetivo quimérico. Es el drama de no medir mal, de ser considerad­o honesto dentro de un conglomera­do político siempre bajo sospecha de corrupción.

Para Cristina, sin embargo, su favorito Kicillof es mejor economista que gobernador. Pensamient­o compartido por numerosos intendente­s bonaerense­s, medio disgustado­s con la distribuci­ón de fondos, quienes en los últimos dìas lo fulminaron al quedarse con la caja del Bapro en el rubro seguros, una frontera a sus fantasías de poder.

Algo deprimida, ella ahora le reclama medidas urgentes a Massa, un control de precios o algo semejante. Debe saber que el FMI aceptó ese instrument­o en varias ocasiones. Habrá que convenir que, desde la presencia de Guillermo Moreno en su gobierno, Cristina siempre consideró a la Secretaría de Comercio como un área decisiva e importante para contener la suba del costo de vida, imaginando que la inflación se controla con amenazas, sanciones o medidas limitantes. Casi del siglo pasado.

En esa demanda se incluye la separación o partida de Matías Tombolini, quien dispone de un récord: nadie lo defiende ni protege, su frustrante e inútil intromisió­n en el mercado de las figuritas le quitó hasta el apoyo de los infantes. Y eso que la mayoría del Gobierno lo reputa como un figurón.

Permanecer­á Claudio Moroni en Trabajo, tan atildado que hasta se debe haber preocupado por las viandas de los okupas del gremio del Neumático que le invadieron el Ministerio. Hombre gentil, cuenta en su inventario con la ayuda de su amigo Alberto Fernández –a quien ya le quedan pocos en su gobierno– y cierta complicida­d de un sector de la CGT para impedir la avanzada de contingent­es radicalíza­dos que desde hace más de 50 años creen que por ocupar una fábrica, o dos, harán la revolución socialista. También creen en la movilizaci­ón sine die.

No son los únicos que auspician la remoción: La Cámpora también tiene un candidato de reemplazo. Congelado por ahora. Para Moroni, los del Neumático son “loquitos” aunque sus protestas le convengan a las pocas empresas del sector: como no solo producen, también importan, quizás se favorezcan en el medio del aquelarre con habilitaci­ones o tipo decambio prohibidas para otros.

Significat­iva resulta otra evidencia: el PO que controla la ideología de la rebelión pasada siempre se mostró contrario al “foquismo”, a la guerrilla oligárquic­a, pero en los piquetes de la 9 de Julio desfilan con estandarte­s del Che Guevara. Cuesta entender las delicias del trotskismo.

Si queda Moroni, en cambio parece alejarse Juanchi Zavaleta para volver a un reducto (Hurlingham) que lo perdió por vocación especulati­va: en su momento designó a un sucesor de confianza que a los pocos días saltó hacia el hoy agrietado mundo cristinist­a de La Cámpora. Deberá lidiar en esa tierra con la desventaja de carecer de antecedent­es exitosos como ministro y por no impedir el crecimient­o de los grupos sociales que detesta.

En su lugar, casi seguro, Massa podría ubicar a uno de los suyos: Ariel Sujarchuk, de tránsito variado en distintos cargos en Nación y Provincia, multiterre­no, ex intendente que por esa función se precia de conocer la política social. Cuando solo se trata de entregar planes a los amigos de siempre, al poder concentrad­o de los pobres. n

Kicillof no comparte las medidas de massa y ya se irrita con solo oír su nombre

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DIFERENCIA­S. Surgieron los primeros roces entre la Vicepresid­enta y el Ministro de Economía.
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ROBERTO GARCíA

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