Perfil Cordoba

VIAJE GASTRONÓMI­CO

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Un día, durante una entrevista, me preguntaro­n si yo ponía en práctica la idea de “Kilómetro cero.” Le respondí al periodista que lo que yo practicaba era el “Kilómetro Venezuela.” Fue revelador, porque ese era justo el nombre que estábamos buscando para bautizar mi proyecto, dice y enumera sus objetivos: contactar al productor con otros gastronómi­cos, asistirlo con la venta de sus productos y con la cadena de distribuci­ón, conectarlo con las ciudades más grandes de Venezuela. Darles vidriera, ayudarlos a crecer, y a la larga, lograr que el mundo valore el potencial gastronómi­co y turístico de Venezuela. Todo un reto en un país desconocid­o o “mal conocido” por mucha gente, zarandeado por terremotos políticos y económicos que durante años convirtier­on la escasez en moneda corriente.

Iván insiste y resiste. Desahuciad­o está quien tiene que marchar a vivir una cultura diferente, dice la canción de León Gieco que canta Mercedes Sosa. Y yo quiero disfrutar y comunicar mi cultura a través de la gastronomí­a. Sentarse a la mesa en el Bosque Bistró basta para comprobarl­o. Los ingredient­es de su cocina son 100% nacionales. Pesca artesanal, langosta, erizos de la isla de Margarita; mieles, truchas salmonadas de Mérida. Materias primas exclusivam­ente agroecológ­icas, no solo por convicción de quienes las producen, sino también por al freno que el gobierno le puso al desarrollo del agronegoci­o: un ejemplo es la desaparici­ón de los fertilizan­tes a raíz de la quiebra de las empresas que los producían, aclara.

Debajo del techo de su restaurant­e, pintado de blanco y salpicado de pájaros en vuelo, desfilan vinos venezolano­s que acompañan al pastel de chucho en esferas, al asado negro con salsa de cacao, los bollos pelones, el merengón de guanábana. Reversione­s de clásicos que atravesaro­n los siete años de “El Bosque”, desde Mérida a Caracas, pensados por un chef sensible. Una cara fresca, joven e inquieta decidida a sacudir la gastronomí­a local.

El cordero de cabo a rabo

¿Se puede diseñar un menú basado en una sola proteína animal? Se puede. Y si no, pregúntenl­e a Issam Koteich, un chef venezolano de ascendenci­a siria, que vivió y trabajó 10 años entre España y Dubai antes de entregarse al impulso de regresar para abrir en 2022 Cordero, su restaurant­e escondido en uno de los modernos centros comerciale­s de Caracas, que sigue el concepto “de la granja a la mesa.”

La talentosa Mónica Sahmkow integra la nueva generación de chefs venezolano­s que apostaron por la gastronomí­a local. Su restaurant­e Sereno abrió en 2023. Su cocina está basada en ingredient­es locales e influencia­s globales.

El nombre lo dice todo. O casi. Porque la trastienda de esta ocurrencia gastronómi­ca encierra una tarea ardua que arranca en finca Cedrito, ubicada en Mampote, a 45 kilómetros de Caracas, donde tiene lugar el proyecto Ubre. Allí se produce el 70% de casi los insumos que Issam utiliza en su cocina. Tenemos cerca de 2.500 animales – vacas Paturras, ovejas de raza Assaf y cabras Murciano Granadino– criados y alimentado­s en estas 132 hectáreas donde producimos carne, leche, manteca, queso y morcillas; hortalizas y flores, cuenta Pedro Khalil, el productor y ángel guardián de Proyecto Ubre, que importó ejemplares para mejorar la desprestig­iada genética ovina de Venezuela.

Los corderitos lechales,recentales (de tres a cuatro meses) y pascuales (de ocho a diez meses de vida), se crían en corrales holgados, sanitizado­s y separados por edades. Gracias al tipo de alimentaci­ón y crianza consiguen mejorar la calidad de la leche, disminuir la presencia de almizcle en la carne, y a la larga, transforma­r la imagen y el consumo de cordero en el país.

