Fiódor: ¡qué jugador!
Frente a la ciudad de Maguncia (Mainz), en el sudoeste de Alemania, a orillas del río Rin, está Wiesbaden. Es una concurrida ciudad balnearia termal, conocida popularmente como ‘la Niza del Norte’. Si bien su fama comienza en la antigüedad, su etapa de auge fue en el período prusiano, a partir de 1866. Si bien entonces Wiesbaden perdió su condición de ciudad residencial, se expandió más como centro de spa, de congresos y ciudad administrativa. Fue visitada regularmente por Guillermo II para la temporada de verano y se la llamó ‘Ciudad Imperial’. La presencia de la corte hizo que nobles, artistas y empresarios ricos llegaran a la ciudad y se establecieran allí. Se construyeron varios edificios, incluído el Kurhaus Wiesbaden con su casino y la Ópera Estatal de Hesse.
Es la ciudad en la que el gran Fiódor Dostoievski, ambientó su novela ‘El Jugador’; en la obra Wiesbaden es ‘Roulettenbourg’.
El otrora Ingeniero militar es considerado uno de los más grandes escritores de occidente y de la literatura universal, un explorador de la psicología humana. Creó una obra con una inmensa vitalidad y un poder casi hipnótico, caracterizada por escenas febriles y dramáticas. Sus personajes se mueven en atmósferas escandalosas y explosivas, ocupados en apasionados diálogos socráticos ‘a la rusa’, en la búsqueda de Dios, el mal y el sufrimiento de los inocentes. Dostoyevski, como cristiano convencido, fue un agudo crítico del nihilismo y del movimiento socialista de su época.
¿Por qué destacar ‘El Jugador’ en desmedro de su gran obra ‘Crimen y Castigo’? En principio, porque fue escrita en sólo 26 días y luego porque presenta un fresco de la visión rusa de varios tipos europeos: el francés (De Grillet, Mlle. Blanche), el inglés (Mr. Astley), el alemán noble y el ordinario ’vater’; y hasta de los polacos.
Antonina Vassilievna (la abuela) aparece como el arquetipo del moscovita acaudalado, con su desenfado, insensatez, extravagancia y excentricidad. No falta la autocrítica a los rusos a quienes define como “dotados para ser geniales” pero, aclara, que “la genialidad rusa es cosa rara”.
Por otro lado (con rasgos autobiográficos), la ludopatía del protagonista( Alexei Ivanovitch), es un relato ‘irrepetible’; también su enamoramiento irracional de la bella Polina Aleksándrovna, es una pincelada del talante trágico del autor. Conmueve con la descripción de Polina :“Sus pies son largos y estrechos, obsesionantes… y qué arrogancia sabe poner en sus ojos de gata!”
El moscovita vivió con la carga de su epilepsia, su endeudamiento crónico y su vicio por el juego: eso no impidió que su profusa obra influyera sobre la literatura universal ni que hasta sus adversarios nihilistas le rindieran homenaje en su funeral. La apoteosis en el Monasterio de Alejandro Nevski, en San Petersburgo, en febrero de 1881, significó que los diferentes partidos se reconciliaron en el dolor común y resolvieron rendir homenaje a un célebre ‘eslavófilo moderado’.