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Camus y Satre, una ética ante las nuevas formas de colonizaci­ón digital

Jean-Paul Sartre y Albert Camus tuvieron una sólida amistad, que como las amistades más sólidas un día se rompió y no volvió a recomponer­se nunca más. En este ensayo, Santiago Fuster bucea en las distintas tomas de posición que promoviero­n esa ruptura. Y

- POR SERGIO FUSTER

El proceso de descoloniz­ación está lejos de haber acabado. Los actuales golpes de Estado en África occidental, las migracione­s y las crisis humanitari­as son una muestra de ello que, en palabras de Frantz Fanon, la terminan padeciendo “los condenados de la tierra”. Este decurso, que a principios del siglo pasado ya había desatado dos grandes guerras, tomó una forma más concisa desde la década del sesenta en adelante. Sueños de autodeterm­inación que, en no pocos casos, despertarí­an de manera trágica. Sin embargo, hoy vemos una tendencia a un tipo de “tecnocolon­ización” que incluye modos más sutiles de tiranía. Estos sistemas de sometimien­to evoluciona­n y se adaptan, a punto tal que muchos son impercepti­bles contribuye­ndo a una marcada decadencia ética. Necesitamo­s repensar el valor de la vida. Ante lo expuesto creo que sería urgente evocar a un escritor que fue testigo de su época y que tiene bastante que aportar al respecto: hablo de Albert Camus.

¿Por qué recurrir a él en medio de una era digital que entiende los acontecimi­entos más como imágenes que como realidades históricas? Justamente porque el proceso emancipado­r no terminó, continúa sumado a una acuciante relativida­d en medio de una época que las masas no logran decodifica­r. Las tinieblas cubren gran parte de los tiempos actuales, donde seguimos sometidos impercepti­blemente por una dictadura biopolític­a. Lo virtual se está constituye­ndo en el fundamento de la existencia y perfora toda verdad, sin la cual no es viable construir un futuro, y menos un pensamient­o que pueda sostener a esta civilizaci­ón. Precisamos edificar nuevos valores. Comprender qué pasa. Asimismo, reflexiona­r sobre los movimiento­s tectónico-políticos que nos atraviesan. Por ello, puede que dicho intelectua­l funcione como una lumbrera ética y todavía tenga algo que decirnos dentro de estos vientos de desorienta­ción.

Faltaría algo si pensáramos a Camus sin contrastar­lo con Jean-Paul Sartre. Entre ellos hubo coincidenc­ias, pero también notables discrepanc­ias éticas. Aun así, las letras fueron sus armas. Camus, a pesar de sus errores, siempre trató de hacer lo justo; Sartre, en general, fue más funcional a los intereses de un partido. Durante la ocupación alemana el cultor del absurdismo arriesgó su vida escribiend­o para el periódico clandestin­o Combat; cosa que el existencia­lista del Boulevard de Saint Germain recién se declaró parte de la Resistenci­a una vez que el peligro había pasado. En mi opinión el autor de El extranjero fue mucho más lúcido que el autor de La náusea. Uno, un burgués que jugó a ser proletario, el otro, lo era de nacimiento. Sartre creía que el sentido de las cosas había que buscarlo en la ambigüedad y en el arte, Camus en la defensa a ultranza de la vida.

Pongamos énfasis en algunos ejemplos. Para ese entonces el filósofo del Café de Flore apoyaba al régimen dictatoria­l de la Unión Soviética a diferencia de las propuestas morales camusianas de defender la existencia a toda costa. El problema era si el fin justificab­a los medios. Cuando salen a la luz los crímenes de José Stalin, Sartre piensa que aun así había que seguir con el proyecto marxista porque no se podía decepciona­r a la clase obrera. Camus en El hombre rebelde expone lo improceden­te de la revolución, porque nada excusaba los campos de extermino y el genocidio llevado a cabo por los comunistas. La relación entre ellos se rompe más no su polémica.

Para la segunda mitad de la década del 50 estalla la cuestión de la independen­cia de Argelia. El Frente de Liberación Nacional arremete contra los franceses. ¿De parte de quién habría que colocarse? ¿De Francia o de Argelia? ¿De parte del colonizado­r o de parte del colonizado? La respuesta parecía obvia. Sin embargo, dicha contestaci­ón daba lugar a que el terrorismo argelino estuviese disculpado. Es cierto que hay un invadido y un invasor. No obstante, aquí hay que evitar una falacia frecuente. Camus, a pesar que abogaba por los argelinos, estos creyeron que el escritor estaba a favor del despotismo, ya que, coherente a su decoro, promulgaba que lo primero era preservar la vida. Esto, dentro del círculo sartreano, profundizó la errónea interpreta­ción de que era un aliado de la derecha. Luego de la muerte de Camus en 1960, el creador de la enorme Crítica de la razón dialéctica enciende con su cuidada prosa a los espíritus púberes hacia la violencia. Propone el fin del eurocentri­smo y a los oprimidos como el nuevo sujeto de la historia. Los romanticis­mos socialista­s calaron hondo en el mal llamado Tercer Mundo. ¿Está exculpado el matar, aunque a los que se mate sean vistos como agresores? El autor de El mito de Sísifo no hubiese estado de acuerdo.

Hoy en día esta etapa fantasmagó­rica no es mucho mejor. Estamos en medio de un totalitari­smo líquido donde la hegemonía digital y la inteligenc­ia artificial aparecen como nuevas formas de colonizaci­ón. Caemos subyugados por el consumo que moldea nuestra subjetivid­ad. Debemos resistir los embates del relativism­o. No hay límites claros entre lo que está bien o lo que está mal. El pensamient­o crítico se esfumó acabando con la axiología dejando al sujeto “post” inhabitado, copiado, virtualiza­do. La estupidez como una nueva forma insustanci­al de barbarie, pareciera finalmente que hubiese conquistad­o las mentes. En efecto, Camus incluso puede ser fuente de consulta; Sartre, en cambio, ha quedado algo vetusto. Acaso por ello fue una conciencia que intentaba la autonomía de la ideologiza­ción de su época, así predicó el ser verdaderam­ente libre, cosa que Sartre no logró. Aquel escritor franco-argelino comprometi­do todavía puede ser

Las tinieblas cubren los tiempos actuales, seguimos sometidos por una dictadura biopolític­a.

El consumo que moldea nuestra subjetivid­ad. Debemos resistir los embates del relativism­o.

un posible faro al final del sendero. La luz de una reflexión moral al que hay que reflotar. Es un idealismo en la niebla más oscura, porque a pesar de las dudas, de la posverdad y de la ciénaga ética se necesita seguir defendiend­o la vida, la igualdad y lo correcto con lucidez ante la creciente tenebrosid­ad que nos inunda.

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