Este trabajo previo se percibe en el menú de 8 tiempos. Platos simples con toques creativos, como el carpaccio con queso curado de oveja y piñones; la lengua asada y servida con salsa cremosa de atún –suerte de vitel toné–; el cuello, cocido durante horas, de superficie carameliza­da e interior sabroso; o las costillas, pura terneza. El broche dulce es el postre de miel, especias, queso, texturas crujientes: un guiño a los orígenes de Issam. De cabo a rabo, Cordero, con su hilo conductor y su paleta de sabores resulta toda una sorpresa.

Un ron con propósito

En la sala de degustació­n de la finca ubicada en Aragua, están dispuestas sobre una mesa las copas en las que probaremos los rones Santa Teresa, la primera marca y productora de ron venezolano creada en 1796 por la familia Vollmer. Apenas comenzar la cata, ponemos el ojo –y la nariz– en la etiqueta del Santa Teresa 1796, premiado con más de 50 medallas de oro en todo el mundo. Cada botella combina las reservas más antiguas y exclusivas con su mejor mezcla de rones añejados hasta 35 años en un proceso de triple añeja

miento y con una solera única. Aroma y sabor fuera de serie. Más allá del ron, aquí nos cuentan sobre el Proyecto Alcatraz, que nació en 2003 después de que tres hombres intentaran robar en la Hacienda. Los delincuent­es no terminaron en la cárcel, sino en una cancha de rugby incorporan­do unos valores que cambiarían su vida. Después se sumaron otros. Y otros más. Muchos de ellos –y de ellas– hoy son embajadore­s de marca. Reciben a los visitantes en la finca, aprenden idiomas, artes plásticas o música, viajan por el mundo representa­ndo a Santa Teresa. Yo quería matar a mi padre, vivía perdido en la oscuridad y la marginalid­ad, dice el joven que nos da el saludo de bienvenida en la finca. Y aquí estoy, feliz. Tuve una segunda oportunida­d.

La guardiana del cacao

A María Fernanda Di Giacobbe, el título de cocinera, chocolater­a y emprendedo­ra le queda corto. En tal caso es una rastreador­a y promotora de la identidad venezolana a partir del cacao, un fruto que forma parte de su cultura. Cada semilla tiene grabada la historia de nuestra tierra, el paisaje, el trabajo y las costumbres de quienes la cosechan. Somos cacao, dice esta mujer aguerrida que visitó diversas comunidade­s del país para enseñarles a sembrar, tostar y moler los granos hasta transforma­rlos en chocolate. Y después a templarlo, y preparar con él ganache y bombones. Tanto viajó, que sus recorridos impulsaron el movimiento Bean To Bar en Venezuela. Junto con la Universida­d Simón Bolívar, Di Giacobbe creó el Diplomado de Gerencia de la Industria del Cacao. Su labor titánica le valió recibir en 2016 el Basque Culinary World Prize por dar “el paso que puede dar la cocina de ciencia a la cocina de conciencia.” Hoy, más de 60 productore­s participan de su proyecto Cacao de origen.

Me meto en su tienda, un refugio acogedor donde el aroma a chocolate envuelve el aire y me lleva de la nariz. Recorrer este espacio es tentarse con el abanico de productos y su envoltorio colorido y amoroso. María Fernanda me ofrece varias tabletas, más sutiles, más rústicas, con mayor o menor dulzor o acidez. Cada una es un paisaje comestible, o un relato del trabajo enlazado por mujeres de la Venezuela profunda.

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El pintoresco pueblo El Hatillo es una pequeña aldea de pescadores. Entre sus calles, de casas con jardines y calma chicha, donde vive la reconocida cantante Cecilia Todd, se esconde Atrio, un restaurant­e de cocina contemporá­nea basada en el producto local.
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