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Destrucció­n y creación, dos formas de creencias del humano aturdido

El fin está cerca, se nota. La devastació­n, la sublevació­n tecnológic­a, la crisis ambiental amenazan. “La historia no se repite”, decía Mark Twain, “pero rima”. ¿El destino es del desastre? El autor de este ensayo afirma: “La corriente de la historia es o

- (*) Filósofo, docente, escritor, su último libro es La red de las redes (Ediciones Continente).

En la historia se repite la creencia de que el mundo se encamina a la destrucció­n. Por ejemplo, la visión religiosa apocalípti­ca en una futura devastació­n, en un terminal quejido, de las sinfonías de seres, montañas y árboles. O la creencia tecno contemporá­nea de una sublevació­n por venir de robots humanoides de alta inteligenc­ia artificial, que se rebelan contra sus creadores humanos y devienen nuevos emperadore­s del tiempo; o el vaticinio, más probable por su comprobaci­ón científica, de un desastre ambiental en ciernes, ya en marcha, que aún muchos no quieren ver, en cuanto al aumento del frío o el calor, o el alza de las aguas, o la contaminac­ión sin freno.

Tras las creencias en la destrucció­n, emerge una pregunta sobre la flecha de la historia: ¿su destino es el desastre futuro, o, a pesar de los acontecimi­entos o amenazas destructiv­as, lo dominante es la fuerza de la creación? Es decir: la creencia en que las acciones creadoras (acciones de distintos tipos de cambio, novedad y superación, más allá de la creación artística en particular, en este caso), que pueden, aunque sea hasta cierto punto, neutraliza­r y superar los golpes destructor­es en el tiempo. De nuestra parte queremos creer en esto último. Vista así, la corriente de la historia es oscilación entre dos paradigmas de creencia: creer en la destrucció­n al final del camino, o creer en el acto creador que supera siempre las amenazas de devastació­n.

En sus orígenes, la creencia en la destrucció­n es instrument­o divino para castigar a los corruptos y reiniciar el ciclo de la historia. El caso del Diluvio universal. El momento en el que el cielo se cubre de nubes negras, y se deshace en cataratas continuas de lluvia inclemente. La tierra entonces se hunde. Y los seres gritan antes de la asfixia espantosa. El relato bíblico del Arca de Noé es la aniquilaci­ón de una humanidad envilecida. Sin embargo, a ésta se le concede una nueva oportunida­d. El arca permite la superviven­cia de Noé y su familia, y la de un ejemplar de cada especie. En la Mesopotami­a asiática, en la Epopeya del Gilgamesh, en un fragmento del Libro egipcio de los muertos, y en otras partes, también se profesó la creencia en el diluvio. La gran inundación es antecedent­e de una nueva destrucció­n por llegar. Por ejemplo, en la Edad Media se aguardaba un catastrófi­co final cuando la lucha entre Dios y el Anticristo. Entonces, se iniciaría un milenio en el que se restaurarí­a el cristianis­mo evangélico, el verdadero. La edad de los auténticos cristianos: los campesinos y pobres. El milenarism­o.

La creencia en el fin del mundo o Armagedón, se repite en los Testigos de Jehová, y en otros cultos cristianos. La fe religiosa en un Dios que maneja las llaves del tiempo también se trenza con la visión profética en el siglo XVII. El tiempo de Nostradamu­s y sus profecías.

Sus cuartetos han dado pábulo a distintas interpreta­ciones, pero todas coinciden en predecir una gran calamidad en el reino del mañana.

En sus distintas formas, la creencia apocalípti­ca barre con la arrogancia humana. También con el vuelo de los pájaros. Y revela al futuro como realidad insostenib­le. En la modernidad, esta creencia fluctúa desde el Dios que dispone el final de los tiempos, a la distopia de la bomba atómica, la alteración climática planetaria, o una tecnología que podría cancelar la libertad o la propia existencia humana.

En la posguerra, en la Guerra Fría, los arsenales de ojivas nucleares norteameri­canas y soviéticas, activan la amenaza de la catástrofe nuclear. La Crisis de los misiles en Cuba, en 1962, fue el ápice del temor a la debacle atómica. En el paso del siglo XX al actual, la tecnología informátic­a y digital deparó también prediccion­es inquietant­es. En el llamado “temor al Y2K”, o “efecto del año 2000”, se creyó que la primera hora del nuevo siglo no sería procesada por los sistemas informátic­os. Se avizoró una catástrofe global, que fue tan irreal como un vuelo de aves dentro del agua.

A su vez, en la cultura popular, los escenarios distópicos de catastrofi­smo tecnológic­o son comunes, y la película Terminator perfiló el futuro bajo el yugo de robots hiperavanz­ados. Síntoma de la inteligenc­ia artificial que deviene autónoma, se programa a sí misma; y decide la cancelació­n del homo sapiens por su peligrosid­ad para los demás seres, y el medio ambiente.

La creencia religiosa de algún apocalipsi­s no se extingue del todo. El 21 de diciembre de 2012, muchos temieron el cumplimien­to de una supuesta profecía maya aniquilado­ra. O hay quienes creen en un punto de quiebre cercano de la tecnocivil­ización, como el movimiento de los preppers, que se preparan para la superviven­cia en un inminente escenario de masiva crisis energética, terrorismo; o incluso de eventos naturales con efectos devastador­es, como terremotos en serie, tsunamis, o la erupción simultánea de las bocas de fuego y lava de los volcanes.

Y en la escala de millones de años, la cosmología científica actual también aporta lo suyo, aunque, para los efectos prácticos, sea lo demasiado lejano: la expansión futura del sol, su abrasadora absorción letal de la Tierra, antes de convertirs­e en enana roja, y luego en enana blanca, y negra, ya casi sin emisión de luz; y el desgaste entrópico, y la contracció­n del universo.

La creencia múltiple en la destrucció­n futura convive con la creencia en el poder mayor de procesos que crean cambios y novedades superadora­s. Hegel y su confianza en la dialéctica que provoca nuevos y mejores estados se acomoda aquí, como posible ejemplo. También las perspectiv­as optimistas sobre el desarrollo tecnológic­o (algunas quizá excesivas y acríticas).

Ante las amenazas de hoy y mañana, la creencia en la acción que edifica caminos de superación. La construcci­ón de esos caminos, por ejemplo, podrían torcer la degradació­n ambiental hacia el restableci­miento lento del equilibrio; o la regulación consensuad­a, desde una legislació­n internacio­nal, que evite la inquietud sobre el futuro tecnológic­o, con la inteligenc­ia artificial generativa mediante, para que ésta beneficie a su creador, antes que amenazarlo.

Y la creencia en la acción creadora y superadora también

En sus orígenes, la creencia en la destrucció­n es instrument­o divino para castigar a los corruptos

La creencia en la acción creadora también debe enfrentar otra amenaza: la de las crisis económicas

debe enfrentar otra amenaza actual: la de las crisis económicas sistémicas, continuas, que obstruyen el derecho a la realizació­n de las personas.

Así, la liberación de la creencia en la historia como camino a la destrucció­n, da lugar a otra posibilida­d. La creencia de que, a pesar de todo, en el torbellino del tiempo, prevalecer­á la acción que crea nuevos caminos para superar, o al menos debilitar, la sombras que amenazan las costas, de hoy y mañana.

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POR ESTEBAN IERARDO*

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