La aventura del cine como algo feliz
El director de Hace mucho que no duermo” estrena su radical comedia, que corre a lo largo de Buenos Aires como pocos films recientes. Reflexiona sobre el trabajo con los actores.
Creo que a nuestro equipo de trabajo realmente le gusta hacer películas”, dice Agustín Godoy, y habla de cierta alegría, cierto frenesí, que se respira en su próximo estreno, su ópera prima, Hace mucho que no duermo, una comedia argentina que sabe hacer del estilo, lo urbano y, precisamente, esa energía comunal mencionada su mejor instinto. Y sigue: “Hay algo del entusiasmo de salir a filmar, de lanzarse a esa aventura que es contagioso, y queríamos que ese amor por nuestro oficio pudiera ser compartido con el público. La película nació como un impulso de salir a trabajar entre amigos, haciendo las cosas como nos gusta hacerlas. Entonces salimos a la ciudad y es imposible con ese entusiasmo no ver su belleza y no querer celebrarla, tanto sus lugares y personas como su ritmo y su locura. La historia, creo, es más el resultado de ese entusiasmo”.
—Es una película que se anima a recorrer Buenos Aires, como poco cine lo hace, y que se anima a los géneros: ¿qué definió la puesta de la película?
—Empezamos a filmar en 2018, sabiendo que íbamos a avanzar poco a poco. Queríamos trabajar en exteriores, pero empezamos por los barrios que más transitamos, lo que conocíamos. Y de a poco nos fuimos expandiendo. Cuando habíamos hecho un tercio de la película vino la pandemia, y ese año de encierro y de pausa en el rodaje puso en perspectiva algo del espíritu político de la película, del habitar el espacio, de gozar realmente de salir de casa. Entonces, eso fue como una explosión para nosotros que nos envió a más y más barrios, a ir por locaciones que parecían inalcanzables y escenas complejas para este tipo de
presupuesto tan bajo. Todo eso lo hicimos bajo una guía que era el tono de la película: una vez que encontramos ese tono, entendimos que podíamos saltar entre lugares y géneros, siempre y cuando cuidáramos el ritmo y el tono.
—¿Cómo fue el trabajo con los actores?
—Tuvimos la suerte de trabajar con actores que ya conocíamos.
En su mayoría, escribí para actores y actrices con los que quería trabajar, con lo cual el proceso posterior se facilitó mucho. Son todos actores que proponen muchísimo, y mi trabajo solo era encauzar esas propuestas dentro del tono que estábamos buscando. La película pedía mucho de ellxs, tanto actoralmente como por el despliegue físico que se necesitaba, pero cuando se trabaja con personas tan talentosas y tan generosas, es todo un placer.
—Las persecuciones tienen mucha historia en el cine, ¿qué querían lograr con las suyas?
—Las persecuciones surgen por la necesidad de sostener un ritmo que tuviera que ver con el ritmo de vivir en Buenos Aires, donde todos vamos apurados a ningún lugar. Por las condiciones de producción, entendimos que iba a ser más interesante pensar esas secuencias desde un cine más antiguo que desde el cine de acción contemporáneo, que tanto dinero requiere. Más Buster Keaton y menos Rápido y furioso, por así decirlo. Queríamos que se notara que son personas normales haciendo un esfuerzo físico muy grande, no atletas demostrando su virtud. Por eso son secuencias sin música, sin efectos especiales ni nada muy artificial. Son cuerpos reales en lugares reales y el esfuerzo que hacen se siente.
—¿Qué descubriste de la película que quizá no sospechabas que estuviera ahí?
—Descubrí, porque es mi primer largo, que hacer una película es un proceso de aprendizaje constante. La película se hizo en 55 jornadas a lo largo de cuatro años, así que fuimos filmando y viendo el material, editando, reescribiendo y volviendo a filmar. En ese sentido todo el tiempo encontramos cosas que no habíamos pensado y las incluimos.