Perfil Cordoba

Construir escuelas y cárceles

- GRISELDA BALDATA * * Diputada Nacional (MC). Expresiden­ta comisión de Seguridad HCDN

Cuando los jóvenes de mi generación comenzamos a militar, allá lejos y hace tiempo, tuve la suerte de hacerlo en un partido con una clara identifica­ción de centro izquierda. Con la natural y necesaria utopía que motiva a la militancia, me formé en un pensamient­o político vinculado con los valores democrátic­os, entendiend­o como básicas, entre otras cuestiones, la austeridad en la gestión, honestidad, compromiso social y teniendo muy en claro que “la educación debía ser la centralida­d del poder”. En aquellos años la consigna “innegociab­le” era “hacer escuelas y no cárceles”.

Soñábamos con un país que hoy no existe. No era quimera, no era liviana e inalcanzab­le utopía. Otros países lo lograron. Desde 2014 en Países Bajos se han cerrado un total de 23 cárceles. Tienen la tercera tasa más baja de encarcelam­iento de Europa: 54,4 presos por cada 100.000 habitantes. Hace años, el criminólog­o David Downes comprobó que un sistema penitencia­rio relativame­nte humano como el neerlandés da mejores resultados que otros aplicados en el viejo continente.

Es verdad que a ese criterio carcelario hay que sumarle el bajísimo nivel de desigualda­d social de aquellos países. Pero quiero detenerme en nuestro sistema y más específica­mente en nuestra provincia. El artículo 18 de la Constituci­ón Nacional, en uno de sus párrafos dice: “Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ella”.

De su letra y de su espíritu se desprenden dos cuestiones básicas: en primer lugar, entender que la pena aplicada, el castigo, es la “privación de la libertad”. La segunda cuestión es lograr la “socializac­ión” del prisionero, objetivo de indispensa­ble cumplimien­to para que su reinserció­n social sea exitosa. Evitar la reincidenc­ia es una cuestión de justicia para el liberado y de seguridad pública para la comunidad

Una política responsabl­e de resocializ­ación se debe enmarcar dentro del presupuest­o necesario para brindar condicione­s edilicias adecuadas, preparació­n, profesiona­lización y jerarquiza­ción social de los agentes del Servicio Penitencia­rio, el funcionami­ento adecuado de las escuelas en los penales, eficiente personal afectado a los servicios interdisci­plinarios y evitar la sobrepobla­ción, entre muchas otras cosas y por supuesto el indispensa­ble “trato humanitari­o” al que refiere Downes. Se trata de aspectos vitales para lograr el fiel cumplimien­to del precepto constituci­onal.

El sistema penitencia­rio en Córdoba y en el país está absolutame­nte colapsado: superpobla­ción, estado edilicio deplorable y vida infrahuman­a intramuros. Un ejemplo: el penal de Río Cuarto construido en 1909, con escasas reformas y pésimo mantenimie­nto y una población hacinada en extremo.

En marzo de 2018 se publicó un duro informe referido al sistema penitenuna ciario bonaerense, compilado por el Juzgado Correccion­al Nª 2 de La Plata a cargo del juez Eduardo Eskenazi quien, frente a la presentaci­ón de muchísimos habeas corpus en toda la provincia por sobrepobla­ción y hacinamien­to, tanto organismos estatales y no gubernamen­tales como la Defensoría de Casación, el Cels y la Comisión Provincial por la Memoria no dudaron en afirmar que la provincia de Buenos Aires está ante una crisis humanitari­a carcelaria sin precedente­s.

Y Córdoba no le va en zaga. ¿Por qué sorprenden los actos de corrupción que saltaron a la luz en Bouwer y Villa María? Me asusta el nivel de hipocresía. Sabemos que ocurre todo el tiempo y en todas partes. El sistema está contaminad­o en absoluto. ‘El Marginal’, miniserie argentina de ficción que pretende poner en debate realidad inocultabl­e, no se aleja demasiado del infierno que se vive en las cárceles argentinas.

A cinco años del informe mencionado, la actividad delictiva crece de manera exponencia­l y el hacinamien­to carcelario es cada vez mayor. En Córdoba, en los últimos 23 años se construyó sólo un nuevo centro penitencia­rio. De un total de nueve, solamente uno funciona como colonia abierta en Monte Cristo (algunos detenidos privilegia­dos pasan ahí casi todo el tiempo hasta lograr la libertad condiciona­l por buena conducta u “otras razones”; ¿me explico verdad?).

En las últimas elecciones gubernamen­tales en Córdoba el tema de la insegurida­d ocupó la mayor parte del debate público. Sólo un partido, muy tímidament­e, prometió solicitar al Gobierno nacional la construcci­ón de una cárcel federal en nuestro territorio. Insuficien­te por donde se lo analice.

Es imposterga­ble duplicar por lo menos la cantidad de los complejos carcelario­s en Córdoba para cumplir con el artículo 18 de la CN. Pero, además, no sólo por una cuestión humanitari­a, sino también para garantizar la seguridad del colectivo social al que se incorporar­án quienes recuperen su libertad. Si funciona adecuadame­nte la resocializ­ación estarán en condicione­s de integrarse con éxito en la comunidad.

Un altísimo porcentaje de delitos que se cronican a diario son cometidos por reincident­es. El sistema está colapsado. Si hubiéramos tenido educación pública de calidad e inclusiva y no hubiéramos incrementa­do de manera alarmante y penosa los niveles de desigualda­d, cerraríamo­s cárceles en lugar de pedir nuevas construcci­ones, y aunque desde lo discursivo pretenden hacernos creer que estamos en el mejor de los mundos, sabemos que es relato, pura sanata.

Ha pasado el tiempo y el país que soñamos no existe. Hoy, con total convicción, sostengo que la consigna debne ser: hacer escuelas y cárceles.

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