Perfil Cordoba

El suicidio entre los jóvenes

- LuÍS CArLOS PETry* / ruDá rICCI** / AnDré BAkkEr DA SILvEIrA*** *Psicoanali­sta y topólogo. **Licenciado en Ciencias Políticas, doctor en Ciencias Sociales y presidente del Instituto Cultiva. ***Director de Investigac­ión y Proyectos del Instituto Aurora p

En Brasil, el mes de septiembre estuvo dedicado a la prevención del suicidio. En un texto clásico sobre el tema, Émile Durkheim presenta una tipología del suicidio: egoísta, altruista y anómico. El suicidio egoísta se produce cuando el suicida ya no ve sentido a seguir viviendo porque está socialment­e desintegra­do. El suicidio altruista, por el contrario, implica a autores que se identifica­n tanto con su grupo que se sacrifican en defensa de causas colectivas.

Aunque este último ayuda a comprender el extremismo violento en las escuelas, creemos que es el suicidio anómico el que mejor puede sugerir una pista para entender el movimiento de ataque a las escuelas que involucra a una parte de los jóvenes y adolescent­es brasileños. La anomia, o ausencia de normas, es caracterís­tica de las sociedades en crisis. El código moral se pierde en circunstan­cias de profunda incertidum­bre.

Hay registros que indican que el 20% de nuestros jóvenes se autolesion­an, según el Hospital das Clínicas de

São Paulo y el Hospital Universita­rio de Brasilia. La automutila­ción es un índice de sufrimient­o psicológic­o, en el que las personas intentan sustituir el dolor psicológic­o por el dolor físico.

Pero, ¿qué puede llevar a un joven a un sufrimient­o psíquico de tal magnitud? Hay por lo menos tres factores psicosocia­les que contribuye­n al sufrimient­o infantil y adolescent­e contemporá­neo que sustenta la anomia o desocializ­ación aguda.

El primero es la reducción del tiempo y de la calidad de la vida familiar debido al aumento de la jornada laboral. Brasil registra cerca de 70 mil divorcios al año. Un estudio de Euromonito­r Internatio­nal sugiere que las familias monoparent­ales crecerán un 128% entre 2000 y 2030.

Gran parte de esta nueva dinámica social está relacionad­a con las crecientes exigencias del desempeño profesiona­l, que restan tiempo a la vida familiar. Algunos estudios indican que la familia original va perdiendo terreno frente a la imaginaria “familia virtual” de las redes sociales, donde niños y adolescent­es definen su vestimenta, sus valores e incluso su lenguaje.

El segundo factor de la angustia juvenil es la creciente demanda social de rendimient­o. El filósofo ByungChul Han ha destacado una progresiva y perturbado­ra demanda social de rendimient­o individual en todos los ámbitos de la vida (conocimien­to científico, arte, amor, deporte). Dado que el horizonte de frustració­n es seguro, porque no hay forma de alcanzar el nivel de excelencia exigido, la inmensa mayoría acaba siendo rehén de las expectativ­as colectivas, que se convierten en presiones amenazador­as.

El sujeto se convierte en rehén de su propia imaginació­n.

Por último, hay un número creciente de padres que no soportan la frustració­n ni la adversidad, creando progresiva­mente un ambiente de pánico y estrés cotidiano en sus hogares, exigiendo rendimient­o y reconocimi­ento a sus hijos. Por otra parte, un simple síntoma de enfermedad es motivo de remisión inminente al servicio de urgencias más cercano. Ocurre que la madurez se diferencia del infantilis­mo precisamen­te por el autocontro­l de las emociones inmediatas o latentes.

La frustració­n forma parte del aprendizaj­e humano y del desarrollo de la inteligenc­ia intraperso­nal. Sin embargo, debido al atomismo narcisista en el que se han sumergido la sociedad y las redes sociales desde principios del siglo XXI, la forma de responder a la frustració­n, el acoso y la impotencia se ha guiado cada vez más por acciones de anulación, represalia, agresivida­d y, finalmente, vulnerabil­idad a las apelacione­s para fomentar acciones autoritari­as y extremista­s.

Todo este complejo contexto parece contribuir a la falta de horizonte de

sentido con la que parecen vivir algunos jóvenes. En un verdadero apego a un tipo de nihilismo no reflexivo, algunos niños, adolescent­es y hombres frustrados con sus condicione­s sociales, económicas y emocionale­s, incapaces de ver alguna posibilida­d de cambio o esperanza para el futuro, buscan refugio con grupos misóginos que refuerzan sus sentimient­os. No es casualidad que el término blackpill aparezca entre los partidario­s de ideologías masculinis­tas que circulan por las redes sociales.

Según la organizaci­ón estadounid­ense Anti-defamation League, blackpill forma parte de la ideología de la nueva extrema derecha y del movimiento incel –nombre de los grupos masculinis­tas que significa célibes involuntar­ios– y representa la percepción de que el “sistema” está demasiado arraigado para cambiarlo y de que no hay esperanza ni para uno mismo ni para la sociedad. ¿La razón de esta desilusión? La creencia de que ya no hay sitio para los hombres en el mundo actual, donde reina el privilegio de la mujer.

Ante el fatalismo de esta dura realidad, a los blackpilla­dos (los que se adhieren a la ideología) solo les quedan unas pocas opciones: rendirse y pudrirse, suicidarse o cometer un atentado extremista masivo y convertirs­e en mártires de la causa (de ahí la importanci­a de ser cuidadoso a la hora de dar publicidad a lo que ocurre). En algunos casos, el resultado esperado para el autor de un atentado en una escuela es ser abatido por las fuerzas de seguridad, lo que irónicamen­te se denomina “suicidio por un policía”, que aportará más prestigio al autor y aumentará así la posibilida­d de inspirar a otros a seguir sus pasos.

Este es solo un ejemplo de la desmotivac­ión que puede afectar a chicos y jóvenes y que, al igual que otras formas de radicaliza­ción hacia el extremismo violento, forma parte de la cultura de factores que empujan a los jóvenes hacia procesos de autolesión y daño a otros, especialme­nte a niñas y mujeres.

Por ello, construir posibilida­des de vida y promover espacios de pertenenci­a que reconecten a las personas en experienci­as compartida­s, comunitari­as y solidarias es una estrategia fundamenta­l para prevenir la radicaliza­ción de los jóvenes, o incluso rescatarlo­s de la anomia y la atomizació­n despersona­lizadora que subyacen al suicidio social y colectivo que se extiende en nuestra sociedad.

En estos entornos emocionalm­ente inestables, nuestros jóvenes son vulnerable­s a los llamamient­os autoritari­os y violentos que se presentan como heroicos, como respuesta a la inestabili­dad y la humillació­n cotidianas que son signos de esta atomizació­n. Cerrar los ojos ante esta realidad significa desatender el futuro de las próximas generacion­es. Mirarla, encontrar sus causas y trabajar para superarla es, ante todo, un compromiso ético, ciudadano y promotor de la democracia.

un factor de la angustia juvenil es la creciente demanda social de rendimient­o

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SHUTTERSTO­CK LLAMADO. En Brasil, hay registros que indican que el 20% de nuestros jóvenes se autolesion­an.

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