La crianza, entre el amor, los mandatos y la crueldad social
La coreógrafa y bailarina presenta Mamá peluda, un espectáculo de danza y teatro donde revisa los efectos del puerperio.
Los viernes a las 22 en Espacio Callejón (Humahuaca 3759), la coreógrafa y bailarina Marisa Villar lleva adelante las funciones de Mamá peluda. En esta obra que combina danza, teatro y materiales audiovisuales, la propia intérprete ficcionaliza su experiencia de parto, puerperio y primeros años de crianza de su hijo. Comparte escenario con Lola Capua y Cecilia Capuzzello y la codirección es de Estela Cristiani.
—¿De dónde viene el título y lo literalmente peludo en la obra (personajes con pelucas muy abundantes) y qué sentido metafórico tiene esto?
—El título surgió durante el primer año de mi hijo, en el que estaba amamantando y decidí abocarme totalmente a la maternidad. Me dejé crecer todos los pelos de piernas, axilas, cavado. Por un lado, me costaba encontrar el espacio para ocuparme de mí y por otro no tenía ganas. Empecé a jugar con esa fantasía de ser una mujer totalmente peluda y de tomar a mis pelos como un velo: taparme, pasar desapercibida. Este personaje de mamá peluda también tenía algo de lo animal, de no ser tan lógica en mis emociones; fantaseaba con un instinto animal, y para mí lo animal tiene que ver con el pelo. Además, por mi formación de bailarina, en el puerperio atravesé un duelo por recuperar un cuerpo ideal. Me costaba entender que mi cuerpo es otro cuerpo. Ese abundante pelo afro que está en la obra es, además, la carga mental diaria de ocuparme de muchas cosas, lo que me agota mucho.
—¿Por qué el personaje está partido en tres?
—Siempre me sentía como dividida. Hablar de esto, para mí, se dio claramente como un momento de catarsis. Por un lado, esta madre está abocada 100% a la demanda de su hijo. Por el otro, esta madre no quiere que la olviden como mujer, ni olvidarse ella misma de que también tiene deseos, otros intereses; no quiere dejar de ser esa persona y no quiere ser 100% ama de casa. También está la mamá peluda original, la que aparece todo el tiempo en la pantalla, en el afuera, la que tiene el pelo corto. Las dos que están en escena son lo más parecidas posible, hasta que no se entienda
“Este personaje de mamá peluda también tenía algo de lo animal, de no
ser tan lógica.”
cuál es cuál.
—En la obra están presentes los colores violeta y verde. ¿Es intencional?
—Sí, es voluntario y significativo. Estela quería esa paleta de colores por el feminismo y por la ley del derecho al aborto. También hay una escena onírica en torno al rojo, un color potente desde lo sexual y muy significativo en los sueños.
—Asimismo, hay un montón de juguetes en escena. ¿Qué sentidos vienen a aportar?
—Yo quería un espacio vacío
donde se mostrara la sensación de soledad de esta mamá peluda, pero a la vez tenía que aparecer la evidencia de un espacio habitado por un niño. Por lo menos en mi casa, se empezó a notar: se encontraban juguetes en la cocina, y te topabas con pañales, y nunca estaba ordenado el espacio.
—¿Cómo llega la conexión con Silvio Soldán, que participa, filmado, en la obra?
—Quería mostrar claramente mi carga mental y mis exigencias. Me sentía bastante tironeada por las expectativas que me había armado respecto a la maternidad y lo que pasaba realmente: por un lado, la exigencia de ocuparse de su hijo y por el otro, esta mamá
quiere jugar, distraerse, tiene ganas de fantasear, de lo sexual, pero todo el tiempo con esa expectativa de ser la mejor mamá. Desde chica, fantaseaba mucho con participar en Feliz Domingo y participar en el “Yo sé”; todo ese deseo infantil con un programa de juegos que además muestra toda una época desembocó en la idea de Silvio Soldán y su presencia; también quería que apareciera un hombre en mi inconsciente, que me hiciera las preguntas y me evaluara. Estela consiguió que Silvio Soldán hiciera las preguntas; él muy amorosamente aceptó y nos dijo que apoyaba el teatro independiente; fuimos a su casa; estuvo muy entregado al proyecto.